Melisa Rolón y Agustina Saint Martin son fonoaudiólogas, egresadas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), y en su tesina de grado investigaron cómo el uso de lenguajes con características no propias de su comunidad estaba relacionado con el tiempo de exposición a las pantallas.
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El año pasado se instalaron en el jardín Nº 85 Rosa Berra de Gigli de la ciudad de San Carlos Centro y compartieron tiempo con niños, maestras y familias de la salita de 4 años. Según advierten en las conclusiones de su trabajo, la totalidad de los 35 alumnos de la salita estaba expuesta los contenidos de televisión, celulares o tablets.
También descubrieron que tres de cada diez niños hacían un uso del lenguaje oral con características no propias de su comunidad: el 75% utilizaba vocablos pertenecientes al castellano neutro, el 16,66% evidenciaba ausencia de yeísmo propio de la región, el 8,34% usaba el pronombre personal tú o ti y ninguno presentaba una entonación atípica o diferente a la de su comunidad.
Indagando a sus familias estimaron que el 68,58% de los niños de la salita pasaba frente a la pantalla entre media hora y tres horas por día, el 17,14% hasta media hora por día, y el 14,28% tres horas o más por día. Los dibujos animados eran los contenidos más frecuentes (39 %), pero también YouTube (22 %), distintos tipos de juegos (14%), videos (8%) o YouTube Kids (5 %). La lista de preferencias se completaba con canales de música infantil (3 %), películas (3%), televisión (3 %) y juegos de Play Station (1 %).
Durante los momentos de exposición a pantallas, un tercio de las familias indicaba que el contenido observado por los niños era previamente supervisado, otro tercio mencionaba que el chico se encontraba en la misma habitación que el adulto, pero éste estaba realizando otra actividad. Y, finalmente, en el 29 % de los casos, el adulto se encontraba al lado del niño interactuando con él mientras observaba el contenido.
Un mundo en neutro
El castellano neutro nació casi con el cine sonoro de Hollywood, como un intento de crear una variante artificial del idioma que resultara aceptable para diferentes públicos. Con la intención de ahorrar costos de doblaje, los productores de la industria idearon una suerte de español, desprovisto de las características específicas de un país concreto, con el fin de abarcar un mercado de mayor audiencia. La invención no estuvo desprovista de críticas por el empobrecimiento al que se sometían léxico y sintaxis propia del idioma.
Aun así, palabras como nevera o refrigerador, biberón, carro, palomitas de maíz, balón, cometa, portería, plátano, tocino, pastel o piña (la enumeración podría ser más extensa) emigraron de la pantalla grande a las producciones infantiles de consumo doméstico y, de allí, a las conversaciones infantiles.
Fernanda Felice es fonoaudióloga, docente de la UNR, especialista en alfabetización e inclusión y autora de cuentos para niños. Desde hace tiempo advierte cómo los chicos están incorporando en sus discursos expresiones de la lengua neutra.
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Para la profesional, ese aspecto no es uno de los más preocupantes, sino que la exposición frente a las pantallas es "tan grande y temprana", que no solo se suman términos que los adultos sienten ajenos a su lengua materna, la entonación o los usos verbales. Lo que más llama la atención, dice, es "escuchar a niñas o niños que no han podido apropiarse de la lengua materna y su decir se aproxima al discurso televisivo", algo que produce dificultades para comunicarse, jugar o socializar.
"Si una niña o un niño solo replica alguna de esas palabras que escucha en series, películas o producciones audiovisuales para la niñez no es una preocupación, lo importante es cuando chicas y chicos no se están comunicando efectivamente, porque lo que tienen para decir replica algo que escucharon", dice y asegura que se puede evitar que eso suceda "cuidando a las niñas y niños de la exposición a las pantallas y compartiendo espacios donde circulen otras palabras, relatos, espacios de diálogos y resguardando sus espacios de juego que son importantísimo para el desarrollo de la subjetividad, el lenguaje y el pensamiento".
Se trata, afirma, de "evitar que quedan refugiados en las pantallas, alejados de las verdaderas actividades relacionadas con la niñez como el juego, la literatura y las actividades compartidas con sus pares y con personas adultas".
Y, en esto no solo desempeñan un papel importante las familias, sino también la escuela. "La docencia tiene la oportunidad de promover otro tipo de espacios, porque muchos chicos y chicas no cuentan en sus hogares con tantas oportunidades". Entonces el aula puede ser un espacio donde abunde el diálogo el juego compartido, la literatura "todas formas que promueven el aprendizaje y son muy necesarias para la niñez de cualquier época".
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Las producciones de canales infantiles, destaca, intentan instalar una lengua neutra con un fin comercial, "pero las personas usamos la lengua de distintas formas, de acuerdo a nuestro territorio, nuestra historia", y por eso es necesario acompañar el despliegue del lenguaje de niñas y niños "porque más allá de una herramienta de comunicación, también incide en nuestra subjetividad y se vincula con el desarrollo del pensamiento".
Consumos y cuidados
Para Vanina Lanati, doctora en comunicación social, docente e investigadora de la UNR, el uso del lenguaje neutro no es una particularidad de las infancias del siglo XXI. "Otras generaciones consumíamos solo televisión y teníamos cierta identificación con sus personales. Lo que cambia actualmente es la multiplicidad de pantallas y formatos, y la cercanía que tienen niñas y niños con las personas a quienes siguen. Por ejemplo, pueden acceder a la música y las producciones audiovisuales de Lali, pero también ver qué desayuna o cómo se maquilla", reflexiona.
Y en esa cercanía, afirma, también entran las formas de hablar: "Se copian las características del personaje, el look, el modo de decir, las gestualidades o el uso de términos de un lenguaje más homogéneo".
De todas formas, no todas las producciones audiovisuales son iguales. El canal Paka Paka, apunta, puede pensarse como la contracara de esas producciones "que piensan a Latinoamérica como una sola región, homogénea, sin diferencias culturales ni en el uso del lenguaje, no solo entre países sino también entre regiones".
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Por eso, afirma, qué, cuánto y cómo consumen contenidos audiovisuales lo niños es responsabilidad de los adultos. "Ninguna pantalla en exceso es buena, porque nada en exceso es bueno. Pero las pantallas son valiosas. Durante la pandemia permitieron la continuidad escolar y cierta socialización. Si los adultos usamos a las pantallas como un chupete estamos en problemas, pero las podemos usar como ventanas que se abren a un mundo, que pueden ayudar en las tareas escolares. No hay que demonizarlas", concluye.