Hasta hace un año el presidente seguro era Sergio Massa. Con la muerte de Alberto Nisman esa seguridad se transfirió a Mauricio Macri, al que ya se imaginaba en el sillón de Rivadavia. Después de cierto repunte en la consideración en la gestión del gobierno hacia abril de este año, Daniel Scioli sonríe sin parar por estos días. Y eso, sin considerar que Florencio Randazzo puntea los guiños que Cristina le hace en cuestiones administrativas o simbólicas para que se sienta el “elegido”. “La política argentina es tan disparatadamente lábil que de aquí a octubre el candidato a vencedor puede ser Hijitus”, dice un ex secretario de Estado que desde 1983 participó en la cocina y armado del Partido Justicialista. “No ganó ninguno hasta ahora”, agrega. “La que viene con ventajas es la jefa, que a seis meses de dejar Olivos sigue sin licuar su poder de decisión”, concluye el mismo hombre riéndose.
En los centros de trabajo del PRO aseguran que la elección presidencial de este año tendrá doble vuelta. Para ellos, no hay dudas. Exhiben a los cronistas interesados los sondeos de todo el país en donde la quimera de un triunfo oficialista en el primer turno no se sustenta en los números que ellos consignan. No hay chances, dicen, del 45% de los votos para Daniel Scioli (no consideran la hipótesis Randazzo) ni tampoco para esa alquimia ridícula, pergeñada por Menem y Alfonsín a cambio de la reelección y el otorgamiento de un senador para los radicales, del 40% con una diferencia de 10 puntos. “Hoy, en un asegunda vuelta, estamos arriba en un 3% y creciendo”, consigna uno de los hombres de confianza del jefe de Gobierno porteño.
Mauricio Macri cree que el gobierno ha lanzado el “operativo miedo” por el que busca amedrentar a un sector de la población que teme perder las asignaciones del Estado, que alcanzan a la mitad de los argentinos. El miedo sólo se conjuraría votando a los K. En algunas provincias, asegura a sus confidentes, ocho y hasta nueve de los ciudadanos están bendecidos por la mano del Estado, que de manera discrecional les otorgó algún beneficio. Es paradigmático lo que ocurre en Chaco: en su capital, absolutamente toda la población de entre 16 años y hasta la jubilación recibe un ingreso estatal. ¿Y los que trabajan en bares, comercios o cualquier actividad privada? Se ve que se multiplican o se bilocan porque además son empleados provinciales. Y no es en el único lugar en donde esto pasa. Formosa, con Gildo Insfrán, el cuasi señor feudal en permanencia en el poder, o en la Tucumán de los Alperovich, ocurre algo parecido. Macri cree que debe hablarles a ellos para demostrarles confianza. Diseña cuidadosamente sus discursos para encaramarse a la cima del cambio institucional sin modificaciones sustanciales en la respuesta social. Sus clases de oratoria con una experta traída especialmente de un país latinoamericano le han hecho suavizar por igual sus eses porteñas y sus guiños a los recortes del tamaño del Estado. Cuando habla en privado con empresarios, embajadores o periodistas (lo visitan todos, y cada vez con más frecuencia) luce un tono de gobernante con conocimiento específico de temas de todos los ámbitos bien distinto al tono neutro del contenido de sus reportajes públicos. Una embajadora que estuvo esta semana con él en el deslumbrante edificio de Parque Patricios desde donde gobierna resumió su impresión de esta forma: “Estés de acuerdo con él o no, sabe mucho de lo que habla. No entiendo por qué no se deja ver así ya que muchos creen que toca de oído”, confesó. La respuesta a esto es sencilla: Jaime Durán Barba, su asesor, cree que no es tiempo de campaña de verdades que pueden resultar duras sino de transmisión genérica de confianza, fe y diseño de futuro posible. Un discurso esperanzador es más potente que la realidad, parece el leit motiv. Así se lo escuchará entonces hasta octubre.
Sergio Massa ensaya gestos de despreocupación, pero los suyos saben que está bien preocupado. “El garrochismo que supo ayudarnos tanto hace dos años nos está haciendo sufrir mucho”, confiesa un intendente del gran Buenos Aires que toma nota de los saltos diarios de colegas suyos, diputados y operadores que dejan el Frente Renovador. “Es una depilación diaria pero no definitiva”, grafica el siempre genial Jorge Asís. El diálogo del caudillo tigrense con Mauricio Macri es cero y su aversión por Daniel Scioli es mil. A quien se le acercó para sugerirle que deponga su candidatura a presidente y opte por la Gobernación de Buenos Aires le ha respondido siempre igual: “Lula fracasó cinco veces. Gano más con una eventual derrota que lo que pierdo con una posible renuncia”. Su candidato a gobernador, Francisco de Narváez, le trajo intención de votos pero también un cisma entre los que aspiraban al sillón de La Plata. La semana que viene una media docena de dirigentes de ese distrito anunciarán la salida del Frente Renovador y, lo que es peor, su vuelta al redil peronista.
Scioli siente que empieza a cosechar de su particular modo de ejercer la política. Su ausencia de confrontación denunciada como cobardía, su eterno modo amable de responder, poco calificado, como indeciso, y todo un ser que lo muestra cordial con la derecha y la izquierda, lo han encaramado contra vientos y mareas a la posibilidad cierta de quedarse con el poder. Al menos, de quedarse con la estructura del peronismo mayoritario como plataforma de lanzamiento hacia la Casa Rosada. No teme que vuelvan a rodearlo de nombres de la juventud K como una suerte de gendarmes vigiladores del “proyecto”. Sabe que eso ya lo vivió en su provincia y pudo neutralizar a un vicegobernador que al principio lo despreciaba y hoy lo alaba, y cuenta con que los obsecuentes, sean de quienes sean, son los primeros traidores cuando huelen el vacío de poder de sus antiguos jefes. Su única duda es si a último momento la líder del kirchnerismo no le jugará una mala pasada volcando todo su esfuerzo en Florencio Randazzo. Los últimos gestos de Cristina ponderando a su ministro del Interior son mirados sin tremendismo pero con atención por los sciolistas, que se perturban al ver tan sonriente al hombre que inaugura trenes y entrega documentos nacionales de identidad.
La suerte política aún no está echada. Sí la de 40 millones de argentinos que viven con inseguridad cotidiana y, según el observatorio de la Universidad Católica Argentina, con el 30% de la población en estado de pobreza. Nada menos.