Por eso, Matusevicius consideró clave pensar la renta básica universal desde “una perspectiva de cambios profundos, de raíz, y sobre todo de luchas”. Por un lado, “no hay que pensarla sólo como la política que nos va a venir a resolver la cuestión de la desigualdad de clase y de género, sino integrarla a otros reclamos para que efectivamente operen esos cambios en esas desigualdades”, dijo la economista.
La dirigente sindical de la UBA planteó que el debate sobre la renta básica debe incluir también otros aspectos para garantizar la vida vinculados a “cómo, por qué y para qué se produce y de qué manera se reparte el trabajo productivo y reproductivo”, dijo. Pero, además, “cómo se realiza ese trabajo, cómo se organiza la provisión de servicios públicos no mercantilizados orientados a la satisfacción de las necesidades y también, cuáles son las necesidades que hay que atender”, todos elementos que a su criterio deben estar incluidos en un debate serio sobre el ingreso universal.
Con la idea de salir de la linealidad y de convertir a la renta básica en un instrumento más de política pública que replique experiencias anteriores y aporte elementos superadores, Rodríguez Enríquez se permitió analizar un conjunto de aspectos positivos y controversias que puede traer aparejado este beneficio desde una mirada feminista. La cara y contracara dependerá, en rigor, de si se la articula con otras dimensiones.
“Por un lado, esta dimensión de la renta básica permite visibilizar los trabajos socialmente útiles, esenciales, para hablar en los términos que se usan en esta pandemia, pero a su vez _y ésta es una de las críticas que se le hace desde ciertas miradas feministas_ dependiendo de las condiciones en las que se implementa, puede obturar la redistribución del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado”, dijo. Es decir, si la renta básica no se implementa junto con otras cosas, “lo que puede pasar es que consolida el rol cuidador de las mujeres, que vamos a seguir haciendo el mismo trabajo que hacíamos antes ahora recibiendo una transferencia monetaria”, agregó. Entonces, “en un contexto donde la redistribución del trabajo de cuidado es difícil, la renta básica puede dificultarla más”, dijo.
En ese punto, Matusevicius advirtió que ”la renta básica podría reproducir las desigualdades de género y de clase” e hizo referencia a las políticas de los organismos internacionales de crédito como el BID o el FMI que piensan a estos instrumentos como diques de contención ante cualquier escenario de conflictividad social, en lugar de considerarlos una herramienta de superación de las brechas de desigualdad. “Estos organismos plantean una renta universal porque la situación actual que se vive en el mercado de trabajo, más la automatización, van dejando cada vez más gente fuera, pero sobre todo, porque esa parte de la población puede generar conflictividad social y eso es lo que más les preocupa”, planteó.
Por eso, “cuando pensamos en la renta básica como política redistributiva no la podemos pensar sólo en términos de distribución de la riqueza o de valor, sino también en términos de la redistribución del poder” por lo tanto, es clave “resolver esas desigualdades y desmercantilizar y despatriarcalizar eso en un mismo movimiento”, afirmó Matusevicius.
En línea con apuntar los pro y contra de la medida, Rodríguez Enriquez planteó que un segundo aspecto destacable de la renta básica es que “garantiza el acceso al ingreso monetario para quienes tienen mucha dificultad para acceder a eso a través del mercado, y en ese sentido, resulta indudablemente bueno para las mujeres, que estamos estructuralmente excluidas de las formas más plenas de empleo estables y remunerado”, dijo. Pero, como contracara, “también puede llevarnos a la profundización de este mundo segmentado donde habrá un grupo de población que son los excluidos estructurales del mercado laboral _donde las mujeres somos mayoría_ que van a vivir del ingreso ciudadano, y otro conjunto que tiene mayores de posibilidades de participar del mercado laboral en empleos de mayor calidad, que van a vivir con la renta básica más esos otros ingresos, lo que profundizará estas desigualdades”, alertó la economista de Ciepp.
