Rosalía afirma su propia trascendencia en “Lux”, su cuarto disco de estudio, y el primero desde la salida de “Motomami”, el álbum que en 2022 la consagró como estrella pop global. A través de 18 canciones organizadas en cuatro movimientos, la catalana de 33 años juega con la noción del paso a la inmortalidad que significa ser un ícono popular en el siglo XXI.
Entre el maximalismo y la megalomanía, Rosalía apuesta al exceso para subrayar el concepto. A lo largo de “Lux”, canta en catorce idiomas (incluyendo el español), suma invitados de lujo (como Bjork o Estrella Morente), y está casi constantemente acompañada por una orquesta sinfónica y arreglos exuberantes.
La hipérbole de a ratos desconcierta y de a ratos funciona perfectamente. Varias veces se siente como un gesto fanfarrón, una suerte de declaración que reza: “Puedo hacer cualquier cosa y caer bien parada porque soy Rosalía”. Y la realidad es que no deslumbra en todo lo que propone, pero hay algo en el arrojo, en el atrevimiento, que resulta fascinante. Corre todos los riesgos como si nada pudiera dañarla, como si estuviera en otro plano. Arma y desarma climas que van de lo épico y a lo íntimo.
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En “Lux”, la catalana retoma algunos movimientos del flamenco que estructuraba “El mal querer”. Hay palmas flamencas a modo de beat en varios temas, usa el estilo vocal con soltura en otros ("Mundo Nuevo", "De madrugá"), y hacia el final abraza completamente el género con “La rumba del perdón”, con Estrella Morente (leyenda viva del flamenco) y Silvia Pérez Cruz como invitadas. Otro atrevimiento sin consecuencias.
De “Motomami” sólo quedan algunas construcciones líricas divertidas, pero por lo demás la artista abandona totalmente la estética y la sonoridad de raíz latina que le permitieron sonar en fiestas de todo el planeta.
Un disco entre lo pagano y lo divino
Lo más potente del disco es sin dudas su ambición y su coherencia conceptual. Rosalía tiene referencias crípticas a varias santas (que sin dudas la internet se encargará de sobre explicar en los próximos días), pero lo más interesante es el juego constante entre lo pagano y lo espiritual. En la tapa, Rosalía aparece como una suerte de figura religiosa. ¿Qué diferencia hay, después de todo, entre adorar a una santa o adorar a una estrella pop? ¿No son acaso las popstars las santas del Siglo XXI? ¿Las que generan devoción, peregrinaciones, éxtasis?
Embed - ROSALÍA - De Madrugá (Official Lyric Video)
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Otra articulación constante entre lo terrenal y lo divino aparece en la alternancia entre amar a Dios o amar a un hombre, un “él” misterioso, intercambiable. ¿No es enamorarse un poco un delirio místico? ¿No es el deseo, en su mayor visceralidad, un acercamiento efímero a lo supremo?
Los medios internacionales especializados ya lo bautizaron como una “obra maestra”, la consagración definitiva de la catalana. Sin dudas es un disco muy loable, hipnótico en su dimensión y su dramatismo, pero es posible que algo de la hipérbole de la propuesta se traslade automáticamente a las críticas. Con artistas de la magnitud de Rosalía, opera una dinámica extraña: se asume que todo lo que hagan será siempre una genialidad que no admite peros. Por lo pronto, la artista recoge ese guante y va a por todo. “Lux” sin dudas es un álbum que amarán los devotos, y que ni el más escéptico podrá ignorar.