De esta manera un acontecimiento reciente, casi policial, conecta con más de doscientos años de historia del cono sur americano. La pesquisa alrededor de una librería de antigüedades en Buenos Aires se llevó a cabo mediante una ardua tarea de inteligencia mutua con el Ministerio de Cultura de Perú. Es que además del Acta, el sospechado anticuario promocionaba en sus redes digitales, un patrimonio clave para la historia peruana: un valioso libro manuscrito que databa de 1772, que había sido robado recientemente de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. La librería no pudo respaldar debidamente las razones por las cuales era propietaria de este conjunto patrimonial, por lo cual en una acción que incluyó la intervención de la Policía y de la Justicia en lo Penal, se sustrajeron bienes valiosos, tales como otros antiguos documentos, e incluso relojes de oro. En todos los casos se repetía el mismo vicio legal: no se tenían los papeles que demostraran la titularidad sobre dichas piezas y simplemente se encontraban dispuestas a ser vendidas en pesos o dólares a cualquier comprador.
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Sergio Massa (Economía) y Guillermo Michel (Aduanas) presentan el Acta de la Independencia recuperada.
Foto: Agencia Télam
El titular de la Aduana, Guillermo Michel, consciente del exitoso operativo, declaró que “son pocas” las copias del Acta que se imprimieron en el año de la independencia, y por eso destacó su audaz recuperación. Se trata de una de las 1.500 copias impresas en español, que en agosto de 1816 el entonces Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón mandó a realizar en Buenos Aires, además de sumar copias impresas en guaraní, quichua y aymara, a fin de comunicar a los pueblos del ex virreinato del Río de la Plata, la trascendental decisión tomada semanas antes en Tucumán.
Igual que en el pasado, las noticias siguen siendo ahora un elemento fundamental de la política en los tiempos que aún corren. Tal vez por eso, y para aprovechar los beneficios simbólicos del hallazgo, el feliz desenlace se comunicó oficialmente el pasado 9 de julio, a fin de que coincida con los festejos por los 207 años de nuestra independencia. Sabemos que por muy importante que fuera el encuentro con el viejo papel, un simple documento no puede inclinar la balanza política en este fogueado año electoral. Aun así, de manera comprensible, el principal candidato a presidente por el oficialismo, Sergio Massa, armó una visita al personal de la Dirección General de Aduana, y se tomó una foto con el relevante impreso. Asimismo, ponderó el acto soberano que implicaba recuperar una de las copias de nuestra decisión político-jurídica más importante, en esta historia dos veces centenaria. Las palabras del candidato, y actual Ministro de Economía, aludieron a la metáfora de los “brazos del Estado”, la lucha contra el contrabando, y la importancia de las instituciones nacionales en la defensa del legado patrimonial.
Pero antes de continuar pensando las cambiantes relaciones entre los tiempos pretéritos y los actuales, cabe detallar un poco más qué tipo de documento es el que fue hallado, y de qué manera se vincula con la actuación del Soberano Congreso.
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Soberanía: Acta de la Independencia recuperada en allanamientos
Fuente: Télam vía Dirección Gral. Aduanas
Las 374 palabras que nunca se perdieron
Quizás suena patriótico en el sentido exagerado del término, pero podemos afirmar que las 374 palabras contenidas en lo que conocemos como Acta de la Independencia, constituyen la cantera idiomática más valiosa, por supuesto asociada a un proceso revolucionario que tuvo desde 1810 un ajetreado desenlace. No son vocablos aislados, y en vez de ser un fetiche de lo sagrado, deben ser un puntapié para analizar los lenguajes de la política. Afortunadamente estas palabras, animales de tinta y pluma, se encuentran estampados en más de un documento, y resguardados debidamente en museos y archivos, y no en sitios impropios como el coleccionismo privado o los sitios de venta. Estas significativas palabras, son un patrimonio inmaterial, imposible de enajenar, y desde luego troncal para una soberanía cuyo itinerario no fue nunca lineal ni sencillo.
En rigor, de las 374 palabras de un Acta de la Independencia, las primeras son conocidas como el Acta en sí mismo, constituyen aquellos párrafos destinados a situarnos en el tiempo y el espacio, antes de trasladarnos a la deliberación de nuestros representantes. Estas 175 palabras iniciales, que se diferencian entonces de la Declaración, contienen la famosa mención a la “benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán”, como forma de ubicar el espacio físico, además de referir al espacio temporal del día 9 de julio, en un aire de solemnidad ante la trascendencia de la medida. Esta sección, breve como todo el documento, concluye con una pregunta hacia los representantes, cuya conocida respuesta fue unánime y por aclamación.
