Cuando se abrió el calendario electoral que lo llevaría a la cúspide del poder, Javier Milei se entregó a una entrevista en los estudios del canal Todo Noticias (TN). La periodista Luciana Geuna le hizo una pregunta directa. “¿Cree en la democracia?”. No pudo responderla. Ante la insistencia, el ahora presidente dio vueltas, se enredó en justificaciones y se peleó con la entrevistadora sin poder o sin querer contestar una pregunta tan sencilla.
Hace un par de días el periodista Esteban Trebucq, fichado este año por La Nación+, escribió una columna de opinión en el portal Infobae donde da algunas señales para entender las razones por las que el líder libertario no quiso responder ese interrogante básico. La nota lleva por título “Por qué no entienden a Milei”. El hilo argumental de todo el artículo es una evidente elegía a su carácter autocrático.
Milei detesta a los políticos y la rosca parlamentaria, algo que no entiende ni le interesa entender. Salvo los números de las planillas que marcan los asientos contables, para él la representación republicana, por caso el Congreso y los gobernadores, son un “abuso de la estadística”, como dijo Jorge Luis Borges cuando le hicieron la misma pregunta que a Milei.
No hacía falta el desesperado panegírico de Trebucq. Milei ya lo había dicho públicamente en una entrevista con Jonatan Viale: los políticos son unas ratas que no se dan cuenta que la gente los detesta y lo aman solamente a él.
¿De dónde saca Milei esa fervorosa percepción? Ya hay sondeos muy variados que coinciden en una caída importante en la imagen de gestión, algo inédito para un presidente que lleva dos meses de gobierno. El ajuste, que no fue a la casta sino a los ingresos medios y bajos, está impactando en la consideración ciudadana hacia una administración que no da una sola buena noticia que ayude a morigerar la brutal poda en jubilaciones y salarios.
¿Por qué entonces Milei cree que tiene una abrumadora mayoría que lo banca y se la banca? En su obsesivo comportamiento en las redes sociales puede estar la respuesta. Los que siguen las estadísticas de X (ex Twitter) sostienen que el presidente pasa entre tres o cuatro horas diarias a escribir, dar likes o repostear comentarios por esa red social. En una nota reciente del diario Clarín describen que Milei, muchas veces, pasa noches enteras sin dormir dándole con frenesí al teclado de su smartphone.
Con esa lógica se entiende el nombramiento de Manuel Adorni como vocero presidencial. El periodista, además de coincidir con su ideario liberal, es un furioso participante de X al igual que Milei. Incluso le otorgaron un premio Martín Fierro Digital al mejor tuitero de 2023.
Adorni es la punta que sobresale de un ejército comunicacional, con oficinas en la Casa Rosada, que llegaron a ese lugar de poder desde el anonimato digital. Trolls dedicados a predicar la buena nueva libertaria y atacar a todo el variado movimiento “woke”.
En su “batalla cultural”, el presidente se siente pleno y entendido en esa burbuja digital. El problema para Milei es que una república se asienta sobre instituciones y no en avatares, muchas veces falsos, de una cuenta en las redes sociales. Ese desfasaje entre lo real y lo virtual lo lleva más a interesarse por los nombres de sus seguidores y no el de los diputados y senadores que tiene La Libertad Avanza, a quienes casi no conoce ni sabe cómo se llaman.
Como buen populista, Milei tensiona a todo el sistema desde las márgenes de las instituciones. Ya como presidente, razona como un candidato en campaña permanente. Piensa que si esa personalidad lo llevó hasta acá, arropado por la popularidad de más del 55% del balotaje, no tiene por qué cambiar. El inconveniente es que los apoyos son lábiles en un escenario de inestabilidad económica y política.
Por ahora hay una mayoría que lo sostiene. Pero no le alcanzará en un futuro cercano con sus adláteres digitales. Una democracia es diálogo, consenso, encuentros, alianzas parlamentarias, gobernadores de provincias. Por eso Milei no pudo contestar una pregunta tan básica