Un gobierno eficiente en términos políticos se sostiene sobre, al menos, tres patas. Primero, el gerenciamiento político, con todo lo que implica manejar un sinfín de hilos de acuerdos y compromisos. Segundo, el gerenciamiento del Estado, dificultoso si se llega con poca gente propia, y muchos de los que están no tienen experiencia. Y tercero, la hoja de ruta económica.
Para que la nueva administración tenga éxito sería ideal que funcionen los tres de la manera más aceitada posible, como le sucedió a Carlos Menem y a Néstor Kirchner. Si bien es largo de analizar, le tendrían que funcionar bien al menos dos de los tres factores. Sin embargo, la clave es el tercer desafío, porque si ese no tiene un desempeño adecuado, los otros dos no le asegurarán sobrevivencia. Se puede manejar la política con habilidad, pero si los indicadores económicos no responden, game´s over. En cambio, si el ministro Caputo acierta, la política y el establishment le harán reverencias.
La gestión libertaria ha tenido una semana con problemas en los tres aspectos mencionados al principio: 1) Diputados le estampó una media sanción con dos tercios, de modo que, si el presidente vetase, la ley podría confirmarse igual (mientras se retrasan la ley Bases y el paquete fiscal en el Senado); 2) el caos en el área social, con el vodevil sobre los alimentos en los galpones, los nombramientos por izquierda y la rotación de funcionarios (vamos por un promedio de una renuncia cada 5 días); y 3) las dudas sobre la sostenibilidad del esquema económico, porque el mercado cree que los dólares no alcanzan (amén de que siguen proliferando los augurios de lentísima recuperación). Las tres cuestiones sucedieron por deficiencias propias de la matriz oficialista.
Van seis meses y lógicamente se empiezan a sentir las deficiencias del esquema político, económico y administrativo de un experimento novedoso para la Argentina, sumado a que la novedad se va desgastando. Esta condición contextual también incide sobre la opinión pública: ¿cuándo sale la primera ley?, ¿cuándo se reactiva la economía?, ¿qué otra novedad hay además del ajuste puro y duro? Preguntas que empiezan a surgir en sectores sociales afines al presidente.
Las dificultades en el primer factor mencionado al inicio, el gobierno se las puede cargar a la cuenta de la casta. Las del segundo a la falta de experiencia, que la mitad social que aprueba lo disculpará por un rato largo. Sin embargo, las del factor económico son todas de Milei, teniendo en cuenta que a) es la principal asignatura, b) él es economista (lo cual le dio un hándicap especial en la campaña) y c) el primer mandatario está dando un debate particular contra parte de la biblioteca, revestido de una mística filosófica/teológica. Por consiguiente, si falla el esquema le quedarán pocas excusas. A diferencia de los anteriores presidentes, que ante una crisis cambiaban al ministro de Economía de turno, pero no quedaban pegados como autores intelectuales, más allá del costo de haber avalado una estrategia que no funcionase, en este caso, si se produce una crisis, el amortiguador es mucho más estrecho (y el golpe se sentirá más).
Un eventual escenario
Si se produce una crisis económica y/o política, ahí vamos a ver al verdadero Milei, porque eso traerá aparejada toda una serie de replanteos que excederán al tema específico. Ahí estarán los buitres volando en círculos para aprovechar la situación. Cuánto más cercanos al gobierno, más peligrosos, porque le querrán cobrar muy caro al presidente cierta desidia en el manejo de las relaciones personales. Al mismo tiempo, puede ser que se revalúen las acciones de algunos personajes.
¿Cuántas veces tiene que ratificar un presidente a un funcionario de su más íntima confianza? Más allá de la relación personal, la insistencia en afirmar o negar nunca es una gran idea. Al interior y al exterior de la gestión crecen las dudas, más que aplacarlas. Digamos que fue una crisis mal manejada, además del batifondo con los funcionarios, en una de las áreas de gestión más resonantes en función de los desmanejos previos que se están investigando en la justicia, y que le daban aire al oficialismo en su batalla cultural contra una parte de la casta. Hoy esa ventaja se diluye por el propio ruido interno.
Para el gobierno es hora de revisar las fallas estructurales, más allá del éxito parcial que está teniendo en su lucha contra la inflación. Podría suceder perfectamente que dichas fallas atenten contra el logro de los objetivos económicos, a la corta o a la larga, y entonces la novedad se desgaste rápidamente.