Lo último que vio la novia de Lucas Cicarelli antes de correr por ayuda fue que dos ladrones se abalanzaban sobre el mozo de 30 años en una plataforma de material frente al río, detrás de la baranda de seguridad, donde la pareja se había sentado a charlar después del trabajo. La chica de 18 años encontró a unos amigos que charlaban en un banco de la costa central, les avisó lo que pasaba y fueron ellos quienes llamaron al 911. Antes de que llegara la policía regresó a la escena del robo, pero sólo encontró un paisaje mudo: “Ya no había nada. Ni mis cosas, ni Lucas, ni las dos personas que habían robado”.
A Lucas lo encontraron sin vida 25 metros barranca abajo. Según la investigación fiscal, cayó al vacío en medio de un forcejeo con los asaltantes. Los dos detenidos por el caso quedaron presos este miércoles, aunque sólo fue imputado por el caso Andrés Rodrigo Frontera, de 38 años, detenido allí mismo mientras intentaba ocultarse tras un arbusto con la mochila de la chica entre sus manos. Fue implicado como coautor de un homicidio en ocasión de robo, además de un robo calificado cometido con un arma no hallada. Quedó en prisión preventiva por dos años.
El otro detenido fue declarado inimputable. A pesar de que padece un trastorno psicótico documentado en otra causa penal hace cinco meses, por una Junta Especial en Salud Mental, Pablo Ismael Ibáñez quedó alojado bajo la órbita del Servicio Penitenciario. Así lo requirió la fiscal Agustina Eiris y lo ordenó el juez Fernando Sosa. Con la firme oposición de la defensora pública Gabriela Balli, quien reclamaba dejar el asunto en manos de la Justicia civil y su regreso a la colonia psiquiátrica de Oliveros.
Salud mental en debate
Ibáñez había ingresado allí en junio y no está claro cuándo ni por qué salió. Un forense que lo examinó tras la muerte de Cicarelli determinó que es “peligroso fundamentalmente para terceros”. En su breve diálogo con el juez en la audiencia, este muchacho de rostro hundido y vestido con un buzo negro con la imagen de una calavera apenas pudo responder su nombre y su edad, 33 años. No recordaba el año que nació ni su DNI. Dijo que no fue a la escuela. Padece una discapacidad intelectual moderada.
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Según lo resuelto en la audiencia, estará en prisión bajo custodia hasta que se realice una nueva junta psiquiátrica que determine cuál es en la actualidad su patología, si puede participar del proceso penal y si corresponde otra evaluación de una junta especial. Su defensora reclamó que eso suceda en un plazo de 72 horas y que no se interrumpa el suministro de su medicación tras recordar que “las cárceles son para resocializar a las personas, no para curar ni para internar a un débil mental”.
En la última grada de asientos presenciaron la audiencia los familiares de Lucas, quien tenía 30 años, era padre de tres hijos y apreciado por sus compañeros de trabajo. Con voz temblorosa, su padre Valther, de 52 años, contó a los medios cómo recibía todas las madrugadas a su hijo al regreso del turno noche. A las 3 salía a la puerta a esperar que caminara cinco cuadras desde la parada del colectivo.
Este domingo 19, como Lucas no llegó, supuso que estaría con la novia y volvió a dormir. A las 5 le golpearon la puerta unos policías que le avisaron de la muerte. “Yo tenía siete hijos. Seis ahora. Hoy me levanté a las 3 de la mañana y lo esperé como media hora en la puerta. El no va a regresar y no lo puedo creer”, dijo antes de pasar a la sala donde la fiscal expuso detalles del trágico asalto y las evidencias de la acusación reunidas en 33 puntos.
"Danos todo"
El testimonio de Martina, pareja de Cicarelli, es el elemento más fuerte. Contó que al salir de trabajar a las 2.30 del domingo pasaron por un maxiquiosco y compraron un jugo Ades, unas Doritos, madalenas y chocolates. Caminaron hasta la costa central y se sentaron a comer, como otras noches, en esa plataforma de cemento al otro lado de la baranda de seguridad a la altura de Wheelwright y Dorrego. Se sentaron en canastita, ella mirando el río, él de espaldas al Paraná.
