En un partido mal jugado y cuando nadie lo esperaba, apareció Marco Ruben para establecer un empate que es poco de acuerdo a las pretensiones y que no sirvió ni siquiera para impedir el “y Central ponga huevo” que atronó desde el minuto 49 hasta el 55, el del final del partido. Enorme aparición del goleador eterno para calmar un poquito los ánimos en una noche que, si no era por la vuelta de Ruben, hubiese aportado más confusión que entusiasmo.
Le llevó un buen tiempo a Central meterse en partido, lo mismo que a Lanús, y los cortes permanentes en el juego colaboraron en eso. No obstante, al Canalla se le hacía complicado generar. Dos de sus más habilidosos (Malcorra y Campaz) andaban por las bandas y encima con poco desequilibrio. Lo mejor que tenía el equipo de Russo era la intención, la de ir siempre hacia adelante, frente a un Lanús que intentaba no perder el orden.
El gol bien anulado a Mallo (5’) y un zapatazo desde lejos y muy desviado de Campaz (20’), eso había sido todo por parte de Central antes de esa llegada aislada, de pelota parada de Lanús que abrió el marcador. Córner de Marcelino Moreno y entrada solitaria de Peña Biafore para sentenciar a Broun. Un mazazo que intranquilizó adentro e impacientó afuera (unos minutos después apareció por primera vez el “movete canalla movete”). Y frente a ese gran negocio que estaba haciendo Lanús, Central no encontraba la llave para sorprender. Por eso las aproximaciones eran con remates desde muy lejos. De elaboración y generación frente a las narices de Aguerre poco y nada. Sólo un cabezazo de Komar, débil, tras un córner de Malcorra.
Eran las ganas y el despliegue de Ibarra, las trepadas de Coronel y las buenas intenciones del resto, pero en un contexto de un bajo vuelo futbolístico, que pudo hallar un quiebre en ese córner que envió Malcorra y Copetti peinó en el primer palo, pero el remate de Komar, de frente al arco, dio en el cuerpo de Luciatti. Fue la última en medio de un estado ya con bastante nervios antes del descanso.
Russo intentó algo distinto en el segundo tiempo, sobre todo con el ingreso de O’Connor por Caramelo Martínez (el otro fue Lovera por Campaz), pero la apatía futbolística fue exactamente la misma y hasta peor. Porque Central se fue metiendo en el embudo que le propuso Lanús, además de la falta de ritmo permanente provocada por los jugadores granates y permitida por el árbitro Martínez.
Por allí hubiese sido aconsejable el ingreso de Marco Ruben algunos minutos antes, aunque sea para generar mejores vibras. Y fue ya con Ruben en cancha que Central generó la primera clara del complemento, en ese córner de Lovera que Mallo impactó de cabeza y Aguerre tapó de forma increíble. En el rebote, todos cargaron contra el arquero de Lanús y por eso fue invalidado el gol de Giaccone (había ingresado por Malcorra).
Y a medida que el reloj corría los nervios iban en aumento, en la misma proporción que la imprecisión. No había negocio por abajo ni por arriba, ni por afuera ni por el centro. Un combo letal que empezó a esmerilar todas esas intenciones que tenía el equipo, pero que no podían ser traducidas al juego en lo más mínimo ante el duro Lanús de Zielinski.
Los diez minutos de adición fueron los que marcaron un dejo de optimismo en ese partido cortado, enredado, pero sobre todo mal jugado, con un Central que iba por ir, frente al desamparo de las ideas. Pero si había alguien que debía y podía aparecer, quién mejor que Ruben. Una corrida en diagonal tras el pase de Giaccone, una media vuelta un tanto rara y un zurdazo letal, contra el palo derecho de Aguerre para hacer estallar a un Gigante que moría por un gol, pero si era de Ruben, mejor. Sin mucho más tiempo por delante, Central debió conformarse con un punto en un partido que jugó mal, pero que al menos empató y gracias a su jugador emblema.
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