Ahora sí. "Marito" Benítez promete hacer en sus cinco años de presidencia lo que su Partido Colorado no hizo en 70 años de hegemonía, bajo dictadura primero y democracia después. Modernización, transparencia, combate de una corrupción sistémica que quita recursos esenciales para lograr una sociedad de perfil medianamente moderno, precisamente, que no logró ni buscó el poder colorado en sus interminables años de dominio.
Hay que decir que la credibilidad de Benítez es francamente baja: sería como creerle a un vampiro que no tomará más sangre humana. Y además Marito empezó mal: con un saludo especial a los empleados estatales, fieles garantes del régimen colorado. Debería ser, Marito, el Adolfo Suárez de los colorados paraguayos. Sus méritos como líder político no parecen pocos, pero no tiene una Europa que haga de imán y de factor externo modernizador. Y a priori parece imposible que se alce contra el establishment que lo produjo.
Paraguay crece desde hace años a un ritmo envidiable, 4 por ciento anual o más. Un factor decisivo en el paso a algo que se parezca al camino al desarrollo. Es lo que está haciendo ejemplarmente Chile. Pero en Paraguay pasan los años y los niveles de subdesarrollo y pobreza no bajan. Paraguay es un gran productor y exportador de tres commodities: soja (cuarto productor mundial), carnes (quinto exportador mundial) y electricidad.
La acumulación de años de crecimiento hará su parte, pero no es suficiente en un país con esta matriz económica estrictamente primaria. Para mejorar su perfil social pero también económico debería tener una distribución de la tierra más parecida a la de la Pampa Gringa argentina o a la Nueva Inglaterra que fascinó a Sarmiento y a Tocqueville. Esa tierra de chacareros no se ve en Paraguay, donde abundan los grandes propietarios y los campesinos miserables. Según a Comisión de Verdad y Justicia, sobre más de 12 millones de hectáreas asignadas entre 1945 y 2003, casi 8 millones se entregaron en forma irregular. Fueron a parar a no más de mil personas. Esa fue la reforma agraria de Stroessner. Hoy, el 80 por ciento de la tierra productiva está en manos de un 2 por ciento. Exiguo porcentaje que incluye, claro, a la cúpula colorada. Pero no parece una alternativa el minifundismo que proponen los "sin tierra", ni la Arcadia retrógrada de ecologistas e indigenistas. Se necesitan más "sojeros" y ganaderos dueños de 100-200 hectáreas, que son los que generan una trama productiva y social más o menos avanzada y multiplicadora de empleos y servicios. A diferencia de todos los demás formas del capital, la tierra parte de una asignación arbitraria, producto del balance de fuerzas y de la cultura económica y política del momento en que se hace. Aunque en Argentina no prevaleció inicialmente aquel modelo que quería Sarmiento, el paso de las generaciones hizo su trabajo. En Paraguay se debería reconfigurar el mapa de la tenencia de la tierra para lograr un país que sea, al menos, un poco más moderno.