Si toda crisis es una oportunidad para crecer, la presidenta Cristina Fernández
tiene ante sus manos una formidable oportunidad para empezar a remontar la cuesta. Deberá dejar de
lado prejuicios, sed de venganza y, fundamentalmente, arrojar el lastre corporizado en varios
miembros del gabinete y en el jefe de Estado conjetural (Néstor Kirchner) que la han dejado en
situación de emergencia.
Julio Cobos podría ser la salida de un laberinto que encuentra por primera vez
desde el 2003 al kirchnerismo en emergencia. Si la sociedad clama por un respiro, exige palabras
mansas y el abandono de la crispación, la presidenta deberá poner la otra mejilla con su
vicepresidente.
"¿Usted cree que los Kirchner ponen la otra mejilla? No sea ingenuo, eso no
sucederá, espere que hable en Chaco y verá que tengo razón", le dijo a LaCapital un legislador
clave durante los días en que el conflicto se instaló en el Senado. No le faltó razón. Cristina se
paseó en sus discursos con dos ejes: ignorar lo que había sucedido la madrugada del jueves y
utilizar el verbo "defeccionar" para referirse a la tropa propia que se escapó del corral.
La Real Academia Española dice que "defección" es "la acción de separarse con
deslealtad de la causa o parcialidad a que se pertenecía". Por este camino, la crisis tomará un
destino institucional de resultado incierto —algo que ningún bien nacido desea— y la
tensión volverá a instalarse en las primeras planas.
Se ha escrito mucho sobre rumores de renuncia de la jefa del Estado una vez que
el resultado se consumó. Ojalá no sean reales porque, de tener verosimilitud, el ex presidente
Kirchner estaría al borde de la locura. "Cristina, nos vamos, renunciá. Esta gente a nosotros no
nos entiende. No se merece la revolución que les proponemos", le habría aconsejado el santacruceño
a su esposa, que, rápidamente, descartó esa opción.
Lo peor que puede pasarle a la Argentina es una nueva debacle de su cabeza
institucional. Cristina no debe irse, debe cambiar.
La bronca de la sociedad, primero manifestada con cacerolazos y concurrencia a
actos masivos organizados por el campo, mutó en armonía una vez que el tema tuvo su resolución en
el Senado. Pero nadie en su sano juicio pidió el descabezamiento institucional de la República. Lo
verdaderamente preocupante es que quien actúa en esa sintonía es el propio Kirchner. Un hombre
desfasado, fuera de la realidad, cargado de rencores y rodeado, apenas, de un núcleo de
intelectuales que cree que los años 70 deberían volver.
Kirchner, precisamente en la reunión con esos hombres de la cultura, la política
y el periodismo dijo, según reproduce Horacio Verbitsky: "Cuando me preguntaron por los votos del
PJ en contra del proyecto de retenciones contesté que no somos una sociedad anónima, que creemos en
la ideología. También me han insistido mucho por qué llevamos a Cobos como vicepresidente. Me
calientan la cabeza, que los radicales esto o aquello. Y la verdad es que me parece que no nos
equivocamos. Si en lugar de Cobos hubiera habido allí un compañero, ¿dónde estaríamos nosotros
ahora? En el pasado regalamos espacios que luego nos jugaron en contra. No repitamos esos errores,
tengamos esos espacios bajo control" (Página/12, 14/7/08). A Kirchner se le escapó la tortuga,
diría Diego Maradona.
El gobierno debería entender que apenas perdió una batalla pero debería
olvidarse de seguir guerreando con palabras. La belicosidad verbal (a la que también se sumaron
algunos referentes de las entidades rurales) llevará a que los conductores suicidas se estrellen.
Si Cristina convocase a su vice, aunque sea para la foto, remontará de inmediato buena parte de su
imagen raída.
Para volver a armar un modelo de gobierno que está en duda es hora de cambiar
actitudes, sí, pero también personajes. Nada justifica la continuidad de Guillermo Moreno como
titular de Comercio Interior, además de otros hombres y mujeres perforados por la realidad. No es
fácil que Kirchner & Kirchner abandonen la fábula de Esopo, pero resulta imprescindible. Es
hora de Ranas y no de escorpiones.
Cobos también deberá aprender de la historia y guardar recato. Su actitud
valiente puede esfumarse bajo los gestos demagógicos, como el que tuvo al llegar a Mendoza,
saliendo al balcón de su casa envuelto en una bandera argentina. Que no se olvide de Chacho
Alvarez.
Tras la estupidizante batalla campo-gobierno se vienen días y meses de
lucubraciones electorales. La oposición empieza a pensar en el 2009 en medio de una diáspora
difícil de remediar. Elisa Carrió jugará sus fichas en Capital Federal y seguramente cantará
victoria. En Santa Fe, Carlos Reutemann podría disputar la senaduría con Rubén Giustiniani; en
Córdoba Luis Juez confrontará con el reanimado Juan Schiaretti (léase su delfín) y en provincia de
Buenos Aires hay clima deliberativo en el peronismo.
La pelota, más allá de las tácticas de calendario electoral, está ahora en manos
de Cristina. Necesita aire para sobrevivir, consenso para gobernar y coraje para desprenderse de
los salvavidas de plomo. Es ahora o nunca.