Por orden del por entonces presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, los argentinos repelieron a los ingleses, que abandonaron los materiales con los que intentaban construir la base y hasta una bandera. Luego, los marinos fueron recibidos y reconocidos por el presidente.
En noviembre de 1951, Puntonet, oriundo del pueblo cordobés Luque, cumplía el servicio militar en la Armada y se había anotado como voluntario para participar de la expedición a la Antártida. “Estábamos en la Base Naval Río Santiago y un día nos preguntaron quiénes nos animábamos a viajar en barco a la Antártida. No nos dieron más información, pero yo ni lo pensé y enseguida me anoté, porque nunca había salido de Córdoba y me entusiasmó mucho la idea. Además, nos iban a pagar muy bien, porque más abajo del paralelo 42 todos cobran igual: el sueldo de un oficial. Fuimos a la revisación médica unos tres mil soldados y quedamos los más sanos, porque insistían en que el clima era inhóspito y si no éramos fuertes no íbamos a resistir”, recuerda hoy, 71 años después de aquella aventura austral.
—Zarpamos de Buenos Aires en noviembre de 1951 en el buque petrolero Punta Ninfas a reabastecer las bases argentinas en la Antártida. Eran 90 tripulantes, de los cuales 32 éramos conscriptos. Yo viajé en calidad de mozo, tenía 21 años. Eran cinco barcos que zarparon juntos en la expedición: dos remolcadores aviso, el Sanaviron y el Chiriguano, los cruceros Bahía Aguirre y Bahía Buen Suceso y el petrolero Punta Ninfas. En el buque llevábamos, además de combustible, dos aviones Albatros. Tardamos 16 días en llegar hasta la bahía Decepción y también pasamos por las islas Orcadas del Sur. Las primeras bases que tocamos eran chicas, llevábamos gente para construir obras en los nuevos destacamentos, que eran 22 italianos que repartíamos en las bases.
—¿El barco se movía en el pasaje de Drake?
—Teníamos que dormir atados a la cama porque el barco se movía tanto que nos tiraba de la cucheta. Por momentos nos descomponíamos de tan mareados que estábamos.
—¿Es cierto que se nota la diferencia entre el agua de ambos océanos?
—Ese pasaje es bravo porque se juntan los océanos Atlántico y Pacífico, y las olas son enormes. A uno de los aviones Albatros, con tanto movimiento se le cortaron las amarras y cayó de costado, quebrándose un ala. Lo tuvimos que llevar a la rastra hasta que después lo pasaron a otro barco y lo llevaron de vuelta al continente. Crucé varias veces el estrecho, porque íbamos a Ushuaia. En cambio, cuando entrábamos al cabo de Hornos era lindo navegar porque es un canal tranquilo.
—¿El vicecomodoro Marambio dirigía las obras de esa expedición a la Antártida?
—Estando en el sur se decía que estaba el vicecomodoro Marambio dirigiendo unas obras, pero yo no lo vi. Estaban trabajando cortando piedras para una pista de aterrizaje para los aviones de la base.
—¿Cómo hacían para combatir el frío?
—El clima era crudo. Nos abrigábamos muchísimo, pero eso era los primeros días, después nos fuimos aclimatando. Igualmente nos fajábamos el cuerpo con ropas de lana, arriba nos poníamos más ropa gruesa, varios sweters, botas, gorra y lentes, porque la nieve nos quemaba la vista.
—¿Cómo era el día en la Antártida?
—Nos levantábamos a las ocho de la mañana, pero el sol salía a las 12 y media de la noche. En verano hay 23 horas de sol, que sale aproximadamente a las 12.30 y se oculta a las 11.30. En invierno siempre es de noche. Soplan unos vientos tremendos. De repente se nublaba todo por las tormentas de nieve. En esos caso no podíamos ver a dos metros.
—¿Cómo era la vida de un soldado?
—Teníamos que trabajar en el barco, pero debido al clima y a las instalaciones, las opciones de entretenimiento eran muy pocas. Teníamos tiempo libre, que aprovechábamos para recorrer los alrededores de la base, donde jugábamos con la nieve y con los pingüinos. También había muchas focas, albatros y gaviotas.
—¿Qué comían en la Antártida?
—Comíamos alimentos con muchas calorías. En el desayuno había facturas y chocolatada con leche condensada. Las comidas eran variadas: cordero al horno, huevos duros, garbanzos, mucha manteca, chocolate.
—¿Cómo fue el intento de invasión inglesa?
—Una mañana nos levantamos a las ocho y nos encontramos con la sorpresa de que los tripulantes de un barco inglés, que eran unos 25 en dos lanchas, habían bajado muy temprano con perros y trineos y estaban trabajando en unas obras.
—¿Cuál era la situación de la disputa de la Antártida con los ingleses en 1952?
—Las cosas estaban así en esa época: todos se querían apropiar de un pedazo de tierra. Nuestros jefes consideraron que eso era un atropello y decidieron tomar cartas en el asunto. Yo, como era mozo, paraba la oreja y escuchaba que hablaban por radio directamente con el general Perón, desde Buenos Aires, que les daba las directivas como presidente de la Nación.
—¿Cuáles fueron esas directivas?
—Decidió cercar a los ingleses, los rodearon y se armó un tiroteo, pero ellos no tenían todas las armas en tierra, las tenían en el barco, así que los argentinos tuvimos las de ganar. Los subimos en las lanchas y los llevamos de vuelta al barco. En una palabra, los echamos. Hasta les sacamos la bandera. Ellos querían hacer una base a unos 200 metros de la nuestra. Me acuerdo que les tiraban al agua, al lado de las lanchas y que los obreros italianos decían: “No queremos pelear, ya venimos de una guerra”.
—¿Ese incidente tuvo consecuencias?
—Había muchos barcos dando vueltas y a los pocos días del problema apareció una corbeta inglesa con soldados dispuestos a atacar. El barco se llamaba John Biscoy. Hubo señas de banderas e hicieron una entrevista. Bajó el comandante para hablar con el de la fragata nuestra. Creo que el capitán se llamaba Víctor Olivieri, no recuerdo bien. Después habló Perón con el gobierno inglés, les dijo que había sido un malentendido y vinieron el comandante inglés con otros cinco marinos a comer un cordero a la base.
—¿Cómo los recibieron en Buenos Aires?
—Cuando volvimos a Buenos Aires estaban todos los colectivos verdes de la Marina esperándonos y nos llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde nos prepararon un banquete. Ahí estaba presente el general Perón y nos felicitó por nuestra actuación en el sur, tanto en la expedición como en el altercado con los ingleses. Nos entregaron un gallardete que guardé durante muchos años, que decía “Base Antártida Argentina, campaña 1951-1952”. Todavía lo tendría, pero lo perdí en una de las inundaciones de los barrios Empalme Graneros y Ludueña, donde yo vivía, igual que otras tantas cosas de gran valor para mí.
—¿Perón les pidió reserva del incidente con los ingleses?
—Nos pidió que el incidente con los ingleses quedara entre el personal asistente y que no se divulgara. Ahí nos enteramos que en la Base Naval de Puerto Belgrano estaban dispuestos a zarpar si la cosa se complicaba.
—¿Ustedes eran conscientes de la gravedad del incidente?
—Allá en el sur no sabíamos mucho lo que pasaba ni la importancia del conflicto. Y siempre recuerdo que Perón nos dijo: “A nosotros nos sacaron de las Malvinas como chicharra de un ala, pero acá no los vamos a dejar poner ni un pie”.