“¿Están listos para ir a la huerta?”, pregunta una docente a niños y niñas de segundo grado. La invitación a poner las manos en la tierra siempre entusiasma al grupo, que rápidamente busca su campera y se organiza en fila para salir al patio. El trabajo que realizan en esta época del año consiste principalmente en remover la tierra de los canteros para la siembra y proteger los cultivos de la helada. Algunos rabanitos, plantas de lechuga y hojas de habas ya empezaron a asomar, aunque saben que hasta la primavera no verán los frutos de su quehacer.
Esta actividad se repite todas las semanas en el espacio de huerta que el Colegio Joan Miró de Funes brinda a nenes y nenas de primero a tercer grado. El proyecto se enmarca dentro de las áreas educativas formales, en un espacio que no es el tradicional y que propone el acompañamiento filosófico y el aprendizaje de distintos procesos hacia una alimentación consciente y saludable.
En diálogo con La Capital, la psicóloga Jorgelina Russo, directora del establecimiento y la docente de huerta Silvina Galván se refieren a la implicancia que tiene la filosofía en este tipo de proyecto.
“La huerta es una de las actividades privilegiadas que despierta el apasionamiento por el conocer y aprender, y eso es lo que nosotros queremos permanentemente recuperar en la escuela, y que sea en el marco de la experiencia donde se genere el interés y pueda el estudiante conectar con ese aprendizaje”, destaca Russo en concordancia con el proyecto de huerta y los objetivos de la institución.
“Mientras estamos desarrollando una huerta podemos aplicar herramientas del pensamiento creativo y ético y eso nos permite mirarnos a nosotros mismos y desautomatizar ciertos procesos”, agrega la directiva.
Desde su experiencia como profesora especializada en filosofía con niños y autora de Filosofía en la huerta —el libro recientemente publicado por la editorial Bonum— Galván explica en qué consiste este proyecto que se desarrolla en la escuela desde hace casi veinte años.
“La huerta puede hospedar procesos y proyectos filosóficos, un ámbito del pensar que escuche el latir profundo, más allá de las palabras”, señala la docente sobre esta actividad donde los chicos se sienten protagonistas, asumen responsabilidades, reflexionan sobre las tareas y aprenden a esperar. Galván coordina este espacio junto a otras docentes, quienes se ocupan de organizar las tareas de la huerta de manera colaborativa entre los diferentes grados.
“La filosofía con niños no plantea poner a los chicos a pensar sobre ciertos autores que no van a entender, al contrario, le damos la posibilidad de desarrollar el pensamiento en el hacer de cada día, creativo, emprendedor y de pensar cómo me vinculo con otro”, afirman las educadoras.
Práctica filosófica en el aula
El libro Filosofía en la huerta que la profesora Silvina Galván registró de sus experiencias en contextos naturales con niños, es una invitación a expandir el quehacer de la huerta hacia otros espacios y que más educadores puedan replicar esta iniciativa.
“Resulta incómodo preguntar acerca de la relación que existe entre la huerta y la filosofía. Parecieran espacios que no suelen superponerse. Uno hecho de barro y plantas comestibles, que se sustrae a la palabra y que exige un tipo de esfuerzo físico, que el mero pensar parece esquivar”. De esta manera, la autora abre en su libro la pregunta que deriva en la primera tarea: incorporar la práctica filosófica en los procesos de enseñanza y aprendizaje y que la huerta sea un espacio nuevo para pensar con chicos y chicas.
—¿Cómo aplicar un proceso filosófico mientras se trabaja la tierra?
—Ese es uno de los grandes desafíos, no solo como pensadores sino como hacedores frente al futuro cercano. Crear nuevas formas de intervenir para relacionarnos con otros y con la tierra en procesos productivos y consumo responsable es uno de los desafíos. Verlo con los niños y la familia en una escuela es realmente constructor de futuro.
—Se trata de espacios de aprendizajes no tradicionales pero que se desarrollan en contextos educativos formales.
