El barrio República de la Sexta, también conocido como “La Siberia”, está encerrado entre avenidas. Pellegrini al norte y 27 de Febrero al sur. Los emblemáticos edificios de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) le dan un toque distinto sobre la barranca y un aire especial. Pero también hay una zona descampada que pertenece a la UNR y que fue expropiada para la construcción de nuevos edificios académicos que nunca se hicieron. Allí viven hace muchos años unas cinco familias en distintas casas precarias. Entre ellas la de Noemí Fernández.
La mujer tiene las manos en alto: “No me hagas esto, no me tirés”, dice como si hablara con alguien. Y de esa manera inocente reconstruye lo que ella supone fue la última frase de su hijo, Dante Iván Fiori, a manos de un policía de civil que le disparó con una nueve milímetros. “A mi hijo lo mató ese policía y después le plantaron un arma Bersa calibre 22. Pero no hubo tiroteo”, dice Noemí sentada en el descampado en La Paz y Esmeralda, a metros de donde murió su hijo el 16 de abril pasado.
Oficial. Si bien los hechos aún están en etapa de investigación, la versión oficial habla de una tiroteo entre Dante y el policía Luciano S. “en una secuencia compatible con la de un robo seguida de enfrentamiento”, como lo definió el fiscal de Homicidios Miguel Moreno.
Sucedió a las 3.30 del 16 de abril pasado en La Paz entre Chacabuco y Esmeralda. Allí estaba el efectivo de la Policía de Investigaciones (PDI), de 34 años y vestido de civil, junto a un chico de 15 años. Ambos salían de la casa de unas amigas del policía. Entonces, según la versión dada ese día por testigos y recogida por la fiscalía, un joven armado con una pistola calibre 22 (sería Fiori) interceptó al agente y al chico antes de que subieran a un auto y los asaltó. Cuando el ladrón se iba, el policía se identificó y le dio la voz de alto. En esa circunstancia se produjo un intercambio de disparos. El ladrón recibió tres balas de frente y una por la espalda. Murió en el lugar.
Pero la familia de Fiori, sobre todo su mamá Noemí, su hermana Paola y su prima Pamela, dicen y aseguran otra cosa. Y esperan los resultados de las pericias sobre el cadáver mientras hacen marchas por el barrio y a Tribunales para “pedir justicia y que este policía pague por lo que hizo, matar a mi hijo”.
No robó. Las mujeres aseguran que ese día Dante no intentó robar nada a nadie. “Paola lo trajo a mi hijo tipo 3 de la mañana a casa. Me acuerdo porque yo estaba en la cocina y en el canal Crónica decía 3.23 horas. La despertó a la novia, que también vive acá. Le dijo si quería ir a la casa de Chichi, un chico que vive cerca. Pero su novia no quiso. Dante agarró la campera y salió”, dijo Noemí.
Atravesó ese descampado nocturno hasta llegar a la esquina de La Paz y Esmeralda. “No alcancé a entrar a la casa que escuché como seis tiros, todos de un arma que no era 22 (dice como sabiendo de armas). Le dije a mi sobrina y a las chicas que fuéramos hasta la esquina. Cuando llegué vi que ya había un móvil de la policía. Y cuando pregunté quién era el pibe que estaba tirado me dijeron que no era Dante, que estaba vestido distinto a como estaba mi hijo”, dijo Noemí.
La mujer, con voz apagada, cuenta que esa noche dio una vuelta a la manzana y que al llegar cerca del cadáver un policía le dijo que se fuera a su casa, hasta que finalmente un vecino le confirmó que el muerto era Dante.
“Mi hijo estaba trabajando como carnicero y además había estudiado panadería. Tenía un hijo, Jair, que pregunta por el padre siempre y que ya no sabemos qué decirle. Tenía antecedentes de menor de edad pero ya no hacía nada malo”, asegura Noemí mientras Pamela, prima de la víctima, enfatiza: “Lo que pasa es que la sociedad te condena, ¿Por qué lo tienen que matar?”, se pregunta la joven.
Ellas dicen que el policía estaba en la casa de “dos pibas del barrio” y que Dante caminaba cantando la marcha de Newell’s. “Era fanático”, dicen, y que el policía lo vio, “le gritó algo y le tiró a matar”.
Noemí recorrió el barrio buscando testigos, gente que haya escuchado o visto cómo fueron los instantes finales de su hijo. “Ya encontré a varios que vieron lo que pasó”, cuenta muy segura.
Otra versión que maneja la familia y por la cual no dudan en calificar la muerte como un caso de “gatillo fácil”, es que el mismo policía que le disparó arrastró el cuerpo unos metros y que le plantó un revólver que no le pertenecía al muchacho. “Todas las balas que levantaron eran calibre 9 milímetros. Entonces, ¿de qué balacera hablan? Lo mató a sangre fría”, dicen las mujeres y Noemí vuelve a contar la historia de las manos alzadas: “Mi hijo le dijo «no me hagas ésto, no me tires, no me mates» y éste tiró”, relata mientras baja ella sus propias manos.