La vieja Matera es un enjambre de casas-cueva excavadas en las rocosas paredes de un cañón. Situada en el remoto sur italiano, durante siglos padeció el subdesarrollo y la insalubridad, pero la situación empezó a cambiar en 1952, cuando el gobierno optó por evacuar y alojar en nuevas viviendas a los habitantes de su centro histórico, los Sassi.
Tras una faraónica rehabilitación, esta antigua ciudad se abre al mundo para mostrar su impresionante acervo cultural, desde 2019 como nueva Capital Europea de la Cultura. La ciudad, de unos 60.000 habitantes, se encuentra en la región de Basilicata, a unos 60 kilómetros del mar Adriático, que forma parte del Mediterráneo, y rodeada de extensos campos de olivos.
Su núcleo urbano se divide en dos partes: la moderna, un conjunto de edificios de mediados del siglo pasado sin mayor interés en el que vive la mayor parte de su población; y la zona que han hecho célebre los Sassi (piedras, en italiano), el casco antiguo.
Los Sassi, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993, son un pintoresco asentamiento de casas rupestres excavadas en roca calcárea. La panorámica que ofrece, con su laberinto de calles, su color arenoso y la caótica acumulación de construcciones, evoca a ciudades como Jerusalén. Por eso sirvió como escenario para producciones cinematográficas como “La pasión de Cristo” (2004), de Mel Gibson o “Il Vangelo secondo Matteo” (1964), de Pier Paolo Pasolini.
Recorrer sus calles, impregnadas por cierto misticismo y el aroma de los guisos de legumbres típicos, supone un verdadero viaje en el tiempo, pues el lugar ha sido habitado ininterrumpidamente durante los últimos ocho milenios.
Ciudad del Paleolítico
La continuidad de esta urbe responde a la capacidad de sus habitantes de producir nueva historia, siglo tras siglo. Y en Matera, la historia empezó a fraguarse hace mucho tiempo, tal y como lo constatan los yacimientos de grutas y vestigios del Paleolítico, pero también los primitivos asentamientos neolíticos ubicados alrededor de la ciudad moderna, en el campo.
La Unesco también incluyó en su lista al extraordinario conjunto de 150 iglesias rupestres de sus alrededores, una auténtica ciudad subterránea compuesta por túneles, iglesias decoradas con frescos de inspiración bizantina y cisternas para la recogida del agua.
La galería subterránea más grande de Europa
Uno de los complejos rupestres más impresionantes es una enorme roca que se levanta en medio de los Sassi y que alberga en su interior dos sorprendentes iglesias excavadas en la piedra: la de Santa María de Idris y la de San Giovanni in Monterrone.
La primera, de planta irregular, es la más grande y debe su nombre a que sirvió como cisterna para el agua. En sus enmohecidos muros resisten al tiempo los restos de lo que, a buen seguro, un día fue un severo pantocrátor -imagen de Cristo sentado en su trono, con la mano derecha en actitud de bendecir y sosteniendo en la mano izquierda el libro de los Evangelios-, pero también otros frescos que representan a la Virgen con el niño, San Antonio, la Sagrada Familia, la Anunciación y la conversión de San Eustaquio, patrón de la ciudad.
Matera se encuentra en un enclave árido y en la parte elevada del cañón por el que discurre, sigiloso, el diminuto torrente Gravina. Por esa razón el afán por acumular agua ha marcado la ciudad, que cuenta con enormes depósitos subterráneos construidos durante siglos para almacenar el líquido elemento.
El más imponente es el del Palombaro Lungo, una galería subterránea gigante, la más grande excavada en Europa, y que se sitúa bajo la céntrica Plaza Vittorio Veneto.
Pero Matera también tiene un rostro barroco, como el de la tenebrosa y fascinante Iglesia del Purgatorio, construida a mediados del siglo XVIII, debido al deseo de los fieles de la ciudad de celebrar la muerte, que en esa época se consideraba, no el final, sino el comienzo de una vida superior y el de ensalzar las almas de sus difuntos.
Sin embargo, si hay un edificio que destaca en el horizonte materano, es la catedral, recientemente restaurada. Fue concluida en el año 1270 y, mientras su interior está embellecido con detalles barrocos, su imponente exterior, con un enorme rosetón, es de estilo románico. Al caer la tarde, con los últimos rayos de sol, su fachada parece contar con brillo propio dado el color ocre de su roca.
Matera es, en definitiva, todo un tesoro por descubrir aunque no siempre ha gozado del prestigio actual. Durante siglos su población estuvo constituida por labriegos y jornaleros pobres y las condiciones de vida en sus calles empedradas fueron penosas, con frecuentes pestilencias, hambrunas y siempre asediada por una alta y alarmante mortalidad.
La comarca entera, conocida como la Lucania y siempre olvidada por el Estado central, fue empleada en la época fascista como lugar de destierro para todo aquel que cometía la osadía de amenazar o cuestionar el régimen.
Es el caso del que, quizás, sea uno de los embajadores más emblemáticos de la zona, el escritor y artista Carlo Levi, condenado a vivir por estos lares durante dos años por sus posturas antifascistas.
Su estancia le sirvió para escribir “Dio si è fermato a Eboli” (1945), una biografía con la que denunció ante el mundo entero -gracias a su éxito editorial- la miseria que vivían los lugareños, y en el que describía la vida en esta pintoresca ciudad, a la que comparó con el Infierno que Dante imaginó en su Divina Comedia.
Sin embargo, más allá de la penuria, la urbe demuestra un enorme acerbo cultural. Así lo retrató también Henry Cartier Bresson quien, cuando se topó con el templo del Purgatorio al salir de su albergue, exclamó: “Una ciudad con una iglesia como esta no puede ser miserable”.
Y es que la miseria es ya pasado y ahora la ciudad, con su sugestiva y pedregosa panorámica, encandila a los cientos de miles de turistas que la visitan cada año llegados de todo el mundo, y el ayuntamiento espera para fines de este año más de 700.000 visitantes.