Los indicadores del segundo trimestre del año comienzan a mostrar que los brotes verdes de la economía, tras la recesión de 2014, mutan hacia una incipiente recuperación.
Los indicadores del segundo trimestre del año comienzan a mostrar que los brotes verdes de la economía, tras la recesión de 2014, mutan hacia una incipiente recuperación.
La evolución positiva del consumo, la construcción, la producción agrícola, el aumento de los depósitos en pesos y una desaceleración en la caída de la actividad industrial, le suman a la estabilidad financiera alcanzada a fines del año pasado un sendero de moderada pero sostenida expansión para la segunda mitad del año.
La contracara de esta tendencia es el fuerte aumento del déficit fiscal, tal como se conoció la semana que pasó en el informe brindado por el Ministerio de Economía.
El aumento se explica por las erogaciones destinadas a las tradicionales o nuevas prestaciones sociales, los gastos de capital y los subsidios destinados a sostener la actividad económica, en un período de default de inversiones.
Default apalancado por las fuertes expectativas que generó en el sector corporativo la posibilidad de acelerar el cambio de gobierno durante el año pasado.
Con todas las aristas de discusión posibles sobre la actual política económica, aparece claro que el equipo económico que conduce Axel Kicillof tuvo relativo éxito en tomar las riendas del ajuste que demandaban los agentes más poderosos del modelo económico en tiempos de cambio de ciclo mundial. Un pequeño revival de la primavera cambiaria de 2003.
El ajuste cambiario y la desaceleración salarial orientaron la hoja de ruta de este viaje al centro del ajuste, amortiguado por el despliegue de herramientas más heterodoxas, como el refuerzo de las políticas de inclusión, la administración de precios, los estímulos al consumo y la resistencia a la extorsión financiera que plantearon los fondos buitres y sus aliados internos.
Se ha escrito acá hace tiempo. Las transformaciones económicas y políticas a nivel internacional, en buena medida derivadas de las estrategias de salida de la crisis financiera que implementaron los países centrales impactaron en las condiciones económicas que acompañaron la expansión de América latina en la primera década del siglo.
Los gobiernos que condujeron políticamente ese ciclo, se enfrentan, con diferentes recetas y éxito, a la tarea de demostrar que pueden operar en ese contexto y transitar sus propias estrategias de adecuación.
Mientras el gobierno brasileño optó por transitar el camino de los recortes fiscales y monetarios recetados por la heterodoxia, con sus consecuencias lógicas de recesión y distribución recesiva del ingreso, el gobierno argentino eligió ya el año pasado cargar esa corrección a la cuenta de los principales beneficiarios de la primera parte de su gestión: los trabajadores asalariados de ingresos medios.
El camino de la recuperación de la tasa de ganancia por vía de la retracción salarial y del tipo de cambio fue poco aprovechada el año pasado por una burguesía extraviada que está más dispuesta a seguir en manada las señales apocalípticas que alimentan los parlanchines mediáticos de la city, que a reconocer sus propios intereses de clase.
El mal negocio de la retención de granos es sólo un botón de muestra. Los lamentos por el atraso cambiario de hoy son la consecuencia del stockeo demencial de ayer, cuando la devaluación era una realidad.
Este swap entre el negocio ofrecido por el gobierno y los tiempos corporativos para aprovecharlo, "obliga" al ministro de Economía, Axel Kicillof, a extender en el tempo ese ajuste salarial. Ya no con una devaluación sino planchando las negociaciones colectivas.
Luego de un año de pérdida de poder adquisitivo del salario, y cuando las condiciones económicas habilitaban a transitar un camino de recuperación, el jefe del Palacio de Hacienda se obsesiona
por obturarlo poniendo un corsé a las paritarias.
Este extraño intento de construir un Indec de pautas salariales es un servicio gratuito que el Estado le ofrece a las mismas corporaciones que sueñan con verlo rodar por el piso.
Los conflictos bancarios y aceiteros son claros en este sentido. Sólo la decisión de los empresarios de quebrar el ascenso de la organización de los trabajadores y la vocación del gobierno por congraciarse con el poder económico, explican la extensión de estas disputas.
A diferencia de las especulaciones sobre los motivos de las huelgas generales de las centrales opositoras y la discusión sobre el impacto real de la pelea por el impuesto a las ganancias, la histórica huelga de los trabajadores oleaginoso nació de una pura y dura disputa de ingresos entre la clase obrera y la clase propietaria. En el marco de una paritaria sin impacto en la inflación y desprovista de otra intención que no sea respetar la voluntad de trabajadores organizados en asambleas.
La pelea de los gremios que disputan ingresos en los sectores más fuertes de la economía interpelan fuerte a los actores políticos que se asumen como defensores de los trabajadores.