En pocos días más se cumplirá un siglo de la marcha sobre Roma organizada por Benito Mussolini. El 27 de octubre de 1922 los camisa negras marcharon desde distintas partes de Italia y presionaron al rey Victor Manuel III para que le encargue al “Duce” la formación de un nuevo gobierno. Y lo consiguieron, dando inicio a la era fascista italiana, a su réplica en el nacionalsocialismo alemán posterior y a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y la era atómica.
La historia no se repite jamás en forma lineal pero la situación europea actual anuncia tiempos difíciles por temor a que la guerra entre Rusia y Ucrania derive en una lucha con armas nucleares en medio de una situación social cada vez más explosiva. En Italia y Francia, por citar solo dos ejemplos, la inflación y la suba de las tarifas energéticas golpean a una población que nunca conoció, desde las décadas del 50 y 60 con la recuperación económica tras el plan Marshall, las vicisitudes de estas latitudes con crisis permanentes y alza de precios crónicos.
Italia, como un siglo atrás, se encamina a tener un gobierno de ultraderecha encabezado por Giorgia Meloni y sus aliados electorales Matteo Salvini y Silvio Berlusconi.
Desde la caída de Mussolini, colgado de los pies en la plaza Loreto de Milán junto a su amante y algunos colaboradores en abril de 1945, nunca se había formado en Italia un gobierno que, al menos en el discurso electoral, reivindicara a Mussolini. No muy lejos de donde fue exhibido el cadáver del "Duce" se encuentra el bar “Jamaica”, en la Via Brera, donde el fundador del fascismo concurría a tomar café en su época de periodista y dueño de un diario. En las mesas de ese bar, hoy en plena actividad, gestó parte de la estrategia política de la toma del poder.
Sin embargo, nadie teme que el futuro gobierno de ultraderecha que encabezaría Meloni adopte las leyes raciales de Mussolini de 1938. Eso sería imposible, pero no una paulatina pérdida de derechos civiles de la población, la estimulación de la xenofobia y la descarga emocional y política puesta en el actual chivo expiatorio de la derecha: el inmigrante, sobre quien se posan todas las miradas inquisitorias pese a que los emplean en trabajos que los europeos hace décadas ya no quieren hacer.
Sobre las leyes raciales de la era fascista es muy interesante conocer el memorial cercano a la estación central de Milán, desde donde partieron decenas de trenes hacia Auschwitz y otros centros de exterminio cargados, como si fuese ganado, con judíos, partisanos de la resistencia al nazifascismo, comunistas, homosexuales y gitanos, entre otros “untermenschen” (subhumanos), clasificación del nazismo y que el régimen de Mussolini adoptó. La particularidad de este lugar fue la forma de la operación para tratar de mantener ocultas las deportaciones a la muerte. En una vía subterránea de la estación, utilizada hasta ese momento sólo como transporte de piezas postales, se cargaban los vagones con los “indeseables”. Luego, con un montacarga se subía el vagón a la plataforma central de la estación (más precisamente en los andenes 18 y 19, hoy existentes) y se armaban las formaciones ferroviarias. Todo está intacto para que hoy, casi 80 años después, pueda visitarse tal cual era. Incluso puede verse el relato de quienes fueron deportados desde ese lugar, como el caso de la actual senadora vitalicia italiana Liliana Segre, de 92 años.
Estas historias, irrepetibles hoy aunque añoradas por muchos europeos de extrema derecha que son gobierno o que tienen bancas en parlamentos de países de la Unión Europea, se gestaron en momentos de crisis políticas y económicas, de convulsión social y de frustraciones que siempre derivan en el surgimiento de una figura “salvadora”.
Europa vive hoy un proceso inflacionario no visto en décadas y su población ya está saliendo a la calle. En Italia, por ejemplo, no se habla de otra cosa que del aumento de las tarifas de gas y electricidad que, en algunos casos, llegan al ciento por ciento. Los jubilados se quejan, algunas empresas o comercios tuvieron que cerrar y el malestar se generaliza. Habrá que ver cómo el futuro gobierno de ultraderecha italiano resuelve estas cuestiones. Se espera que no sea echándoles la culpa a los pobres migrantes que arriesgan la vida cruzando el Mediterráneo en botes precarios desde el norte de Africa para escapar de la miseria y la guerra en sus países de origen.
Este cuadro europeo, al que se le suma la guerra rusa-ucraniana, configura un mapa verdaderamente explosivo. Muy pocos, hace ocho meses, hubiesen apostado a que Putin atacaría a Ucrania e incluso anexaría parte de su territorio. Esa hipótesis parecía parte de una película del siglo pasado. Pero ocurrió. Ahora, además de la crisis económica, en Europa se teme que ese conflicto derive en el uso de armas nucleares, como Vladimir Putin ha amenazado al igual que otros líderes rusos.
Desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962, nunca se estuvo tan cerca de una locura nuclear aunque ahora se diga que puede ser más acotada en impacto y contaminación que la utilizada por Estados Unidos sobre Japón en 1945. Un sinsentido que podría cambiar el paradigma mundial de las relaciones de fuerza, de intercambio y de liderazgo de las superpotencias.
Una guerra nuclear en Europa, por efectos de la globalización, no se reduciría solo a ese territorio, su impacto económico y político sería mundial y podría marcar el surgimiento, como ya viene insinuándose, de China junto a sus aliados como potencia económica de primer orden.
Tal como ocurrió siempre a lo largo de la historia, los imperios y las dinastías cambian o ceden terrenos a otros liderazgos. En Rusia, por ejemplo, la familia Romanov gobernó durante casi trescientos años hasta la destitución del último zar, Nicolás II, por la Revolución Bolchevique.
Inglaterra y otras potencias europeas cedieron en el siglo pasado su lugar de líderes económicos y militares mundiales ante Estados Unidos.
Hoy asoman cambios de paradigmas en el mundo. ¿Esto es bueno o malo para la humanidad? Seguramente habrá tantas respuestas como posiciones políticas o ideológicas que quedan para el análisis del lector.