“Si la familia puede lograr enamorarlos de las palabras, regula las pantallas, sigue contando cuentos y juega durante los cinco primeros años, a la escuela le será más sencillo enseñar”, valora la psicopedagoga Liliana González. Con la vuelta a las aulas y en tiempos complejos que siempre disparan múltiples interrogantes y miradas en torno a la crianza y la forma de educar, reflexiona sobre los vínculos y el rol del adulto.
“No existe la escuela perfecta, ni la familia perfecta, ni docentes perfectos. Muchas veces le pedimos capacitación al docente pero las familias se resisten a leer, informarse y escuchar, por eso deseo que se hagan preguntas y se den cuenta de lo que significa una crianza sana y saludable”, afirma la especialista, en comunicación con La Capital desde la ciudad de Córdoba.
En la búsqueda de herramientas que ayuden a fortalecer el rol educador de la familia y la función de la escuela, la psicopedagoga Liliana González coordina los cursos virtuales “Una pedagogía humanizante” y “Educar entre familia y escuela”, destinados a la comunidad educativa, padres, madres y estudiantes de carreras afines.
“En ese tejido que se va creando entre familia y escuela, hay que acompañar a cada niña y niño, conocer el proyecto pedagógico, saber cuál es el ideario de valores que tiene la escuela, donde por supuesto también van a surgir dificultades, malos entendidos y problemas”, apunta.
—¿Cuáles son los temores o inquietudes que siempre aparecen al inicio de clases?
—En general, las familias se preguntan cómo hacer para no repetir los errores, para no atravesar las mismas dificultades que el año pasado vinculadas por ejemplo, con las tareas. También dudan si la escuela elegida es la correcta, otras madres muestran su angustia porque todavía no encontraron un banco para sus hijos. Ojalá sea un momento donde los preparativos se vivan con alegría a sabiendas de que puedan surgir problemas de presupuesto o de organización. También acompañarlos para que puedan apropiarse del aprendizaje en busca de la autonomía, descubriendo sus capacidades y trabajando las dificultades.
—¿Cómo encarar el año para evitar sumergirse una vez más en la vorágine de actividades que hacen perder el foco en el aprendizaje?
—No hay que hacerles sentir que la escuela es un peso, en la mochila no debería faltar la alegría de volver a la escuela y eso no está presente en todos lados, a veces porque el niño no la está pasando bien, otras porque no aprende, no socializa o es víctima de bullying. Tampoco se percibe entusiasmo cuando la familia está esperando que abran las escuelas para hacer el depósito a plazo fijo hasta diciembre o se siente apesadumbrada por la logística de todos los días. Cada una lo resuelve como puede, lo que hay que observar es el estado psicofísico del niño, si puede o no puede con eso y cuántos momentos quedan para el encuentro familiar.
—Volver al aula también implica retomar algunos cuestionamientos en torno a la tarea y vocación docente en medio de una realidad compleja.
—Para los docentes, volver al aula implica renovar la pasión, la alegría del encuentro y el desafío de los desencuentros. Volver es renovar el pacto con el socioeducativo (la familia) tratando de brindar un lugar a madres y padres que favorezca el acompañamiento y el sostén del principio de autoridad pedagógica tan necesario. El malestar docente es frecuente y el bienestar es una búsqueda que algunos logran desde la pasión y en el encuentro con los alumnos. El docente es representante de la cultura y es difícil llevar adelante esta vocación desde la pobreza o un salario mediocre. El aula está cada vez más compleja porque además llega un gran porcentaje de chicos que no está educado por la familia y al docente se le hace difícil afrontar ciertas situaciones.
—La escasa o errónea forma de comunicar es una de las dificultades más frecuentes entre familia y escuela.
—El contrato está bastante deteriorado, en algunos casos casi roto. Muchas escuelas reconocen la presencia de los padres y que deben acompañar pero no saben cómo darles un lugar. Pocas instituciones han logrado construir un espacio para los papás, y no estoy hablando de escuela para padres, sino de un acompañamiento a través de talleres y como parte del proyecto pedagógico para trabajar las problemáticas del aula. Si el niño es violento o no tiene límites en clase, en la casa seguro sucede lo mismo. En muchas temáticas, familia y escuela deberían estar trabajando de manera conjunta para lograr un discurso común, una red social que les demuestre que no están solos. No hay forma de medir si suceden estos encuentros, pero en los cincuenta años que llevo de consultorio percibo familias cada vez más desorientadas pensando que la escuela tiene que hacer todo lo que ellos no hacen.
—El WhatsApp sigue siendo la vía de comunicación más rápida y utilizada, aunque también un espacio que habilita críticas y malos entendidos.
—Existe la creencia de que se puede solucionar todo a través de esta aplicación, cuando en realidad solo sirve para informar y está buenísimo. Todo lo demás, sea crítica a un docente, compañero o a la institución, sabemos que no lo frena nadie y es estigmatizante. Esto sucede porque no existe otro espacio de encuentro cara a cara, de diálogo y crítica positiva, que empiece a entender la complejidad del acto educativo y que las cosas que pasan en el aula, también pasan en casa y que lo mejor sería contar con un mismo discurso, y coherencia sobre todo en los valores que intentamos transmitir familia y escuela.
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Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
La familia y la escuela
Con más de treinta años de docencia en el nivel superior, la especialista en clínica de niñas, niños y adolescentes se refiere a la educación como un trabajo que se inicia en la familia. “Educar es transmitir los ordenadores básicos de tiempo, espacio, el registro del otro, es hacer del “pequeño salvaje” como decía Freud, un niño educado. Están llegando alumnos no educados a la escuela, algo muy doloroso porque significa un fracaso de la función familiar de la que nadie habla”, afirma.
“Si hoy aceptamos el chupete electrónico y evitamos su capricho o rabieta con las pantallas, no conocerán la frustración, el sentido de la espera o del otro como autoridad. Si la familia puede lograr enamorarlos de las palabras, regula las pantallas, sigue contando cuentos y juega durante los cinco primeros años, a la escuela le será más sencillo enseñar” concluye González.