La pregunta es todavía parte del Acta, mientras que una vez que entramos en la respuesta ya pisamos el territorio lingüístico de la Declaración. Por ahora sigamos viendo las palabras iniciales. El interrogante, sometía a decisión de los 29 representantes en Tucumán, si acaso querían que las “Provincias de la Unión” (así figura, además de Provincias Unidas en Sudamérica), fueran una nación “libre e independendiente de España y su metrópoli”. No era la Argentina, lo sabemos. El actual gentilicio estaba completamente ausente, el territorio era una entelequia en definición. Sí había cimientos de construcción política en un territorio que soñaba con incorporar al Alto Perú, sinuoso territorio que había traído sus propios diputados. La sección propia del Acta, aquellas 175 hormigas negras, también delimitan con claridad quienes eran el sujeto político. Por un lado “los representantes”, masculinos en los 29 casos, fruto de una idea antigua de representación, entendidos más bien como portavoces de la opinión de sus respectivos pueblos, deseosos de un ensamblaje que los articulara en un estado-nación, aun cuando no todos los pueblos invitados acudieron al encuentro. Estos diputados se destacaban según el texto por cualidades como la “rectitud de sus intenciones”, y la “profundidad de sus talentos”.
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Acta y la Declaración de la Independencia: en 1952, el entonces rector de la Universidad Nacional de Tucumán donó a la Casa Histórica una copia original que consta de 3 hojas escritas a mano, con la tinta de los propios días posteriores al acontecimiento.
Fuente: Casa Histórica de Tucumán
Un sujeto político presente: los pueblos rioplatenses y el “mundo”
Pero además del cuerpo de congresales, Narciso Laprida y sus compañeros de recinto, el Acta nos recuerda, al sujeto político soberano, aquél que mediante la articulación entre representantes-representados, era el fundamento de una idea todavía incipiente de nación. Es decir el propio pueblo en singular o en plural, el sujeto político total que no podía caber en el recinto, pero cuyo empuje era parte fundamental del proceso que desplegaba su fuerza revolucionaria. Se trataba de hombres y mujeres de distinta condición de vecindad, en una sociedad fragmentada, jerárquica, y heredera del régimen colonial. Se trataba de los distintos pueblos rioplatenses que tenían un “clamor por la emancipación”, tal como se los ilustra en el recuperado texto. ¿Y cuál era el fundamento de ese clamor, de ese sentimiento independentista, aún en un territorio sin nombre?
A diferencia de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, y tal como lo ha señalado la historiadora Marcela Ternavasio, en nuestra historia del sur americano la fundamentación no queda del todo clara en el Acta, es decir la cadena de argumentos jurídicos para solventar tamaña decisión. Estos anclajes, se encuentran muy desarrollados en un texto posterior, aunque en el Acta se deja una pista al mencionar el “poder despótico de los Reyes de España”, y en la sección de la Declaración se amplía la fuerte idea de ilegitimidad del gobierno monárquico. No había tiempo para engorrosos fundamentos, que aparecerían escritos (e impresos) por el Congreso en un texto de extenso título, que tampoco se ha perdido. Este texto destinado a esgrimir argumentos se denomina: “Manifiesto que hace a las Naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los Españoles, y motivado la Declaración de su Independencia”. No entraremos en el análisis de este valioso documento, que fácilmente puede descargarse desde la web de la Biblioteca Digital de la Nación. Nos limitaremos a señalar que su escritura fue encargada en la etapa tucumana, pero fue distribuido una vez que en el año 1817 el cuerpo de representantes se trasladó a Buenos Aires, como resguardando la revolución en aquél espacio que había marcado sus inicios. Por eso el significativo desplazamiento del nombre de este territorio todavía un poco monstruo, todavía sin una nomenclatura propia, merece que le prestemos atención: del nombre Provincias Unidas en Sudamérica (propio de la etapa tucumana y del Acta), se pasaba desde 1817 a reconocerse como Provincias Unidas del Río de la Plata, nombre más centralista, asociado a la geografía que circundaba a Buenos Aires. El lema parecía ser cerca del puerto, lejos del altiplano y sus montañas.
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Acta de la Independencia en una versión parafrástica: Español - Aymará.
