Alejandro Dolina es sutil, pero contundente: “Posiblemente Rosario sea la ciudad en la que he obtenido las mayores alegrías artísticas. Con más superstición que pensamiento, voy en busca de esos momentos que he vivido”. Quizás sea por eso que dice presente una vez más en la ciudad, esta vez con Darío Sztanszrajber en “La conversación infinita”.
Después de llenar por separado las más variadas salas rosarinas, esta ocasión los encuentra juntos en dos funciones en el Teatro Broadway: este sábado 10 y mañana domingo a las 20. Las entradas se pueden adquirir de forma online a través de la plataforma TuTicket. Suscriptores de Tarjeta BLC tienen 20% de descuento y acceso a sorteos exclusivos.
Presentar a Alejandro Dolina puede parecer una obviedad, pero también es un desafío. Sin duda es escritor, pero también un hombre que hace honor a la oralidad mientras sigue encabezando el programa de radio “La venganza será terrible” desde hace más de treinta años. Se detiene a pensar sobre los grandes interrogantes de la humanidad, pero escapa de ser rotulado como filósofo. Y forma parte de la dupla que presenta este espectáculo, que en realidad es una conversación. Infinita. Aunque prefiere relegarse a un segundo lugar: “El principal protagonista es Darío, que es un filósofo profesional. Yo colaboro para darle la razón o, incluso, para hacer alguna objeción”.
Alejandro presenta las presentaciones en Rosario como una oportunidad para hablar de cómo influye la filosofía en cada uno de los momentos de la vida. Las preguntas más trascendentales que suelen quedar relegadas ante la urgencia de algo tan sencillo como un arreglo hogareño. En diálogo con La Capital, Dolina habla de la importancia de la conversación como puente para buscarle respuesta a las preguntas que nos desvelan. “La muerte, la angustia, la felicidad, la posibilidad de conocer la relación que tenemos con la realidad. Si es que existe esa realidad. Todas esas preguntas están relacionadas con nuestra vida. Y responderlas no es solamente un juego de mandarines, sino también una manera de situarse uno ante su propia existencia”, afirma.
¿Pensás cotidianamente en ese tipo de temas?
Sí. Yo, que estoy un poco loco. Entiendo que la mayoría de las personas están preocupadas por razones que aparecen no como más importantes, pero sí como más perentorias. Más urgentes. Eso es lo que a veces no se comprende. Una cosa es la urgencia y otra cosa es la importancia. Evidentemente la falta de una canilla es urgente. En cambio, la angustia ante la muerte es importante. Pero en mi caso, debo reconocer que esos temas aparecen incluso bajo la forma de preocupaciones cotidianas. Una preocupación cotidiana para mí es que me voy a morir. Con mucha frecuencia, mucha más que la que suele darse en muchas personas que, acaso con cierta razón, dicen que es preferible no pensar en ello para no llenar la cabeza de ruidos mentales. O para poder dedicarse a resolver los problemas que, como he dicho antes, son menos importantes, pero más urgentes. Y hay gente que piensa en la muerte y en el sentido del universo, pero no arregla sus canillas.
En esta puja entre la urgencia y la importancia, ¿qué valor tiene para vos una buena conversación?
Para mí ayuda a preservar la salud del cerebro y su funcionamiento. Nos ayuda a discurrir, que es mejor que discutir. Discurrir es pensar juntos. El pensamiento es algo que hay que cuidar, incluso desde un punto de vista médico. Las conversaciones complejas, así como las lecturas y los estudios, nos ayudan a mantener sano el cerebro y a ejercitarlo para que funcione mejor.
Dijiste alguna vez que crees que leer convierte a las personas en mejores enamorados. ¿Qué crees que hace a uno un buen conversador?
Un buen conversador no debe interpretarse como un señor decidor, lleno de retruques. El buen conversador, principalmente, es el que sabe escuchar, el que sabe pensar y en consecuencia el que sabe compartir pensamientos con otros. Sabe articular los pensamientos propios con los ajenos. Ese es el buen conversador. Que sería el buen pensador. Entonces, desde luego las lecturas ayudan a pensar mejor. Y el que piensa mejor, conversa mejor, es mejor amigo y es mejor amante, evidentemente.
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¿Qué se necesita para sostener una conversación infinita?
Se necesita tiempo (risas). Eso es lo que tiene el infinito. El infinito lleva tiempo. Convengamos que se necesita también un cierto espíritu, un cierto optimismo. Que yo siempre digo no tener. Yo soy un pesimista profesional, pero para las conversaciones infinitas, para las conversaciones que no terminan, para las conversaciones filosóficas, se necesita un cierto optimismo. El optimismo es creer que pueden servir para algo. El optimismo de creer que no son un mero consuelo de los que ya han visto que la realidad no sirve de mucho y entonces se dedican a generar ficciones conversacionales. Yo creo que es necesario un cierto optimismo, que consiste en creer que el pensamiento puede servir para algo.
¿Y no hay optimismo en armar algo como “La conversación infinita” con Darío?
Claro que lo hay, el optimismo de creer que alguno va a ir a vernos (risas).
¿Cómo se les ocurrió empezar a trabajar juntos?
Fue después de una pequeña entrevista que hicimos en Futurock y que devino en una conversación que a nosotros nos pareció venturosa. Para nosotros que estábamos conversando, a lo mejor para la gente era un embole, pero nos pareció que podríamos hacerlo de un poco más organizado y profesional. Entonces recurrimos a nuestros libros queridos, a nuestros pensadores admirados y al bagaje de macaneo que tiene uno incorporado para divertirse un rato con sus amigos inteligentes.
En la presentación del espectáculo escribieron que la conversación es infinita porque después solamente queda preguntarse el por qué. ¿Hay respuesta para esa pregunta?
No debe haber, pero sí hay búsqueda. Hay preguntas. Al filósofo le interesa que haya preguntas. Después si hay respuestas no lo sabemos, pero el tema es cuando no hay pregunta. La gente que no se hace preguntas corre el riesgo de que su vida esté vacía.