Se cumplen cuatro años de ese último 1° de abril en la existencia física de Micaela García. De esa noche en la cual Sebastián Wagner decidió arrebatarle la vida. Una persona, el femicida, que había sido previamente condenado por otros crímenes sexuales y había estado encarcelado por eso, que luego obtuvo la prisión domiciliaria en virtud de la decisión de un juez que desoyó las recomendaciones en contrario del servicio social penitenciario, el juez Rossi que luego fue sometido a Jury por esta decisión y protegido por la acción corporativa de otras autoridades judiciales de la provincia de Entre Ríos. Una persona, el femicida, que en los días previos a ese 1° de abril había acosado a una menor cuyo padre intentó denunciar el hecho en una comisaría local y fue enviado de vuelta a casa porque no estaba la fiscal de turno. Un cúmulo de errores o negligencias en la acción estatal que evidentemente allanan el camino para la comisión de un crimen. Una imagen que se repite en tantos casos similares y que, sin dudas, nos recuerda al reciente femicidio de Ursula Bahillo quien acudió una gran cantidad de veces a las instituciones correspondientes en busca de protección frente a una violencia que terminó siendo letal.



































