Estanflación. Era la palabra más temida de los años de 1970. Para los estadounidenses de cierta edad, evoca recuerdos de largas filas en las gasolineras, fábricas cerradas y el ridiculizado lema del presidente Gerald Ford, “batir la inflación ya”’.
Por Paul Wiseman
Janet Yellen. “El aumento de los precios de los alimentos y la energía tiene efectos estanflacionarios”.
Estanflación. Era la palabra más temida de los años de 1970. Para los estadounidenses de cierta edad, evoca recuerdos de largas filas en las gasolineras, fábricas cerradas y el ridiculizado lema del presidente Gerald Ford, “batir la inflación ya”’.
La estanflación es la copa más amarga de la economía: la alta inflación combinada con una oferta baja de empleos provoca una infusión tóxica que le quema la boca al consumidor y desconcierta al economista.
Durante décadas la mayoría de los economistas pensaban que semejante mezcla ni siquiera era posible. Daban por sentado que la alta inflación acompañaba a una economía fuerte y de bajo desempleo.
Pero una confluencia de sucesos poco felices hace reflexionar a los economistas sobre los tiempos del disco y la economía de alta inflación y alto desempleo de hace casi medio siglo. Pocos creen que la estanflación sea inminente. Pero no se la puede descartar como amenaza a largo plazo.
Esta semana, el Banco Mundial evocó el espectro de la estanflación al rebajar sus pronósticos para la economía global.
“La economía global está nuevamente en peligro’”, advirtió el BM. “Esta vez enfrenta simultáneamente la alta inflación y el crecimiento lento... es un fenómeno que el mundo no veía desde los años de 1970’’.
El mes pasado, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, usó el término en declaraciones a la prensa: la perspectiva económica global, dijo Yellen, es “grave e incierta, el aumento de los precios de los alimentos y la energía tiene efectos estanflacionarios al deprimir la producción y el gasto y elevar la inflación en todo el mundo’”.
El gobierno calcula que la economía se retrajo a una tasa anual de 1,5% de enero a marzo. Pero la caída se debió principalmente a dos factores que no reflejan la fortaleza subyacente de la economía: la brecha comercial provocada por la avidez de los estadounidenses por los productos extranjeros y el retraso en el reabastecimiento de los inventarios después de una gran acumulación durante las fiestas de fin de año.
Por ahora, los economistas coinciden en general que la economía estadounidense tiene suficiente vigor para evitar una recesión. Pero los problemas se acumulan. Los cuellos de botella en la cadena de la oferta y los trastornos provocados por la guerra de Rusia contra Ucrania han provocado los mayores aumentos de los precios de consumo de las últimas décadas.
Ante el asalto imprevisto de la inflación galopante, la Reserva Federal y otros bancos centrales, tratan de compensar mediante el aumento agresivo de las tasas de interés. Con ello esperan enfriar el crecimiento lo suficiente para domar la inflación sin caer en la recesión.
La tarea es difícil. El miedo generalizado, que se refleja en la caída de los precios de las acciones, es que la FED, con sus errores de cálculo, golpeará la economía sin darle un puñetazo de nocaut a la inflación.
El expresidente de la FED Ben Bernanke dijo al New York Times el mes pasado que “la inflación sigue siendo demasiado alta, pero está bajando. Así que podría venir un período de un año o dos en que el crecimiento es bajo, el desempleo crece al menos un poco y la inflación sigue siendo alta”. Y en resumen dijo, “podrían llamarlo estanflación”.
(Por Dee-Ann Durbin - AP)
Hay una inflación que no se ve. Desde el papel higiénico hasta el yogur, el café y la harina, los fabricantes están calladamente reduciendo el tamaño de sus empaques en lugar de aumentar los precios. No ve mal: en esta época inflacionaria, todo se empequeñece.
Es un fenómeno mundial. En Estados Unidos, una caja pequeña de Kleenex tiene ahora 60 pañuelitos, cinco menos que hace unos pocos meses. El envase de yogur Chobani Flips ofrece hoy 4,5 onzas, comparado con las 5,3 de hace poco. En el Reino Unido, una lata de Nescafe Azera Americano tiene hoy 90 gramos, en lugar de 100. En la India, el jabón para lavar platos Vim pesa 135 gramos, comparado con los 155 de siempre.
La reducción del tamaño de los envases y los productos no es algo nuevo, según los expertos. Pero prolifera durante épocas de alta inflación.
Son olas. Y estamos en medio de una ola gigantesca por la inflación’’, comentó Edgar Dworsky, ex subprocurador general de Massachusets que estudia la inflación en su portal Consumer World.
Dworsky comenzó a notar que las cajas de cereales se habían empequeñecido hacia fines del año pasado. El fenómeno se intensificó a partir de entonces. Puede mencionar decenas de ejemplos, como el del papel higiénico Ultra Clean Care de Cottonelle, que tiene ahora 312 pliegos comparado con los 340 de antes, o el del café Folgers, que ahora ofrece 43,5 onzas en lugar de 51, pero sigue diciendo que se pueden preparar 400 tazas de café. (Folgers asegura que emplea una nueva tecnología que produce granos más livianos).
El concepto de “shrinkflation”’ (expresión en inglés que combina las palabras “encoger” e “inflación”’) resulta atractivo a las empresas porque el cliente nota un aumento de los precios pero difícilmente lleve la cuenta de cuántos pliegos de papel hay en el papel higiénico o se fije cuánto café hay en un envase.
Las empresas también pueden apelar a trucos para disimular la disminución del tamaño o la cantidad de un producto, como el uso de etiquetas más coloridas que desvían la atención del comprador.
Eso es precisamente lo que hizo Fritos. Las bolsas de Fritos Scoops tamaño “Party Size”’ pesaban 18 onzas. Ahora contienen 15,5 onzas y su precio aumentó.
PepsiCo no respondió cuando se le preguntó acerca de Fritos. Pero admitió haber reducido el tamaño de las botellas de Gatorade. Las botellas de 32 onzas están dando paso a unas de 28, encogidas en el medio para que sea más fácil sostenerlas.
PepsiCo dijo que ese cambio se viene gestando desde hace años y no está relacionado con la inflación. No aclaró por qué la botella de 28 onzas es más cara.
Kimberly-Clark, fabricante de Cottonelle y Kleenex, tampoco respondió a pedidos de comentarios sobre la reducción de los tamaños de sus productos.
Tampoco lo hizo Proctor & Gamble Co. cuando se le preguntó por la reducción del tamaño (de 12 a 10,4 onzas) del suavizante de cabello Pantene Pro-V Curl Perfection, que sigue costando 3,99 dólares.
Algunas empresas admiten los cambios. En Japón, Calbee Inc., que produce cosas para picar, anunció que reducía un 10% el peso de sus envases y subía un 10% los precios. Lo atribuyó al incremento en los costos de las materias primas.
Domino’s Pizza dijo en enero que ofrecería ocho alitas de pollo en lugar de 10 por el mismo precio de siempre, 7,99 dólares. Lo justificó diciendo que el pollo estaba más caro.
En la India la reducción del tamaño de los envases se da mayormente en las zonas rurales, donde la gente es más pobre y más sensible a los aumentos de precios, según Byas Anand, ejecutivo de Dabur India, que produce distintos alimentos. En las ciudades, simplemente aumenta los precios.
“Mi empresa lo viene haciendo abiertamente desde hace años’’, manifestó Anand. Expertos afirman que, cuando se reduce el tamaño de un envase, difícilmente vuelva a su antiguo tamaño.