Atsushi Inaba salió de Japón hace algunos años cansado de trabajar 400 horas por semana por un dinero que apenas le alcanzaba para comer, voló a Canadá y desde allí comenzó un largo viaje hacia el sur que lo trajo a la Argentina, país del que se enamoró y en el que se quiere quedar.
Dejó la casa de su abuela, sus padres y sus dos hermanos cuando tenía 24 años a fines de 2014, rompiendo las más conservadoras costumbres de vida de sacrificio de su país, donde existe una encumbrada aristocracia terrateniente e industrial que casi no da lugar al progreso de la clase obrera.
"Los jóvenes no ganan nada. En Japón los ingresos son por edad, al margen de las capacidades o el conocimiento. E incluso los adultos pueden tratar muy mal a los de menos edad, hay muy poco respeto", relata el joven viajero.
En Toyama, un pueblo sobre la costa del mar de Japón a 300 kilómetros al noroeste de Tokio, la vida era extremadamente dura: primero cultivó arroz junto a su familia y luego trabajó en la construcción de casas de madera, de lunes a lunes, unas 400 horas semanales.
Un amigo electricista que había conocido Australia le dijo que había un mundo distinto fuera de la isla. Otras culturas, otras formas de trabajar, de ganarse la vida, de pensar, de expresarse, de celebrar, de transcurrir, de vivir.
Para poder comprar un boleto de avión, Atsu aceptó someterse a un experimento médico científico que lo mantuvo internado en un hospital durante 40 días, realizándose siete extracciones de sangre por jornada, con lo que ganó unos 4.000 dólares.
Mochila y guitarra al hombro, el joven voló a Canadá para comenzar a descubrir un mundo completamente nuevo: Occidente. "En Japón casi no sabemos lo que pasa en el resto del mundo, tenemos muy poca información, somos cerrados", cuenta.
Trabajó en Canadá hasta que se le terminó el permiso de empleo, voló a México y allí conoció a una pareja de hippies argentinos que le enseñaron castellano y le aconsejaron tocar la guitarra en la calle y en los trenes para hacerse de dinero.
Atsu convirtió a su pequeña guitarra acústica en su herramienta laboral y eso lo llevó a iniciar una larga travesía a dedo por Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia.
Allí, en la tierra del buen café, conoció a otro argentino que le aconsejó ahorrar, por lo que cuando alcanzó los 600 dólares compró una motocicleta usada Suzuki GN 125 cc. y se largó a las rutas. Con dos bidones de plástico resistente armó baúles que cuelgan de los costados de la moto, lleva una mochila y su guitarra y un celular que sólo tiene acceso a internet, el cual le permite usar mapas para orientar su marcha.
De Colombia bajó por Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, norte de Argentina, Uruguay y ahora está en Monte Grande, Buenos Aires.
Como en Japón hacia poco que habían conocido el crimen de una pareja japonesa en Ecuador, Atsu no le reveló a su familia que estaba viajando por Sudamérica hasta que en la frontera de Perú y Bolivia le robaron sus documentos y tuvo que solicitar a su padre la partida de nacimiento para tramitar un nuevo pasaporte. "Mi padre se enojó mucho y durante una semana tuve que rogarle por teléfono que me ayude", explica.
A esta altura está algo argentinizado: conoce el mate, el folclore, el asado, Messi, y sostiene que las mujeres argentinas son las más lindas del mundo. Se quiere quedar a vivir aunque, lamenta, "la vida aquí es muy cara, trabajo más para pagar sólo la nafta. Con lo que vivía una semana en Bolivia o Perú, en Buenos Aires sólo lo hago un día y medio", explica. Esa limitación económica lo hace pensar.