“Ellos cuando estaban con el apoyo de los Cantero se la creían y mandaban a matar gente. Esa es la guerra que tengo yo”. La voz de Claudio “Morocho” Mansilla surge en un audio enviado en diciembre de 2019 desde la cárcel de Piñero, la prisión de la que escaparía a tiros en una fuga de película junto a otros siete presos un año atrás. El mensaje, enviado en medio de una sangrienta disputa con una familia del barrio Santa Lucía, se transmitió en el juicio federal donde el fiscal Federico Reynares Solari pidió este miércoles que sea condenado a 12 años de prisión por dirigir una banda de narcomenudeo y reclamó penas de 7 a 9 años para otros tres acusados.
“Muy pocas veces vemos que la prueba habla por sí sola con tanta contundencia como en esta causa. Esta es una organización mucho más vasta de lo que estamos analizando aquí. Estas personas hacían mucho más que vender estupefacientes”, dijo Reynares Solari el mediodía de este miércoles al presentar sus alegatos finales ante los jueces Mario Gambacorta, Eugenio Martínez y Osvaldo Facciano, del tribunal oral 3. Pidió además que los cuatro acusados sean alojados en cárceles federales. El 8 de agosto alegarán las defensas. Dos días después se dictará el veredicto.
La causa surgió de una investigación provincial por una saga de asesinatos en el barrio Santa Lucía en 2019. En allanamientos de diciembre de ese año se secuestraron casi cinco kilos de marihuana, un auto robado y dos celulares. Los mensajes condujeron hacia Mansilla como el líder de un grupo de vendedores barriales con un fuerte ejercicio de violencia territorial.
Morocho había estado 17 años preso por robo calificado y una causa federal hasta recuperar la libertad a mediados de 2018. A fines del año siguiente estaba otra vez detenido en la cárcel de Piñero por los crímenes de dos adolescentes en Villa Banana, un doble crimen que le valió una condena a 25 años de prisión. El 27 de junio escapó de Piñero junto a otros siete presos. Fue el último fugitivo en ser recapturado, en junio pasado, en la zona noroeste.
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En su alegato el fiscal acusó a Mansilla como organizador de tráfico de estupefacientes en la modalidad de comercio, delito agravado por la participación de tres o más personas, y pidió que sea declarado reincidente. Dijo que Morocho era quien “dirigía la estructura desde la cárcel”. Al resto de los acusados los consideró coautores de esas maniobras. Para Nahuel Damián “Pufli” Córdoba, a quien situó como un “gerente de logística”, pidió 8 años y medio. Requirió 9 años para Maximiliano “Menor” González como el encargado del territorio (pena a unificarse en 19 años con una anterior por homicidio) y 7 años y medio para Ezequiel Rodolfo “Colo” Romero, con un rol de menor de jerarquía.
Las muertes en Santa Lucía
En la segunda jornada de audiencias expuso Gabriel Ferroggiaro, investigador del Ministerio Público de la Acusación provincial que realizó la pesquisa sobre los crímenes en Santa Lucía y derivó actuaciones a la agencia federal tras el hallazgo de 4,888 kilos de marihuana, 122 gramos de cocaína, elementos de fraccionamiento, armas y celulares.
Se encontraron en un allanamiento del 24 de diciembre de ese año a la casa de “Pufli” Córdoba en Misiones al 2200. Los teléfonos, un Huawei y un Samsung, contenían mensajes que no sólo referían a la venta de cocaína y marihuana sino también a las disputas de la facción de Morocho con otra familia del barrio, los Giménez.
La saga criminal de aquel año se había iniciado el 2 de agosto cuando una mujer de 60 años, Catalina Aquino, lavaba la ropa en su casa de Misiones al 2100 y la vivienda fue atacada a tiros desde un Peugeot 206 gris. Salió a cerrar el portón y la alcanzó un balazo en la zona abdominal que la dejó gravemente herida. Al parecer los atacantes buscaban a uno de sus hijos.
Al mes fue asesinado su yerno Sergio Birri, atacado a tiros desde una moto en Estudiante Aguilar 7750. Días después un hijo de Catalina, Rubén Giménez, fue asesinado cuando jugaba al fútbol en una canchita de Pujato al 8000. Según la investigación, la familia ya había mantenido en 2014 un enfrentamiento con la gente de Morocho que recrudeció ese año.
