Más allá del repudio que concitan y el miedo que van instalando, esta mensajería amerita varias lecturas y en distintos niveles. ¿Qué objetivos persiguen, qué dicen o quieren decir los que ordenan y ejecutan las balaceras? ¿A quién o a quiénes les están hablando a los tiros?
Adentro y afuera
Por la dinámica actual de la violencia en Rosario, mayormente gerenciada como un negocio desde las cárceles, se entiende que esta mensajería tiene origen tras las rejas. Muchos ataques, no sólo las balaceras a dependencias penitenciarias, aluden directamente a la vida en los pabellones. A partir de mensajes sobre las condiciones de detención de los denominados “presos de alto perfil”, en general por la resonancia pública de sus actividades criminales, el comunicador e investigador del Conicet Mauricio Manchado los aborda como “parte de una batalla discursiva” y en su relación entre el afuera y el adentro de los penales.
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Manchado pone el foco en los presos de alto perfil como quienes ejercían un gran poder en la calle y ahora en prisión suelen encontrarse con limitaciones. “Estos mensajes tienen doble resonancia: hacia afuera, pero también hacia adentro disputando estas clasificaciones de alto perfil. «Si nos ponen esta clasificación, vamos a tensionarla y demostrar que podemos seguir haciendo cosas aunque nos quieran limitar» sería el mensaje hacia la cárcel”, explica.
El comunicador ve hacia el afuera “una puesta en escena y la construcción de cierto estatus”. Para eso recuerda cuando hace 15 años “en la cárcel el narcotráficante era tan mal visto como los abusadores por parte de presos que argumentaban «este me cagó a tiros cuando yo le debía guita, ahora que está en cana no lo voy a dejar convivir como si nada». Pero el poder que construyeron en sus territorios es tan significativo que ahora dentro de la cárcel tienen tanto prestigio que muchos quieren estar en los mismos pabellones”.
Para Manchado “estos mensajes hacia afuera son para recuperar el prestigio” que la cárcel pretende quitarles. “El amedrentamiento dice «no perdimos el ejercicio del poder, no somos menos de lo que éramos». Y es un mensaje hacia múltiples actores, no sólo al Estado y los rivales”, dice el investigador, y agrega: “También son una herramienta de negociación: una balacera afuera permite negociar adentro”.
Fue Ariel “Guille” Cantero quien primero apostó a convertir sus reclamos penitenciarios —no ser trasladado a penales lejos de Rosario— en cuestión de seguridad pública cuando en mayo de 2018 ordenó balear domicilios donde habían vivido los jueces que lo habían condenado como líder de Los Monos. Esas balaceras, de origen desconocido durante meses, incorporaron un elemento distintivo cuando en agosto de ese año apareció el primer cartelito que inauguró un modo de delinquir en la ciudad: “Con la mafia no se jode”.
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Esa consigna genérica fue usada desde entonces por quien quisiera amedrentar al verdulero de la esquina o a su tía. Un uso distinto le dio Esteban Alvarado cuando hizo dejar ese mensaje junto al cadáver del prestamista Lucio Maldonado con la intención de desviar la pesquisa hacia Los Monos. Y como suele pasar en el mundo de la publicidad, su uso exagerado por cualquier descuidista le puede quitar efecto como a los dichos del pastor mentiroso o convertir cualquier gaseosa en coca.
Panfleto a morir
Era agosto de 2022 y dos miembros de la llamada “banda de Mauro Gerez” que habían esquivado los allanamientos y detenciones de sus cómplices rumiaban su bronca por Whatsapp. Cómo podía ser que “para frenar una guerra agarran a una sola banda”, se preguntaban indignados sobre la redada que buscaba aplacar la violencia que había disparado la tasa de homicidios en los barrios Ludueña y Empalme Graneros al compás de la disputa por el control territorial del delito entre esa franquicia de Los Monos y la banda de Francisco Riquelme, sindicado líder de otra gavilla gerenciada desde la cárcel y vinculada con Alvarado.
—Tenemos que hacer la de los panfletos. Va como piña, no hacemos daño, no hacemos maldad a nadie. Se lo tiramos en el Centro de Justicia Penal, los medios van a hablar.
—Hacemos una hoja y sacamos fotocopia.
—La vamos a pensar, lo redactamos bien, le vamos a pegar a la otra banda, a los fiscales, a todo el que sea con Fran Riquelme. Acordate, el fiscal se va a querer morir, va a tener que salir a allanar a otro lado. Le vamos a empapelar todo amigo. Panfleto, panfleto, panfleto a morir, loco.
—Panfleto y aerosoles, le vamos a llenar el culo de preguntas al fiscal.
—Va a dar resultado, hermano. Ayer miraba a Pablo Escobar, a ver qué podíamos hacer. Puse el capítulo de cuando le llevan la familia en cana, que después la largan. El loco empieza a ofrecer plata para que maten policías y después...
Los volantes finalmente aparecieron en sitios públicos como el Pami de Arroyito y el Centro de Distrito Sur. “Fiscal Socca, dejá de vender humo con gente que Fran Riquelme te apunta. Y el otro fiscal Edery, hacen meter presos a gente que Ungaro, Funes y los Riquelme le apuntan para arreglar las condenas, abreviados y estadías en pabellones comunes”, decían los panfletos como una operación de prensa tumbera que pretendía marcar la cancha en la agenda de las noticias policiales.
