Los viajes son lugares, la agitación de dejar lo cotidiano, la aventura, los atardeceres, la nieve, las largas caminatas que no llevan a ninguna parte, el rumor del mar, las lluvias de verano que caen cuando nadie las espera y se van igual, sin decir adiós, pero dejando en el aire una frescura que se huele profunda y llena los pulmones, el alma, de un olor a niñez, a tierra mojada, a chapoteo en chancletas –porque en aquellos tiempos no había Crocs ni Havaianas– en los charcos de la vereda.
Los viajes son todos eso y mucho más, un camino polvoriento que sube, incansable, entre arbustos achaparrados, las luces de neón de un motel de ruta, el zumbido metálico del tren que pasa sin parar en la estación y deja a todos, los unos y los otros, con un vacío, una nostalgia, una tristeza suave que se parece, sólo se parece, a la mirada de Ricardo Darín cuando corre por el andén de la Estación Retiro con la certeza de que cometió un error que va a lamentar el resto de su vida.
Los viajes son eso, todo eso, y también la gente. Sí, ese buen hombre que surge de la nada, como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento, y te mira, te sonríe y se ofrece a acompañarte a ese lugar que buscás y que no está en el mapa, ni en el que amablemente te obsequiaron en la oficina de turismo, ni en el otro, ese que sigue tus pasos, quieras o no, desde el celular, y que tantas veces, al volante de un auto en una autopista enmarañada, te sacó del agua.
Ese amigo, que hacía años que no veías, que salió huyendo con lo puesto cuando la dictadura se puso heavy o antes, cuando la Triple A te tiraba abajo la puerta y a nadie le importaba o después, cuando en 2001, el mundo se hizo añicos y el exilio lucía como la salvación y no lo era. Ese amigo que te espera en el aeropuerto, te da un abrazo fuerte, cariñoso, te enseña como se sacan los tickets del metro y te acompaña al Airbnb que sin su ayuda jamás hubieras encontrado.
También esa otra gente, la que te cruzás por compromiso, saludás con un apretón de manos y cara de pocos amigos y terminan contándote historias increíbles, que jamás hubieras imaginado, muertos de risa, relajados, brutalmente honestos y, cuando les querés decir algo, te agarran del brazo para que no los interrumpas por una pavada, pero en realidad lo que quieren es que no interrumpas por nada, por nadie, ese gran momento que se desvanecerá con el atardecer.
Y no hace falta dar la vuelta al mundo en globo o recorrer mil leguas de viaje submarino para que pase. Acá nomás, en una salida en bici por los caminos rurales de Funes, se te rompe un pedal, te quedás sin batería o sin agua, y te arrimás a esa casa que parecía un puntito en el horizonte, ella y también ese árbol frondoso que apenas alcanzás a ver a la distancia. Al llegar te recibe un puestero, rústico, callado, pero asombrosamente amable y te resuelve todos los problemas.
Fin de semana VIP
Pasa, también, en una escapada de fin de semana largo a Chile, a la Viña Holística Vik, en ese paraíso que asoma, entre viñedos de hojas verdes y relucientes, alamedas cansinas y arroyitos cantarines que los conocedores aprecian más que un secreto de alcoba susurrado al oído con el juramento de que jamás será revelado. Está a poco más de 200 kilómetros al sur de Santiago, en medio del Valle de Millahue, un recorrido que, en auto, es un viaje en sí mismo.
En el camino se atraviesan un par de caseríos que, en un primer vistazo, parecen haber quedado olvidados en el tiempo, pero si se mira con atención se descubrirá de los techos de las casas, enhiestas, surgen las antenas parabólicas que las conectan con el mundo. Después de la última recta hay que internarse en un camino de tierra, cruzar un viejo puente de madera y tras el último recodo aparece un portón, y más atrás, en la cima de la colina, el resplandor del hotel.
Es imponente. A la distancia luce como un plato volador que, vaya a uno a saber por qué aterrizó en lo alto del cerro. Seguramente eligió el lugar por la belleza de sus álamos susurrantes o la paz que se respira en el valle, o por la belleza de las laderas verdes y ocres que se deslizan hasta el horizonte. Son muchos los encantos de Millahue, ese paraje mágico que sus primeros habitantes llamaron "lugar del oro", aunque su único tesoro escondido era, es y será su naturaleza indomable.