Un audio de fines de diciembre atribuido a Mansilla alude a ese conflicto y a su rivalidad con la banda de Los Monos. “Ellos cuando estaban con el apoyo de los Canteros mataron dos minas. La de Carita y la otra mina de la Vía Honda”, le dijo desde la cárcel a Córdoba, quien según el investigador tenía agendado a Morocho como “Milhouse”. Un apodo que usaban los integrantes del grupo para llamarse unos a otros. Curiosamente, es uno de los sobrenombres que se le asignan al condenado como jefe de Los Monos Ariel “Guille” Cantero.
El mensaje aludía al crimen de Sol Jazmín Delgado, una chica de 21 años que tres días después del ataque a Catalina Aquino fue asesinada en una balacera a una casa de pasaje Serén al 7700. Era pareja de Carlos Saúl “Carita” Gómez, que resultó herido en ese incidente, fue detenido como un soldadito de Morocho y está a la espera juicio oral por la balacera a Aquino y otro homicidio.
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“Ellos se la creían y mandaban a matar gente a full y ahora nosotros les tocamos al cuñado y al hermano y ni un tiro tiraron todavía. Esa es la guerra que yo tengo”, sigue Mansilla en el audio, donde explica por qué buscaban a un familiar de Aquino: “El loco estaba por hacer matar a mi mamá. No lo hicieron porque no encontraron la casa. Tienen fama de andar haciendo matar mujeres. Yo les hice matar el hermano y el cuñado y le quiero hacer matar al suegro”. Con esas muertes buscaba acorralar a la familia hasta que dijeran “por culpa de Lalo estamos así, vámonos todos a la mierda de acá”.
Cuando abrieron el celular de Córdoba y escucharon ese mensaje asignado a Morocho, según Ferroggiaro, los investigadores provinciales terminaron de confirmar su hipótesis: “El grupo de Mansilla buscaba a Lalo. Querían que se fuera del barrio la familia Giménez, que en algún momento había tenido el apoyo de la familia Cantero y eran conocidos rivales de Mansilla”.
En otro diálogo del 9 de diciembre Mansilla habló sobre un preso que se había ido con permiso del pabellón 4 y no volvió a presentarse: “Conmigo tuvo la remejor, pero salió a la calle y se hace la minita. Ni cabida me da. Lo recibí, lo reinstalé. Para que no me pase el número a mí, algo raro hay. O trabaja con algún enemigo mío o se quiere hacer el súper narco conmigo”. Esto, para el investigador, es demostrativo de cierta práctica por la cual personas detenidas ”una vez que salen, comienzan a trabajar para la organización”. Para el fiscal, en tanto, revela el perfil de líder en el que se ubica el propio Mansilla.
Costos y beneficios
“Son bastante elocuentes los audios acerca de cómo operaban con este afán de ampliar su dominio territorial”, dijo Ferroggiaro sobre un mensaje en el que evalúan "los costos y beneficios de darle con todo a alguien porque les salía plata contratar sicarios”. El mensaje decía: “Tengo pensado hacer una banda de cosas, pero hace como dos semanas que no mando atentados. Estoy juntando. Quiero darle baja al del Viejo pero todos te cobran y quiero juntar una monedita para empezar a hacer las cosas. Rescato uno que baje, gatille y le hago dar de baja. Ahora tengo en mira ese, darle de baja al Viejo así tenemos más clientes ahí”.
Además de fotos con armas, en los mensajes hablan de sumas de dinero y de operaciones de compra o venta de “lo blanco”; “lo verde”, “pucho” o “humo”. Para el fiscal, las conversaciones dan cuenta de las relaciones de subordinación del grupo hacia Mansilla y de cómo a éste “le preocupa el territorio”, siempre en posición de quien da las órdenes.
“Tiene ascendiente sobre este grupo de personas y es consciente del poder que tiene”, analizó el fiscal. En los audios que se le asignan a Mansilla se percibe el ruido de fondo de un pabellón carcelario. El 21 diciembre explica que no había mandado mensajes en todo el día a causa una requisa: ”Voy a apagar el celu. Cayeron la gorra a full. Mucha yuta. Los sacaron a todos para afuera. Recién abren”. Para el fiscal, el hecho de estar preso acentuaba en Mansilla esa posición de dominio y le daba prestigio: “Mansilla decide quién va a recibir el material estupefaciente, quién se lo va a recibir, quien se lo va a llevar. El decide, los otros ejecutan”.