Babasónicos está en una etapa intimista, donde las sutilezas acústicas le ganan al volumen y la provocación. La banda se encuentra presentando su último disco, "Impuesto de fe", un trabajo que se grabó en vivo en el contexto de un especial para la cadena de HBO llamado "Desde adentro". Al mejor estilo del grupo, el álbum no es un unplugged convencional. Las canciones suenan como una extraña relectura despojada de temas como "Los calientes", "El colmo" y "Sin mi diablo", y además trae dos tracks nuevos: "Vampi" y "El maestro". El pasado 27 de agosto la banda liderada por Adrián Dárgelos mostró el disco en el teatro El Círculo, en una noche que el mismo cantante definió como "mágica". Y hoy, a las 21.30, volverán al mismo teatro para desplegar su costado más sensible. En charla con Escenario, Dárgelos habló de la complejidad del nuevo disco y de los 25 años de carrera del grupo: "La música era nuestro destino", aseguró.
—¿Cómo fue el proceso de creación de "Impuesto de fe"?
—El disco surge de un show de televisión, algo que no es habitual en nosotros, porque no lo habíamos hecho nunca. Pero bueno, nosotros trabajamos contra nuestra comodidad. Hacer un disco de estudio original hubiese sido más fácil o más cómodo para nosotros. Esto es un proyecto multiplataforma, tiene todo un soporte audiovisual que supera las condiciones y el tiempo de un disco. Son códigos que nosotros no manejábamos, entonces fue un reto mayor. Nos llevó mucho más tiempo generarlo: era revisar nuestro repertorio y crear versiones que no tuvieran mucho parentesco con las versiones originales. Filmar el show también llevó mucho tiempo de ensayo, porque tenés que llegar a esa noche con todo listo. Tenés que saber exactamente el volumen, la dinámica y el swing, que son distintos a cómo los tocamos en algunas canciones durante 20 años. A partir de ahí se generó un nuevo lenguaje para las canciones, en donde resaltamos las sutilezas, la desnudez, el desacoplamiento, los silencios y vacíos. Me podés preguntar por qué lo hicimos, pero es porque no podemos con nosotros mismos (risas). Ese era el reto: modificar la esencia. Y está muy bueno, aunque sea por una ventana de tiempo. Después de esta gira volveremos a ser la banda de antes.
—¿Cuál fue el criterio para elegir los temas? Porque tenían un abanico muy amplio...
—Probamos como 40 versiones. Cuando tenés tanto catálogo no es fácil. Si queríamos hacer temas sólo acústicos ya teníamos como 23 grabados en los discos. Y si queríamos hacer sólo hits teníamos más de lo que necesitábamos. Entonces lo que probamos es qué canción podía estar totalmente desmantelada, desprovista de todo, y sin embargo que en su detalle mínimo trascienda, que atraviese algo. Así fuimos probando versiones, y ese proceso de prueba y error llevó como nueve meses.
—¿Sentiste que te tuviste que exigir más como vocalista, que tu voz estaba más desnuda?
—Sí. Es el concepto del disco: que la armonía, la melodía y la letra estén en un punto de fragilidad o cercanía insoportable, que te tengas que chocar con ellas. Igual el disco no es acústico, porque tiene pasajes electrónicos, baterías eléctricas y mellotron. Las guitarras son acústicas pero están casi todas amplificadas. Acá Babasónicos asume un rol de orquestación y no de dinámica de banda donde todo empuja. Y en ese sentido el cantante tiene más trabajo.
—¿Cómo fue la primera experiencia de la banda en El Círculo?
—Fue mágica, te diría. Fue el mejor teatro en el que yo toqué hasta ahora. Puede haber mejores o peores, pero es el más bello. Yo no conozco el Colón, supongo que debe ser un poco más fastuoso. Además me encantó ver que el teatro está tan bien cuidado. Los palcos, la forma en que rodean, es impactante. Cuando estás en el escenario lo ves como si fuera una plaza de toros, donde sentís al público muy encima tuyo. Ahí pensás: "Es buenísimo hacer un disco como «Impuesto de fe» que me trajo hasta este escenario".
—Muchas bandas dicen que no es fácil la convivencia en un grupo de rock. ¿Qué los mantuvo unidos en estos 25 años de carrera?
—El hambre. Todo tipo de hambre (risas). Es difícil mantenerse unidos porque las personas crecen y cambian. Yo estoy con ellos desde que tengo 17 años. Y a lo mejor algún día alguno quiere ser piloto de avión. Y no sería tan raro. Las bandas se separan por eso. Parece ser la que música era nuestro destino, sin que nosotros hayamos crecido tan vinculados a la música, más que como oyentes. Nosotros no venimos de familias de músicos, venimos de familias de padres trabajadores. Lo nuestro tiene que ver a cómo reaccionamos a la cultura de nuestra época, qué nos pasó con la música que escuchamos y la posibilidad de escape del suburbio de donde veníamos. La música nos dio esa distancia para la microposibilidad de entender qué es un suceso artístico, una instancia de belleza. A mí no me es fácil entender un cuadro cuando lo veo, no fui educado para eso. Tampoco fui educado para leer. Pero después uno puede leer solo, y el rock es una gran plataforma para llegar a la literatura y a la poesía. Siendo un melómano me convertí en lector.
—Hace unos años vos nombraste a la banda rosarina Indios como "el futuro del rock argentino". ¿Lo seguís sosteniendo?
—Creo que les puse demasiada presión cuando dije eso (risas). No sé si son el futuro. Me parece que hicieron un gran primer disco y que tienen un gran compositor. Ahora están haciendo otro disco. Hay que ver cómo les va. Están tardando tres años en hacer otro disco, y las bandas jóvenes tendrían que hacer un disco por año. No sé. Yo estoy en permanente contacto con lo nuevo, y creo que en Rosario hay una gran escena. Ahora estoy trabajando en el nuevo disco de Juani Favre, que quizás se termine para este año. Juani me llama la atención por la enorme potencia de transmisión de sus canciones, y cómo sus canciones vagan por una búsqueda de verdad y de sentido. Yo creo que es un gran compositor y que todavía tiene tiempo. Las maduraciones de los artistas son siempre distintas. Algunos se hicieron conocidos de grandes, como Larralde. Juani va a poder hacer discos hasta que tenga 70 años.
—Este año fue especialmente triste para el rock, porque empezó con la muerte de David Bowie y después siguió con la muerte de Prince. Uno se queda con la sensación de que al perder a referentes tan importantes el rock también pierde influencia como cultura. ¿Vos qué pensás?
—La obra más influyente de ellos dos ya había sido escrita. Eso es así. Lo que se pierde es a dos performers increíbles, aunque Bowie ya no podía actuar más en vivo. Perdés a magos, a hacedores chamánicos, a carismáticos de una potencia tremenda. Pero también hay otros nuevos, jóvenes que crecen y que tienen la misma potencia, si bien no el mismo estilo. A mí me gustan Alex Turner y también toda esa rama de Frank Ocean y Kanye West. No son Prince pero están en un nivel de excelencia. Además están Drake, John Legend y Childish Gambino, todos ellos están en una exploración de la música negra que me parece increíble. Pero que aparezca otro Prince es muy difícil. El está en el ángulo de un James Brown, de un Sly Stone. Y un Bowie más ni hablar. Mirá si Marc Bolan hubiese vivido 50 años haciendo música, tal vez hubiese llevado todo a otro nivel (risas).