Vivimos tiempos acelerados. Tal velocidad desarrollamos que no podemos apreciar ni el paisaje ni recordar los tiempos transcurridos. Y repetimos una y otra vez las “mismas propuestas de soluciones” para “los mismos viejos problemas”. ¿Hasta cuándo vamos a repetir las mismas preguntas? ¿Qué nos falta observar para entender qué tenemos que hacer? Reflexiones espontáneas para presentar un tema, crítico, de nuestra geografía que anticipamos será un fracaso: la nueva modernización laboral. Lo único que tiene de nuevo es la semántica puesto que reemplazaron la palabra “reforma” por "modernización” en la propuesta oficial.
En el octavo intento de cambiar las reglas de juego del mercado laboral, vemos, a la luz de los resultados, la inutilidad de solucionar, por esta vía el problema de la informalidad laboral. La historia y las estadísticas lo confirman.
Resumimos de manera sintética los distintos ciclos de flexibilización y re-regulación laboral en la Argentina entre 1976 y 2023, permitiendo identificar patrones repetitivos de reforma, crisis y contrarreforma. El primer punto notable es que las oleadas de flexibilización suelen coincidir con contextos de ajuste macroeconómico, debilitamiento del empleo y búsqueda por mejorar la competitividad por vía de la reducción de costos laborales. Esto sugiere una tendencia histórica a utilizar el derecho laboral como variable de ajuste ante desequilibrios económicos, más que como instrumento de política productiva de largo plazo.
El trabajo ciclo por ciclo
El período 1976–1983, bajo dictadura militar, constituye la fase más extrema: las leyes 21.297 y 22.105 avanzaron sobre la reducción de derechos laborales, debilitamiento de los convenios colectivos y represión sindical. Este ciclo no puede interpretarse únicamente como flexibilización económica, sino como un rediseño institucional para desestructurar el poder colectivo del trabajo. La ausencia de instituciones democráticas impidió cualquier resistencia organizada y dejó como legado una estructura salarial deteriorada y fuerte segmentación.
En 1991–1995, en el contexto del Plan de Convertibilidad, la aprobación de las leyes 24.013 y 24.465 impulsó contratos temporales, períodos de prueba ampliados y modalidades precarias de contratación. La narrativa oficial vinculaba flexibilización con creación de empleo, pero la evidencia mostró resultados mixtos: se generó empleo en el corto plazo, aunque altamente informalizado y poco estable. Este período se caracterizó por políticas orientadas a contener el costo laboral como complemento del tipo de cambio apreciado y la apertura comercial.
La tercera ola, 1998–2000, con leyes 25.013 y 25.250, profundizó la agenda flexibilizadora: menores indemnizaciones, incentivos para acuerdos por empresa y descentralización de la negociación colectiva. Sin embargo, estas reformas se implementaron en plena recesión, lo que impidió que generaran empleo sostenido. El énfasis volvió a colocarse en abaratar despidos como supuesto mecanismo para dinamizar la contratación, sin evidencia empírica robusta que respaldara ese vínculo.
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En 2004, con la Ley 25.877, se observa un giro importante hacia la re-regulación y el fortalecimiento sindical. El retorno del crecimiento económico, la expansión del empleo formal y la mejora del salario real durante esta fase sugieren que la mejora en las condiciones laborales no fue incompatible con la expansión económica; por el contrario, estuvo asociada a un modelo basado en demanda interna y recuperación del poder adquisitivo. Esta etapa refuerza la hipótesis de que la institucionalidad laboral puede contribuir al desarrollo si se articula con políticas macroeconómicas y productivas consistentes.
Siempre la flexibilización
Finalmente, entre 2015 y 2019, se registran decretos de alcance parcial orientados a la desburocratización y a intentos de reforma laboral integral que nunca se concretaron plenamente por falta de consenso político y social. El contexto de estanflación, endeudamiento y caída del empleo limitó la efectividad y viabilidad política de una flexibilización profunda.
En síntesis, la historia evidencia que la flexibilización laboral en Argentina ha sido cíclica, reactiva y contradictoria. Las reformas orientadas exclusivamente a reducir costos laborales no han logrado por sí mismas generar empleo sostenible ni mejorar la productividad. Sólo sirve para redistribuir los pocos puestos formales existentes. Incluso, en varios períodos coexistieron con desempleo elevado, informalidad persistente y conflictividad social. Las etapas de re-regulación, especialmente la de 2004 en adelante, muestran que el fortalecimiento de instituciones laborales puede ser compatible con la expansión económica cuando está acompañado de políticas macroeconómicas coherentes.
Este recorrido histórico invita a reflexionar sobre la necesidad de superar la falsa dicotomía entre flexibilidad y rigidez para avanzar hacia un sistema laboral equilibrado, inclusivo y productivamente consistente.