Dos datos llevaron a los investigadores a buscar el origen de la volanteada en la banda de Gerez: uno eran las imputaciones de esa semana a unas 30 personas vinculadas a esa organización; por otro lado, la alusión a Ungaro, Funes y Riquelme les daba a entender que se trataba de rivales. La sospecha se confirmó al hallar audios con esas conversaciones en el celular de Jonatan Almada, imputado primero como organizador de la banda y luego por “amenazas coactivas calificadas para obtener alguna medida o concesión de parte de cualquier miembro de los poderes públicos”.
Sin embargo la lectura de esa panfleteada como un amedrentamiento a la Justicia no fue la única. Los hampones aludidos también presumieron que el mensaje ameritaba una respuesta de ellos. Tres días después el Distrito Sur volvió a ser utilizado como “medio” para dejar un mensaje, esta vez con cuatro tiros y una nota con otro destinatario: “Guille Cantero controlá los gatos, Matías César Pino. Los Picudos baten la cana. Atte La Mafia”.
Ese efecto de la panfleteada puso en escena otra lectura: los mensajes que parecían intentar que los fiscales no investigaran a los emisores también —o en realidad— pedían que fueran investigados sus rivales. Esa posible lectura derivó en allanamientos contra esa banda que a partir del desmantelamiento parcial y momentáneo del grupo de Gerez se había quedado con el control de los barrios. Y unos 20 días después fueron imputadas 10 personas por integrar la banda de Riquelme.
Las disputas en Empalme y Ludueña siguieron, con menos poder de fuego de los contendientes. ¿Para quién o para qué era la panfleteada? ¿Fue una crítica a la Justicia por su arbitrariedad? ¿Un reclamo de igualdad de condiciones para ejercer violencia? ¿Un carpetazo a otra banda?
Múltiples lecturas
Una particular forma de este diálogo entre el adentro y el afuera de la cárcel tiene que ver con las múltiples lecturas que habiliten, más allá de la intención del emisor. Un preso objeta la labor de un fiscal y de la Justicia. Esta puede sentirse amedrentada y al mismo tiempo seguir las pistas que el mensaje sugiere contra determinada banda. Si el mensaje fue dejado en una balacera contra un medio, la prensa puede sentirse amedrentada. Si fue en una escuela, lo mismo puede ocurrir con los docentes.
Está claro que esta mezcla violenta de destinatarios, víctimas y blancos genera múltiples efectos que al final del día confluyen en uno común a todos: el miedo. ¿Será un efecto buscado o un daño colateral? Buscado o no, el efecto de generar temor en la sociedad rosarina se va logrando al punto de superar incluso ese mecanismo de negación que hasta ahora aparece —tanto entre dirigentes políticos como entre vecinos— como lo único capaz de mitigar el problema.
Un miedo que se expande al compás de la creciente perversidad que alimenta este particular esquema de comunicación al que si algo le faltaba era matar gente al voleo para usar como bandeja de salida. Al menos un homicidio de los ocurridos este año se investiga bajo esa hipótesis: el de Lorenzo “Jimi” Altamirano, el artista callejero de 28 años que el 1º de febrero fue raptado en la calle y llevado en un auto hasta una de las entradas del estadio de Newell’s donde lo asesinaron. Lo único hasta ahora parecido a un móvil pasa por la nota dejada junto al cuerpo: “Damián Escobar, Leandro Vinardi y Gerardo Gómez dejen de sacar chicos del club para tirar tiro en Rosario”.
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La hipótesis principal del crimen estableció que el mensaje destinado a una facción que gerencia el narcomenudeo de Villa Gobernador Gálvez a nombre de Los Monos había sido enviado por otro grupo de la misma organización por una deuda a partir de una carga de droga. No se descubrió hasta ahora el origen de esa idea de matar a alguien para mandar un mensaje así. Sólo queda preguntarse qué quisieron decir. ¿Fue un carpetazo contra una banda rival? ¿Un mensaje a la comunidad de Newell’s? ¿Cómo se explica que se asesine a una persona porque sí para mandar un mensaje que cuestiona a un rival por mandar a los pibes a tirar tiros?
Desde ese crimen hubo dos o tres crímenes en cuyas escenas se hallaron esquelas dirigidas a delincuentes con objeciones como “dejá de matar gente inocente”. Es evidente que esos mensajes, que podrían resolverse por Whatsapp, están promoviendo otras lecturas y destinatarios.
Manchado coincide en que es novedosa la incorporación de personas que no tienen que ver con los conflictos. “Estos mensajes siempre existieron pero ahora tienen nuevas formas de aparición en el espacio público, también con una suerte de espectacularización”, señala.
Crípticos y cerrados, pero para todo público; con algunos destinatarios precisos y otros no especificados. Interpelando al mismo tiempo a los rivales del barrio y las instituciones de la sociedad. En un punto, y a tono con la posverdad imperante, pueden decir lo que cada uno quiera leer. Amparados en el anonimato de cualquier odiador de redes o a la manera de los carpetazos que se arrojan entre políticos rivales, signo de estos tiempos violentos y sobreactuados, estos mensajes dicen mucho más de lo que expresan sus emisores. Y más allá del miedo y el rechazo que generan, esas lecturas deben empezar a hacerse para entender la actualidad de la ciudad porque, en definitiva, son una expresión de ella.