En tercer lugar, las ventajas y desventajas de este beneficio también se pueden plantear en términos de si promueve o desincentiva la participación laboral, o si genera un alza de los salarios o no. “Si pensamos la renta básica como un piso que fortalece la posición de negociación de los trabajadores, va a propiciar un aumento en los salarios porque los trabajadores, como tienen un ingreso garantizado, ya no van a querer empleos precarios o de muy bajos ingresos, y eso promoverá un alza”, dijo la economista.
En cambio, “hay quienes consideran que va a pasar lo contrario y es que como los trabajadores tienen parte del ingreso garantizado, van a aceptar menores salarios porque sumarán ambos”, agregó. Y, en el mismo sentido “si el ingreso básico promueve o desincentiva la participación laboral va a depender de varias cosas y dos elementos fundamentales son cuál es el nivel de esa renta básica, y, por otro lado, cuáles sean las condiciones del mercado laboral”, agregó.
“Cómo se definan estas controversias sobre el impacto de la renta básica dependerá de múltiples factores como el nivel del beneficio, las condiciones del mercado laboral, los niveles y condiciones materiales de vida”, dijo Rodríguez Enriquez.
Los programas actuales
Pero a la hora de centrar el análisis, la economista de Ciepp llamó a poner el foco en las alternativas que hoy existen en cuanto a garantía de ingresos monetarios, que son los programas de transferencia condicionadas, es decir los planes sociales que exigen ciertos requisitos _o mejor dicho, carencias_ para obtenerlos. “Me parece que la renta básica resulta superadora, primero porque actúa de manera preventiva, es decir garantiza un nivel de ingreso independientemente de padecer situaciones de carencia, y además eliminan la “trampa de la pobreza o el desempleo” que generan estos beneficios, por el cual mucha gente rechaza empleos o changas por temor a que les saquen ese ingreso”.
Por eso, “la renta básica no es buena per se, puede producir buenos impactos según como se implemente, dónde y cómo interactúe con los otros elementos que existen”, agregó.
“Entiendo la renta básica como un cuerpo central de un sistema de provisión de derechos sociales que incluyen además de la garantía de un ingreso monetario, el acceso a la educación, a la salud y a los cuidados”, dijo Rodríguez Enriquez. Por eso, “no es una propuesta que sugiere desmantelar los sistemas de protección social que tenemos, sino más bien reconfigurarlos y mantener los otros componentes de la protección social que son indispensables para la garantía de los derechos sociales”.
Para Matusevicius, hoy los programas de transferencias condicionadas que existen “tienen impacto sobre las mujeres y los cuerpos feminizados y vemos que no se verifica la superación de las desigualdades”, ya que al no pensarse en términos de una integralidad cubren una canasta muy básica y eso obliga a un largo derrotero para acceder a otras necesidades, una tarea que en su mayoría realizan las mujeres que se ocupan, por ejemplo, de conseguir un comedor comunitario, becas estudiantiles, subsidios habitacionales, tarifas sociales, etcétera.
Por eso, consideró que para articular una renta básica en otra dirección y que contribuya a un verdadero cambio de raíz que no debilite, sino que fortalezca a quiénes sufren la opresión de género, y no reponga las desigualdades existentes, es clave pensarla como “una salida combinada con la socialización de los cuidados”.
“Hay que despatriarcalizar esos espacios de cuidado, colectivizarlos y hay muchas experiencias que van en ese sentido que van generando los movimientos sociales sobre cómo construir otra forma de gestión”, dijo, además de combinar la renta básica con nuevas formas de consumo. “Porque si con ese ingreso voy al supermercado y compro en las grandes empresas monopólicas que producen los alimentos reproduzco el sistema”, indicó Matusevicius y llamó a pensar en otro tipo de circuito como los nodos de la economía popular, que lleva a discutir, por ejemplo, los medios de producción y la tenencia de la tierra”.
Además, la dirigente instó a “combinar la renta básica con la exigencia del reparto de las horas de trabajo productivo y reproductivo, porque si este ingreso se puede usar para seguir precarizando y desregulando el mercado de trabajo es necesario exigir la distribución de esas horas de trabajo y que sea con todos los derechos”, agregó.