Lo que se asemeja a una nave espacial no es más que el techo del Vik, una estructura flotante de titanio y bronce que cuando el sol cae a plomo lanza destellos incandescentes. Está inspirada en el contorno ondulante de la cordillera y en la obra de Frank Gehry, el arquitecto canadiense, un mago de las formas y las texturas, que diseñó edificios emblemáticos como el Museo Guggenhein de Bilbao, o el Concert Hall Walt Disney, en Los Angeles, puro metal e imaginación.
La paradoja zen
Hay que dar un rodeo, dejar atrás un puñado de árboles que se mecen con la brisa y encarar una elevación leve pero firme hasta llegar a la escalera de la entrada. Son unos pocos escalones, no más de diez, y ahí la amplia explanada de cemento donde dos reposeras colgantes te dan la bienvenida. Ellas y Amaury, el joven, delgado y siempre sonriente supervisor de la finca que, desde ese momento hasta el del adiós, acompañará la estancia generoso, amable y siempre listo.
Llegó de Bélgica para hacer una pasantía en hotelería. Su idea era trabajar un par de meses, conocer Chile y volver a trotar por el mundo, pero se quedó. Lo hizo porque se enamoró y fue correspondido. No es él quien cuenta la historia, salvo que se la pregunten. Es un joven discreto que rara vez se lo ve con la cabeza hundida en la pantalla del celular, como se ve hoy aquí, allá y en todas partes, a los jóvenes. Siempre está haciendo algo, silencioso, relajado, atento.
Es como el Vik mismo, tranquilo, paciente. La sala de estar, donde se sirve el cóctel de bienvenida, está dominada por una mesa de pool que, a su alrededor, tiene sillones de formas y colores antojadizos y curiosos objetos de diseño formando livings pequeños y acogedores. Es el lugar del encuentro donde, al caer la noche, se comparten las aventuras del día, entre copas, obras de arte de Roberto Matta, amigos, y el icónico díptico "La vida secreta de las plantas" de Anselm Kiefer.
Más allá está el jardín Zen, el patio desbordante de flores donde se yerguen los dos bonsáis gigantes que no son la única paradoja del lugar. A su alrededor están las 22 suites del complejo, cada una con un diseño único e irrepetible. La Master Suite Vik, con una bañera estilo hamaca y su vista infinita; la Azulejo, con sus mosaicos pintados a mano que recrean el paisaje del viñedo, y la Graffitti, que impacta por su enorme mural de dos manos sosteniendo copas de vino.
Es imposible verlas a todas y es imposible no intentarlo. Por la mañana, cuando los huéspedes salen a hacer actividades -hay de todo para disfrutar de la naturaleza, trekking, cabalgatas, salidas en bicicleta- y llega el momento de la limpieza, es inevitable no espiarlas y lo que se ve es siempre asombroso. Una pintura de Sean Connery como 007 en el cabezal de una cama, una silla con forma de una máscara blanca, una mesa ratona de metal con remaches de Boing 747. Y más.
Placer holístico
Concebido por sus dueños, Alexander y Carrie Vik, como un espacio holístico, el hotel es mucho más que la suma de sus partes. El restó Milla Milla, que supervisa el chef Rodrigo Acuña Bravo, propone un viaje por sabores, aromas y colores que evocan los contrastes de la naturaleza. El menú incluye lomo de jabalí, sopa de arándanos y un delicioso postre de helado de frutillas. Los ingredientes son frescos, adquiridos en las fincas de la zona, con el concepto de "kilómetro cero".
El comedor se extiende hacia una amplia terraza de pisos de madera desde la que se puede ver la piscina "infinity" que se encuentra en el piso inferior y que ofrece una vista espectacular del valle. Es el mejor lugar, al atardecer, cuando el sol se esconde morosamente detrás de las montañas, para tomar una copa de alguno de los buenos vinos que produce la bodega de la finca. Sus blends, únicos cada temporada, son encantadores. Una recomendación, el Milla Cala de 2012, una delicia.
Otro de los tesoros del Vik es su SPA del Vino, que a los tratamientos habituales de exfoliación, algas y nutrición de la piel, a los masajes, a las clases de yoga al aire libre, les suma una exclusiva sesión de vinoterapia que deja la piel suave, el cuerpo relajado y la mente en blanco. Después, un libro amigo, una anécdota risueña, la noche boca arriba. Todo en la mejor compañía, esa que será el viaje, una mano delicada nos toma del brazo para que ese gran momento no termine nunca.
Cómo llegar
LATAM vuela desde Rosario a Santiago de Chile con cuatro frecuencias semanales a 167 dólares ida y vuelta. Para llegar al Vik se puede ir en auto, micro o helicóptero, consultar en el hotel: https://www.vik.cl/esp/