Son jóvenes, les gusta mucho pasar tiempo con amigos y sonríen con ganas cuando piensan en pasar las vacaciones en la playa. Además de esas coincidencias, Justina Gianatti y Esteban Mascarino se graduaron con los mejores promedios en la Universidad Nacional de Rosario. Ella se licenció en matemática el año pasado con un promedio de 9,88. El terminó ingeniería industrial con 9,83. Y ambos se consideran en deuda con la educación pública y aspiran a desarrollar su carrera profesional dentro del país. "Una forma de devolver todo lo que la universidad nos dio", vuelven a coincidir.
El martes, en la Facultad de Psicología, las autoridades de la UNR los distinguieron por su esfuerzo y compromiso académico. Un homenaje que compartieron con otros 78 graduados de las distintas carreras que se dictan en la universidad estatal (ver aparte).
Aún así, dicen, nunca se plantearon como objetivo ser los mejores alumnos. "Sí, me propuse cuidar las notas porque sabía que después eso me iba a ayudar para poder acceder a becas de estudios o participaciones en congresos, pero nada más que eso", dice Justina que no sólo resultó el mejor promedio de la UNR, sino también de todas las universidades de la provincia.
La libreta de Justina acumula 23 materias rendidas con 10, de las 26 que forman la licenciatura en matemática. Una carrera con un plan de estudios teórico de cuatro años, pero de mucho más largo aliento. "Es imposible hacerla en ese tiempo, porque además incluye una tesina de grado", señala. De todas formas, la muchacha se las ingenió para terminarla en cinco años, a mediados del 2012.
Esteban rindió las 42 materias de ingeniería industrial en cinco años y tres meses. Sólo en siete de ellas no sacó un diez. Dice que no hay recetas mágicas para sostener ese rendimiento académico. "Son muchas horas cola en silla. Tener facilidad para los números ayuda, pero sobre todo son muchas horas de estudio", afirma.
Una chica normal. Justina protesta cuando le dicen que es una "chica diez" o una estudiante modelo. "Nada que ver. Quizás sea algo autoexigente, pero nunca me privé de nada para estudiar", remarca.
Primera hija de una típica familia de clase media (mamá arquitecta, papá comerciante, hermano estudiante de ingeniería) nadie se alarmó cuando dijo que iba a estudiar matemática. Caía de maduro. "Desde chiquita participaba de las olimpíadas matemáticas. Hice la secundaria en el Politécnico y la mitad de mis compañeros siguieron estudiando en la facultad de Ingeniería. No fue ninguna sorpresa. Quizás yo tenía alguna incertidumbre respecto a la salida laboral, pero en mi familia siempre me apoyaron", recuerda.
Y no le fue mal, con 25 años Justina actualmente da clases en la facultad y está cursando el segundo año de su doctorado. Tiene una beca del Conicet y se desempeña en el Cifasis (Centro Internacional Franco Argentino de Ciencias de la Información y de Sistemas) donde empezó a desarrollar una tesis utilizando matemática aplicada en la distribución de energía.
Con cerebro ingenieril. Esteban también tiene 25 años. Se recibió en abril del 2012 y un mes después ingresó a la planta de John Deere. Cuando estaba en la primaria pensaba en ser médico como el papá, sin embargo cuando empezó la secundaria en el colegio La Salle pesó más su gusto por los números, heredados de la mamá arquitecta. "Los dos me dijeron que siguiera lo que me hiciera feliz y eso fue muy importante", afirma.
Se define como un chico estructurado, pero no cree que esa sea una característica particular de su profesión. "Es un mito. Tenemos una concepción ingenieril del trabajo que tiene que ver con mejorar las cosas, con ser creativo, inquieto y entrenados para resolver problemas", define y reconoce que generalmente las cuestiones más simples son los que más difíciles se les presentan. Ahí, sí, puede ahogarse en un vaso de agua.
Los años por venir. Con un buen presente, los dos tienen planes para el largo plazo que bien podrían definirse en tres etapas: seguir estudiando, perfeccionarse en el exterior y volver al país para desarrollar su carrera académica. "Una forma de devolver lo que nos dio la universidad pública", explican a la par que se manifiestan "profundamente agradecidos".
Mientras posan para las fotos que ilustran esta nota, los dos se ríen. "Esto es más difícil que rendir cualquier materia con diez", bromean. Pero Justina se pone seria: "Es importante que se muestre que hay otros ejemplos para seguir. Sobre todo en estos tiempos en que todo se quiere hacer tan rápido y tan fácil, es importante que los chicos vean que vale la pena estudiar, que vale la pena esforzarse". Ellos lo saben. Mientras tanto, en el verano sólo quieren ir al mar.