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Renta básica, una salida combinada con la socialización de los cuidados.
Cómo se financia
A la hora de analizar la financiación de este tipo de beneficio universal, una de los aspectos más cuestionados por la ortodoxia tan amiga de la reducción del gasto a cualquier precio, la economista de Ciepp señaló que a su juicio hay que pensar la renta básica como “una propuesta de transferir ingresos monetarios y beneficios de la misma magnitud a todas las personas, financiado con un esquema impositivo progresivo sobre los ingresos personales”.
Esto es, “que todas las personas reciben la misma transferencia, pero todos pagan para contribuir al financiamiento de esa transferencia en función de su capacidad contributiva”. Así, quienes menos ingresos tienen van a pagar menos o incluso no van a pagar; y quienes más ingresos tienen pagarán cada vez más. “Esto es indispensable para poder responder a una de las resistencias primarias que provoca la propuesta, que es porqué darle a todo el mundo cuando muchos o tal vez algunos no lo necesitan”, dijo.
Rodríguez Enriquez señaló que muchas veces cuando se plantea la propuesta de la renta básica, la primera resistencia es la restricción fiscal. “Se suele decir que propuestas como ésta son muy costosas, que requieren de muchos recursos fiscales que los países de la región no tienen”, dijo y agregó: “Este argumento es sumamente discutible, ya que en un mundo donde diez personas tienen la misma riqueza que la mitad de la población, no estamos frente a un problema de escasez de recursos, sino que estamos frente a un problema de mala distribución; y por otro lado, creo que la principal restricción es política”, dijo y mencionó la resistencia que genera el impuesto a las grandes fortunas. Pero también “hay una resistencia cultural”, dijo porque “en nuestra sociedad todavía la meritocracia está sumamente arraigada, todavía se cuestiona mucho la percepción de un ingreso monetario sin una contraprestación evidente y ese es el principal obstáculo a enfrentar para poder avanzar en propuestas como la de la renta básica”.
Trabajo e ingresos en el mundo que viene
“La crisis puso en tensión esa idea ficcional de que el mundo del trabajo puede seguir como si nada sin que se prevea una organización de las tareas de cuidado”, dijo Micaela Gomiz, abogada, docente, e investigadora de la Universidad del Comahue donde se desempeña como secretaria general del gremio docente de esa casa de estudios.
Por eso, para la militante sindical, es clave pensar cualquier discusión de la renta básica a partir del escenario de pandemia, que “generó una crisis mundial que no se puede perder de vista en cualquier discusión política, económica y social que demos”.
“Esas consecuencias sociales y económicas afectó a todos y las mujeres de manera muy especial porque hoy somos las primeras que estamos en la línea de respuesta en la pandemia, tanto en el sector de salud como en las tareas de cuidado y, tanto en las instituciones que siguieron funcionando como en el ámbito de los hogares”, dijo Gomiz.
Sobre ese punto, destacó el rol de las mujeres en el trabajo que realizan los movimientos sociales que pusieron el cuerpo en este contexto crítico a nivel sanitario. “En estos últimos años las organizaciones sociales estuvieron al frente de la lucha contra los modelos de ajuste, la conformación de “Los Cayetanos” fue un ejemplo, y frente a la pandemia esas organizaciones tuvieron que poner en tensión rápidamente si se continuaba o no con la atención de estos trabajos de cuidado como merenderos y comedores o roperos comunitarios”, dijo y agregó: “Rápidamente la mayoría de las organizaciones decidieron ponerse por delante de esa tarea y en el caso de la CCC, por ejemplo, el 90% de las personas que están en merenderos y comedores, son mujeres”.
Por eso, Gomiz consideró que el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) puede convertirse en un antecedente válido para “pensar la renta básica como política de largo plazo, que no esté solo atada al empleo, que complemente las otras prestaciones y que mejore la situación de las mujeres, dándoles más autonomía”.