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Comenzaron a charlar y enseguida su novio comenzó a mirar alrededor con un gesto de preocupación. “Martu, vos quedate tranquila, yo sigo comiendo”, dijo él. “En ese momento veo como al costado mío salta un loco con mucho odio, arrebatado, tenía un revólver gris oscuro con tambor. Lo sostenía con la mano derecha y dice «te vamos a robar, danos todo porque te matamos»”. Dijo que era un hombre morocho, con flequillo y de vestimenta oscura que ella había visto merodear por la zona, en referencia a Ibáñez.
Lucas, recordó, se puso de pie y reaccionó con calma: “Llevate todo, lo que quieras”, le dijo al ladrón señalando la mochila y el celular que estaban en el piso. En ese momento ella se paró y el asaltante intentó frenarla: “Flaca quédate ahí o te meto un tiro”. “Lucas lo mira al loco y empieza a forcejar para defenderme, sobre la plataforma. Yo me paro, me tiro hacia atrás y veo que viene la segunda persona que estaba con este loco y se abalanza sobre Lucas. Los dos se le tiraron encima, uno de cada lado”. Eso es lo último que vio.
La chica salió corriendo a pedir ayuda y a escasos metros encontró a los amigos que llamaron al 911. “Viene la Brigada Motorizada a los dos minutos. Mientras ellos llamaban yo volví al lugar del hecho y ya no había nada. Empecé a los gritos. Me parecía imposible no encontrar a Lucas, que se hubiera ido. Se empezó a juntar gente. Cuando la policía empezó a recorrer la barranca escuché que habían encontrado a una persona. Le decían que se quedara quieto y que no se moviera”.
Era Andrés Frontera, escondido entre unos arbustos, quien tenía la mochila beige. “Yo no hice nada, yo lo acompañé a Ibáñez. El fue, él tenía el fierro”, dijo cuando lo esposaban. A Lucas lo encontraron sin vida minutos después al pie de la barranca. La autopsia determinó como causa de muerte un traumatismo de cráneo. Cámaras de la zona registraron la llegada de los asaltantes: a las 3.03 traspasó la baranda un hombre con ropa oscura, que sería Ibáñez, seguido a los dos minutos por quien sería Frontera.
Un rostro singular
En medio de la conmoción el ladrón que estaba armado se fue del lugar “hacia el oeste”, planteó la fiscal. Para llegar a él la policía se basó en la descripción de su fisonomía. “Tiene una cara que emana maldad. Es un fisura. Una persona de la calle que se droga y anda todo roto, todo golpeado”, había relatado la novia de la víctima. También fue descripto como un hombre con “la cara desfigurada y corte de pelo recto con flequillo”.
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Un informe de análisis criminal arrojó que podía tratarse de un hombre con “numerosas incidencias” en la céntrica comisaría 2ª: tuvo catorce ingresos en un año por robos y agresiones. El lunes fueron a buscarlo a su casa en la cuadra de Cisneros al 6000. Cerca de allí, en Garibaldi al 6000, los policías vieron llegar a una persona “de idénticas características” que manifestó llamarse Carlos Emanuel Zapata, aunque era Ibáñez. Tenía marcas de roces en rodillas, piernas y brazos.
El examen del psiquiatra forense Gustavo Cordero lo describe como una persona con escasos hábitos de higiene, de vestimenta descuidada, que suele tomar tranquilizantes y alcohol, sufre un “trastorno psicótico parcialmente compensado” y no recuerda lo sucedido. Lo consideró “peligroso para terceros” y concluyó que no puede declarar.
Ya en diciembre del año pasado, citó su defensora, una junta médica que intervino en un legajo penal concluyó que no comprendía sus actos y sugirió su internación. El 5 de mayo pasado se había dispuesto su ingreso sin custodia a la colonia de Oliveros, donde el personal reportó agresiones. En otra causa —en la que a raíz de su dolencia no llegó estar imputado— el16 de junio pasado el juez Gustavo Pérez de Urrechu había dispuesto el cese de la intervención penal para que se dispusiera en el fuero civil un abordaje de la situación de salud mental, algo que volverá a revisarse.