Fuente: Archivo General de la Nación (AGN)
Por su parte, los párrafos del texto que integran la sección de Declaración, (“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sudamérica…”), también fueron (son) cortos y emblemáticos. Es la respuesta a la pregunta fundamental, y por eso es lacónica e implacable. Son 199 palabras muy bien puestas. Los sujetos colectivos a los que los representantes se dirigen vuelven a ser de doble escala, los propios pueblos que se han reunido, y el mundo entero.
Los pueblos representados por una minoría de notables, mostraban su decisión ante “el universo” y “las naciones del globo”. Ese grito de ruptura, se hace exponencial al comunicar que “declara a la faz de la tierra” el trascendental hecho, es decir de buscaba derramar hacia todos los océanos “la voluntad unánime e indubitable de romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España”. Luego de la Declaración, y principalmente en las versiones impresas, el Acta continúa con una tercera sección, la que consigna el nombre de los 29 diputados con su firma. Se trata de un escrito conmovedor, incluso más allá de un lenguaje que nos puede parecer desde ojos de hoy, demasiado jurídico, teológico o fuera de época. Estas palabras nunca estuvieron en duda, pero tanto mejor que ante el hallazgo aparezcan nuevamente contenidas en un impreso de su misma época.
Actas impresas y manuscritas que se han preservado
Contamos con una serie de Actas, originales de 1816, algunas de ellas correctamente protegidas en el Archivo General de la Nación. Es de esperar que la recientemente encontrada se ubique en un lugar con significación, tal vez el más conveniente sería la propia Casa Histórica. Además, se han conservado en nuestro país algunas de las versiones que Juan Martín de Pueyrredón inteligentemente mandó a elaborar en dos idiomas (llamadas versiones parafrásticas), ya que en su margen izquierdo el texto era en español, y a su derecha en alguna lengua originaria.
También hemos preservado algunas Actas manuscritas, que también eran numerosas, y hoy el paso del tiempo las volvió minoritarias. Ha quedado en Buenos Aires una copia manuscrita con la firma del Secretario Mariano Serrano, y una muy similar en Casa Histórica. Las historias que rodean a algunas de estas joyas de papel no son muy diferentes que la reciente policial recuperación. Sorprende la torpeza y la fragilidad de estas historias. El ejemplar manuscrito que se encuentra en Tucumán ciertamente no se mantuvo por 200 años en la Casa de Francisca Bazán de Laguna, sino que tuvo un itinerario azaroso y contingente. En el año 1952, el entonces rector de la Universidad Nacional de Tucumán, Horacio Descole, donó a la Casa Histórica una copia original que tuvo la suerte de llegar a sus manos, mediante un obsequio. Consta de 3 hojas escritas a mano, con la tinta de los propios días posteriores al acontecimiento. Cuenta con la carátula, el texto del Acta y la Declaración de la Independencia. No contiene la firma de todos los diputados. En el pie final del manuscrito, se ubica la firma del secretario Mariano Serrano, y aparece el nombre del destinatario del Acta, que no era un diputado, pero sí alguien importante durante la etapa tucumana. El dueño de dicha copia era el letrado tucumano Serapión de Artega, quien era por un lado asesor del entonces gobernador Bernabé Aráoz, además de ser miembro del Cabildo local, y por tanto figura clave para ser anoticiado de los sucesos. Artega llegó a ser electo diputado al Congreso, pero no se integró al recinto, y no estuvo en la sesión del 9 de julio. Aun así, la existencia de un Acta en su nombre, nos muestra lateralmente que las copias (tanto impresas como manuscritas), se contaban de a miles, precisamente porque no se buscaba el secreto en el grito sagrado, sino su expansión.
En pleno siglo XX, el doctor Descole, la había adquirido en un anticuario, y rápidamente entendió la importancia del documento. Advirtió el carácter impropio de que repose en un ámbito tan desregulado, plausible de ser vendido al exterior. Como sabemos, el acta manuscrita que lleva la firma de todos los diputados, y que integraba el Libro de Actas de las Sesiones Públicas, se encuentra perdido, aunque no es imposible que alguna vez aparezca. ¿Descansará sin saberlo en algún volumen perdido en manos privadas? ¿Estará a la venta en un anticuario? Aún con esas dudas, el contenido semántico de nuestra Independencia se encuentra resguardado, aún en un país de incertidumbre y cenizas.
(*) Facundo Nanni es doctor y profesor de historia. Investigador del Conicet. Integra la Junta de Estudios Históricos de Tucumán…
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