17 de marzo de 2021.
Foto: Virginia Benedetto / La Capital
17 de marzo de 2021.
Creo que la última vez que hijes respiraron el aire escolar fue hace un año casi exacto. Esta vez respirarán con barbijos por la emergencia sanitaria, la pandemia y eso que ya sabemos.
La ansiedad de volver al reencuentro, al lugar de socialización con pares, aunque acotados por las burbujas protocolizadas, se manifestó evidente la noche anterior, cuando hija de 7 se sacó el piyama, se puso la remera y el short de la escuela y se tapó con las sábanas para que yo no la viera. Me reí con su ocurrencia, le di un beso y pronuncié: "Descansá que mañana volvemos a madrugar" (eso me lo dije más a mí...).
He sido y soy una defensora de la educación pública, de una educación en condiciones dignas, tanto en lo edilicio como en lo salarial y en lo formativo. Las distintas autoridades de la escuela que habitan hijes me conocen por mis notas en los cuadernos de comunicaciones, mis críticas constructivas, mis enojos, mis reclamos de ESI, y tantas otras... Supongo que me he vuelto esa madre de la cual yo renegué pero que entiendo hoy, en perspectiva, que era necesaria.
También entiendo que sola no se puede, que necesitamos más madres, padres, tías, tíos, que quieran sumarse y problematizar juntes, para que la educación realmente sea una prioridad en las gestiones, que atraviese los colores y eslóganes partidarios y transversalice los presupuestos, los proyectos...
Como asalariada, entiendo los reclamos de quienes no alcanzan un sueldo mínimo; que tienen que sumar horas aquí y allá para llegar a fin de mes, que no titularizan y todo lo que no sé pero lo puedo entender.
También creo que el año pasado han estado solas y solos. El cierre de la actividad escolar presencial puso en evidencia, a mi criterio, muchas, pero muchas, desigualdades.
La falta de conocimiento en el uso de herramientas tecnológicas, la falta de inversión para que esto no sucediera (no necesitamos una pandemia para saber que vivimos en otra era donde la tecnología puede ser una aliada en las clases); la falta de creatividad de muchas instituciones escolares, la ausencia de comunicación directa entre autoridades y familias (existen plataformas abiertas que se pueden utilizar en paralelo al cuaderno de comunicaciones), la imposibilidad de contemplar cada realidad docente... Un montón de microescenas que sucedían a la par de las microescenas familiares.
Familias encerradas. Madres solas (seguro hay un porcentaje de padres ídem, pero es siempre ínfimo, disculpen muchachos) a cargo del trabajo doméstico y del trabajo pago que también tuvieron que acompañar a su/s hije/s a hacer las tareas, a que no se detuviera el proceso de aprendizaje, que también tuvieron que jugar y además descansar.
Como pudimos, sostuvimos, acompañamos y resistimos. La salud mental será un tema que dará para llenar libros y charlas.
Pocas veces, creo yo, hemos escuchado o preguntado, realmente a las infancias y adolescencias. Por lo general no lo hacíamos antes. Durante la pandemia, menos.
Y las urgencias a veces, tapan lo importante.
Por eso, esta vez, por primera vez creo yo, no adhiero a la medida de fuerza que salió votada. No puedo empatizar en este momento en que mi hija durmió vestida. No puedo empatizar cuando conozco niñas que lloran porque en su burbuja no está su amiga de la infancia. No puedo empatizar, disculpen. Y no es pararme en otra vereda, ni hacer grieta ni nada de eso que pueda pensarse después de una lectura. Tal vez también este sea un momento en el que docentes y familias también podamos juntarnos, y planear, y construir, y...
Igual seguiré desde este ínfimo lugar de mujer madre trabajadora inquieta ofreciendo lo que puedo dar. La posibilidad de la escucha, las ganas de pensar en conjunto, el deseo de un presente menos desigual, la ilusión de un porvenir por construir.
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