“Desde que tengo uso de razón, a los 3 años ya andaba pulsando el acordeón”. El que habla es Monchito Merlo, a quien el Sindicato de Músicos de Rosario le rendirá un homenaje en el inicio del ciclo “Esenciales”. El evento incluye las actuaciones de Sol García, Vicky Durand Mansilla, Valen Druetta, Joel Tortul y Homero Chiavarino y, desde ya, que el homenajeado recibirá el reconocimiento y tocará unos temas en el cierre. El tributo al gran referente del chamamé se realiza hoy, a las 20.30, en el Complejo Cultural Atlas (Mitre 6454). En diálogo con La Capital, Monchito Merlo recuerda sus comienzos y repasa momentos de su historia artística y personal.
—Desde que tengo uso de razón, a los 3 años ya andaba pulsando el acordeón. Aprendí de mi padre (Ramón Merlo), siempre mirando, porque no me enseñó, y me parece correcto, porque pienso que aquel que quiere aprender tiene que buscar los caminos que el corazón, el alma y el espíritu piden. Yo miraba y ponía los deditos como lo veía a él. Y además, como mi padre tenía un trabajo y mi madre también, los tiempos eran cortos, por eso aprendí solo. Cuando estaba en primer grado, en la escuela José Ingenieros allá en Pueblo Nuevo, ya iba con el acordeón y tocaba, ahí fueron los comienzos.
—Fue a los 10 años. En Pueblo Nuevo se festejaba el día de Nuestra Señora de la Paz, precisamente en la iglesia de la Paz, eran fiestas patronales, un mundo de gente. Al día siguiente de la fiesta tenía que tocar en LT8, y tuve un accidente: jugando con los chicos a la popa, paso por debajo del escenario donde estaban cantando Las Wilquis (grupo folklórico femenino), se cae el escenario, se derrumba y yo pasando, ¡tac!, me desperté a la hora con agua que me tiraban porque estaba desmayado, me salvé porque Diosito dijo que no era el momento. Al día siguiente tenía que tocar en “El rancho de Ramón Merlo”, el programa de radio que mi padre tenía por ese entonces, así que el debut quedó postergado para la semana siguiente.
—¿Cómo se fue dando la posibilidad de grabar el primer disco?
—Mi primera grabación la hice a los 13 años. Grabé cinco temas, algunos de mi pertenencia, para un conjunto de Misiones en el sello Music Hall de Buenos Aires. Ya en ese entonces componía. A los 15 años, mi padre me hizo grabar mi primer disco: “El cambacito del litoral” (el negrito, en castellano).
—¿Cuando terminaste la escuela, enseguida te dedicaste solamente a la música?
—Hice la secundaria en la escuela Drago, en la zona sur. Estando en la secundaria, saqué mi primer disco para el sello Magenta, después grabé para Microfón, un sello que tenía o dirigía Julio Márbiz. Quería ser radiólogo, así que empecé a estudiar en la facultad de Medicina. Fui tres veces nada más. Estando en la secundaria, le había regalado un disco a mi profesora de Historia, la doctora Baiochi. En la facultad, me encontré con su esposo, que conocía a mí y a mi padre, y le dije al doctor que estaba estudiando técnico radiólogo. Entonces me dice: “y la música?”. Le conté que también tenía el conjunto, que viajábamos bastante al norte de Santa Fe o a Entre Ríos. “Y cuánto ganás con la música?”, me dice. Cuando le dije lo que ganaba me responde: “yo te recomiendo una cosa, dedicate a la música, estás haciendo algo bonito, escuché tus discos”. Ahí fue que llegué a casa y le dije a mis padres que dejaba de estudiar y que me iba a dedicar enteramente a la música.
—En esos tiempos los padres aconsejaban no dedicarse a la música porque no iba a ir bien la cosa económicamente.¿ Tu papá qué te aconsejaba?
