Uno de los desafíos más importantes que tienen las biopics es dar la talla de la esencia del personaje en cuestión. Pero mucho más complejo es cuando esa figura, en este caso Fito Páez, no sólo está viva sino que está atravesando una de las etapas de mayor popularidad de su carrera. “El amor después del amor”, la serie que estrena Netflix el miércoles 26 de abril para toda Latinoamérica, logró a lo largo de los ocho episodios afrontar ese desafío original y superarlo ampliamente. Juan Pablo Kolodziej, showrunner, productor ejecutivo y cuñado de Fito, tuvo mucho que ver para que la historia que refleja la pantalla sea un espejo de la realidad de Páez. Lo que se ve en la trama que parte desde su infancia y adolescencia en Rosario en los años 70 hasta el Vélez repleto de 1993 es ese camino repleto de ausencias, tragedias y también descubrimiento, amor y disfrute que llevó a Fito a ser un protagonista clave de la escena de la música argentina en las últimas cuatro décadas. Hay algo mágico que ocurre en cada una de las secuencias, y es que todos los personajes son absolutamente creíbles. Desde el padre de Fito (maravillosa interpretación de Campi), hasta la tía Charito, Carrizo, la Belia, la Pepa y todo ese entorno familiar que fue un muro de contención afectiva y amorosa del niño (Gaspar Offenhenden) que había perdido a su mamá desde muy chiquito. Esa culpa de sentirse vivo tras la partida de su madre es una constante a lo largo de la historia, y está trabajado con sutilezas, sin trazos gruesos desde una cuidada dirección conjunta de Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal. La composición que hace Ivos Hochman es un hallazgo. Verlo hablar, tararear una canción, moverse y cantar (la voz es la de Agustín Britos) es ver al mismísimo Páez. Lo mismo ocurre con Micaela Riera en el rol de Fabiana Cantilo; Andy Chango como Charly García y Joaquín Baglietto, el hijo de Juan, en el rol de Baglietto. Julián Kartún, líder de El Kuelgue, hace en cambio una versión muy particular de Spinetta, en la cual sin arrimarse a un parecido estético ni a los guiños que tenía Spinetta, logra dar la calidez y la sensibilidad que transmitía el Flaco. “El amor después del amor” hace un ida y vuelta en el tiempo que es muy logrado, como para que el espectador/a no olvide que ese pibe talentoso que llegó a lo máximo recorrió un sendero plagado de espinas y flores. Y en esa espiral emocional está la oscuridad de la Dictadura, la resistencia del papá que no quería ni darle la llave del piano de mamá Margarita, los comienzos con Staff en la etapa de la secundaria, el ritual de comprar discos en Oliveira (antes de que sea una casa de instrumentos musicales) y el momento en que Baglietto lo invita a jugar en las grandes ligas. Ahí es cuando se ve más que nunca que “Rosario siempre estuvo cerca”. También está muy bien plasmado el vínculo con sus grandes amores: Fabiana Cantilo y Cecilia Roth, pero especialmente en la primera, desde los comienzos en que era el tercero en discordia por Charly hasta esa relación de empatía, contención y hermandad que rige hasta hoy. La muerte de su padre primero y después el terrible asesinato de su abuela, su tía y la empleada embarazada enfocan cómo Fito se convirtió, ya en uno de los picos de su carrera, en “este hombre enreverado” que cita en “Al lado del camino”. Los últimos episodios giran sobre Fito ya estrella de rock, con diez Gran Rex abarrotados, y con Charly haciéndole la misma reverencia que él le hizo al conocerlo. El final es tan logrado como la escena acuática del comienzo, con el pequeño Fito mirando a La Máquina de hacer Pájaros en el Astengo y el link con ese mismo pibe años más tarde en el primer estadio Vélez colmado de su vida. Nadie sabe aún si continuará la serie, pero Fito sigue escribiendo su historia. Y lo mejor es que la seguimos leyendo y cantando con alegría en el corazón.