—La filosofía en la huerta está enmarcada en un proyecto institucional que lleva más de veinte años en la escuela, se articula la aplicación de matemática, lengua y ciencias a la huerta y desde la huerta. En el trabajo con chicos, que posibilita aprender y pensar haciendo en una huerta, se desarrollan metodologías para el hacer colectivo. Se toman y adaptan los contenidos que la maestra enseña en naturales mientras se trabaja en el espacio de la huerta. Cuando aprenden las fases de un proceso productivo como lo hicimos en años anteriores desde la producción de conservas o mermeladas, se aplican todas las áreas en un mismo proyecto. En informática, por ejemplo, diseñan las etiquetas y en matemática, analizan los costos. Ellos son los artífices y ponen en práctica todas las herramientas del pensamiento crítico de manera consciente.
—¿Cómo se organizan las acciones en el espacio de la huerta?
—El hacer de los chicos siempre me llama la atención y además son quienes mejor lo hacen. Me encanta escuchar las reglas que establecen entre ellos cuando se reparten las tareas y también cuando las rompen. Se trata de consensuar el trabajo, determinar quién lo empieza y quién lo continúa si se cansan. Es importante que puedan organizarlo de acuerdo a sus preferencias, porque no a todos les gusta tocar la tierra. Hay líderes ocasionales para cada tarea y cada día, es parte de esa transición del juego al conocer, de eso se trata la filosofía práctica, y es posible porque el proyecto tiene un margen de libertad para hacer en estos espacios.
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Portada del libro de Galván.
—Entre las curiosidades y el deseo de explorar que manifiestan los chicos, ¿qué los sorprende de este ciclo de aprendizaje?
—El trabajo grupal es para el niño el hacer más fácil y natural, casi al borde del juego. Se maravillan con esa semilla que sembraron y ese fruto que luego cosechan. Trabajar la tierra y vincular a los chicos a procesos productivos es respetar lo que ellos traen, algo que muchas veces las escuelas no hacen porque tienen que respetar contenidos y ciertas obligaciones. Entonces es importante resguardar ese espacio y no invadir su pensamiento y forma de proceder.
—En este quehacer colectivo se estimula la constancia, la paciencia y el trabajo en equipo pero también aparece la frustración.
—Las herramientas que nos provee la filosofía nos permite de alguna manera crear el tiempo para observar un proceso y valorar cada etapa, saber qué podemos esperar y que algunas cosas suceden y otras no. A veces es tan rápida la frustración que impide ver el deseo de satisfacción. Cuando nosotros construimos la forma en la que nos relacionamos con el mundo, esta forma particular que estamos teniendo nos lleva al apuro y a la resolución inmediata. Acompañar a la naturaleza es de alguna manera revelarnos porque la publicidad nos ha impuesto modelos de deseos.
—En el libro se repite la frase “De la huerta al pensar y del pensar a la huerta”. ¿Qué significado tiene?
—Cuando señalamos el ámbito del pensar, al menos de manera académica, nunca vamos a los haceres y a la consideración de las personas que llevan adelante esos haceres, eso produce una brecha en la forma en la que consideramos nuestros conocimientos y los valoramos. Nos toca reflexionar sobre lo que estamos haciendo y tener una punta desde la sensibilidad para empezar a pensar por ejemplo cómo solucionar algunos de los problemas que afectan nuestra tierra. Uno genera primero el gesto y la sensibilidad, y luego los mecanismos.
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El trabajo en la huerta permite el aprendizaje desde una actividad lúdica y grupal.
Silvina Salinas
—¿Cuándo se despertó tu interés y pasión por la huerta?
—Vengo de una familia humilde, vivíamos en una casa de zona sur donde los vecinos acostumbraban a sembrar en sus terrenos y hacer cosechas colaborativas. Cuando tenía ocho años, recuerdo que pasaban las verduras a través del alambrado y se intercambiaban zapallos, limones y otras más. La huerta tiene un plus que crea abundancia donde se aprende que de una planta pueden salir cuatro o cinco gajos y eso para un chico resulta algo mágico.
—Este proyecto puesto en práctica en una escuela de Funes, seguro entusiasma a muchas familias de la zona que se animan a sembrar.
—Después de la pandemia, nos encontramos que muchas habían hecho una huerta en su casa. Cultivaron aromáticas o sembraron con las semillas que se llevaron de la escuela. Por eso decimos que el trabajo con la huerta es algo circular, siempre regresa en un plantín, una semilla o en un proceso productivo.