—No, todo lo contrario, cuando decidí dedicarme a la música, mi padre me ayudó, todo lo que soy es gracias a él. Lo que sí, él no me enseñó a tocar el acordeón, aprendí solo. El decía: “el que quiere aprender música tiene que aprender solo, es la única forma de que uno se interiorice, ame y profundice en esto tan sagrado que es la música”. Me ayudó en todo, en la primera grabación me indicó de qué manera había que tocar, porque la música chamamecera tiene sus distintos ritmos y formas: está el estilo romántico, el acompasado o “maceta” y otro más melodioso, todo depende de la geografía.
—¿Por qué la familia eligió el estilo de don Tarragó?
—En realidad hay una mezcla. Mi padre y yo éramos fanáticos de don Abelardo Dimota, un músico entrerriano, ejemplo para nosotros, que dominaba mucho el tono menor, los de Corrientes dominan más el tono mayor, don Abelardo era “el padre del tono menor”. Me crié escuchándolo a él y a don Ernesto Montiel, que también interpretaba muy bien el tono menor. Escuchábamos además a don Tarragó (Ros) y a don Isaco (Abitbol). Por eso creo que lo nuestro es una mixtura musical, una mezcolanza en la que aparece un poquito de cada uno de ellos, pero con ritmo, con mucho ritmo, ahí estamos más por el lado de don Tarragó.
— ¿Qué recuerdos tenés de cuanto estuviste cerca de Guarany y de Tarragó siendo niño?
—Don Tarragó fue como un segundo padre, vivía a una cuadra de mi casa. Cuando cumplí los 18, fue a tocar con todo su conjunto, estaba en todo su esplendor en ese entonces “el rey del chamamé”, fue a regalarme su música. A esa edad tocaba viéndolo a mi papá que era mi ídolo, sabía los nombres de otros, pero no sabía de la inmensidad de lo que estaban haciendo y el ejemplo musical que estaban dejando para nosotros, los que vinimos después, yo veía todo como normal. Don Horacio Guarany llegó a casa cuando yo tenía 11 años, le cebaba mate y tampoco tenía idea de la dimensión de su figura. Con el tiempo, Diosito nos encuentra en la vida, lo invito a grabar un tema y me dice: “un tema?, no vamos a grabar dos”, eso sale en una película alemana llamada “Chamamé”, donde él canta “El duraznero”. Es la magia de la música que produce cosas que uno nunca imagina, cada vez nos sorprendemos más con esta belleza que es la música.
—¿Y cuál fue tu primer éxito?
—Después vinieron otros que lo superaron, pero el primero fue “Paso Laguna” que compuse cuando tenía 13 años. Estaba en el rancho de mi padre y, como era menor, tuve que registrarlo con él. A este tema hasta ahora tenemos que tocarlo sí o sí, y tiene centenares de grabaciones. Pero después vinieron otros que lo superaron en cuanto a impacto en la gente. “Por llegar a San Javier” hoy es un clásico nuestro y “Jineteando en Tostado” es muy especial también. Lo grabé a fines del 81 y salió en un disco de comienzos del 82, un tema que fue muy escuchado y querido por esta zona. Ivotí lo grabó con una versión terruñera, con olor a pasto, con olor a campo, tocado de una forma que produjo un impacto tremendo. Ese disco de Ivotí, donde está “Jineteando en Tostado”, superó la venta en Argentina de “Thriller” (Michael Jackson), esto lo comprobé con los datos y registros. A mí me encanta esa primera versión de Ivotí y me emociona, porque imagino el paisanaje divirtiéndose, dejando al costado las penas, y me hace pensar que la música es la vacuna que hace olvidar todos los problemas que los seres humanos tenemos.
—¿Qué lugar ocupa el chamamé en la Argentina?
—Después de haberse declarado Patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco, creo que quedó a un costado ese pensamiento de que era una música de barrio, de bajo Saladillo o bajo Ayolas acá en Rosario, de gente humilde, como ocurrió con el tango que se consideraba del malevaje y con la cumbia también. Si bien falta más presencia en las radios y en la televisión, vamos por un buen camino. Raulito (Barboza) cuenta que es impresionante cómo gusta en Europa. Ojalá lo escuchemos más seguido en las radios, tendría que estar más difundido.