La de hoy, es la contratapa de la diversidad musical. Un buen ejemplo en estos difíciles días donde todo parece corresponder al cielo o al infierno. Argentinos benditos o argentinos diabólicos. Separados como Divididos y Las Pelotas después de la muerte de Luca y Sumo. Nada de tipos entre el cielo y el infierno, dubitativos o simplemente reflexivos. No, nada de eso. Los malos de un lado y los buenos del otro y de golpe todos trenzados como en un mal partido de rugby en la plaza, dirimiendo a ver quién la tiene más grande. Como en aquellas viejas películas de Hollywood. Como en aquel estúpido match de fans: Los Redondos vs. Soda Stereo. Por suerte, nadie espera escaramuzas locales porque el chamamé de Raúl Barboza y su Alter Quintet, el jazz fusión de Sergio Santi, el tango de Carlos Quilici y su quinteto Los Tauras y el heavy metal de Almafuerte, compartan esta noche distintos escenarios rosarinos. Sin embargo, de los cuatro géneros que hoy sonarán en los teatros rosarinos, sólo el jazz nunca levantó la bandera de ser una música importante porque es argentina. Los tangueros, se sabe, siempre presentaron carné de representar a "la verdadera música argentina". El chamamé se vanagloria de ser una de las músicas regionales más fuertes del país. En muchas instancias históricas del país los tangueros y los folcloristas advirtieron despectivamente sobre "músicas foráneas". Y hasta los metaleros han hablado de "nación heavy". Es cierto, también la música, aunque no tanto como el fútbol, se sirvieron de ventiladores escupemiserias y ortodoxias oxidadas, con el único objetivo de dividir, de separar. Encima, se sabe, seguidores de fierro inoxidables es lo que sobra en el país.


























