Vaya desperdicio el de Central en la noche de Parque Patricios después de un arribo a un partido con los bolsillos llenos, el ánimo por las nubes y, esencialmente, con la posibilidad de pegar un salto cualitativo de importancia en esa sensación de querer meterse entre los cuatro primeros de la zona. Aquel triunfazo en el clásico contra Newell’s no le sirvió en absoluto como trampolín, porque si algo podía esperarse de este Central era que se apoyara en esa victoria para reivindicar expectativas. Pero no. Nada de eso. La apatía futbolística hizo que todo eso que se imaginó en la previa y que en cierta forma generaba ilusión cayera en saco roto.
Este endeble y mal pisado Huracán fue demasiado para un Central que saltó a la cancha con un equipo para manejar la pelota y que jugó un primer tiempo para el olvido, sin remates al arco. Un 0-2 contundente, más allá de las cifras, para volver a poner los pies sobre la tierra, sin que esa chance de ganar, por primera vez en el ciclo, tres partidos consecutivos pudiera concretarse. Así, el paso adelante de cuatro días atrás se transformó en una inmediata contramarcha, con un paso hacia atrás.
Russo habló muchas veces, y lo sigue haciendo porque está convencido de eso, de que el fútbol “son momentos”, por eso la insistencia de la enorme chance que el canalla dejó pasar de largo. Porque no debe haber mejor momento para sacar chapa, envalentonarse y buscar el salto de calidad que después de ganar un clásico, y de visitante. Y Central se quedó parado en el andén viendo cómo el tren al que quería subirse se le hacía cada vez más chico en el horizonte.
Pero esa posibilidad que tenía Central era por Central mismo, pero en colaboración por la floja performance de un Huracán que hasta este partido había hecho un gol en los últimos cinco encuentros y que en los primeros 45 minutos no sólo le convirtió dos al canalla, sino que pudieron ser más.
Pero claro, detenerse sólo en los goles sería un error, porque el Globo marcó esa diferencia porque a Central se le quemó rápidamente el libreto que quiso poner en práctica, con un equipo armado y pensado para manejar la pelota, pero que siempre corrió detrás de ella. Y lo que fue peor en ese primer tiempo, sin poder mantenerla en los pies durante más de unos pocos segundos.
No por nada aparecieron los cambios de Russo en el entretiempo, con los que creyó que la cosa podía mejorar. Pero el andar del equipo no cambió ni siquiera esa postura corporal del DT canalla que mantuvo prácticamente a lo largo de los 90 minutos: cruzado de brazos y de piernas, apoyado en uno de los carteles de publicidad. Toda una postal.
Lo cierto es que hubo cambio de nombres y hasta de esquema, pero la fisonomía del equipo jamás cambió. Siguió siendo la de un Central al que el pasado inmediato le había soltado la mano por completo. Por eso el presente como castigo, en una situación propicia y para aprovechar, con una mesa que pintaba ideal para la degustación, pero a la que nunca alcanzó a tomar los cubiertos.
Hasta esa cuestión de los números, de ir por primera vez en el ciclo en busca de la tercera victoria consecutiva, podía jugarle al equipo como leitmotiv, pero no. Ni siquiera eso. No era lo más importante, claro, pero también motivaba.
Ni siquiera podría hablarse de cierta distensión que el equipo sufrió luego de soltar el lastre emocional del clásico porque fue un partido, sobre todo un primer tiempo, de características muy similares a las del encuentro con Independiente e incluso al del mismo clásico.
Para un equipo que no patea al arco en los 90 minutos la derrota es más que merecida y Central fue eso, un equipo bulímico, vacío de fútbol. Otras veces tuvo la suerte de que no le convirtieron y que cuando llegó pudo golpear. En esta ni siquiera pudo sacar un golpe, por mínimo que fuera.
Central vino a cancha de Huracán en busca de ese lugarcito entre los cuatro primeros de la zona para después esperar si alguien podía desbancarlo. Y lo hizo entonado por ese gran triunfo en el clásico que disfrutó y del que aún saborea las mieles del éxito, pero del que no pudo sacar nada de provecho. Por eso el fastidio de haber dejado de lado ese envión que parecía una turbina a máxima potencia, pero que no le generó ningún viento de cola. Quiso subirse al tren se quedó parado en el andén.
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