“Plata o plomo”, el mensaje extorsivo que apareció en balaceras a viviendas, se convirtió para Luciano Bogado en una suerte de marca personal. Al menos así lo afirmaba en sus conversaciones el preso que la semana pasada planeaba casarse y fugarse de la cárcel de Piñero, pero en lugar de eso fue acusado de liderar una banda que brindaba servicios de balaceras ordenadas desde la cárcel. “Plata o plomo soy yo”, se ufanaba. Quedó en prisión preventiva por dos años junto a otras cuatro personas acusadas de integrar una asociación ilícita. Las escuchas revelaron planes delictivos diversos, como un crimen que Bogado gestionó —y no llegó a concretarse— por encargo de quien sería Ariel “Guille” Cantero, condenado como jefe de Los Monos. “Hablo con Guille y le exploto la casa a cualquiera”, advertía en sus diálogos.
Dos balaceras a un pasillo de Garay al 1200 de fines de mayo condujeron a Bogado, un condenado por homicidio que dirigía al grupo desde su celda en el pabellón 6 de Piñero. “Si estuviera en la calle estaría tirando tiros, aplicando mafia”, “no presto más ni pistola ni sicario”, “tengo como diez pibitos y todos tiran tiros”, decía en sus conversaciones Bogado, quien se jacta de poseer armas y recaudar de 20 mil a 100 mil pesos por trabajos “de una pegadita”.
“Yo no soy un otario boluda, yo ando aplicando mafia en la calle. Ando tirándoles tiros a los traficantes, agarrándome a tiros con una banda de cartelería, no soy gil”, se define en una conversación con María del Rosario C., de 34 años, con quien estuvo a punto de casarse pero la boda se canceló el mismo día de los allanamientos.
En las escuchas se detectó que Lucho planeaba aprovechar el momento en que le sacaran “los grillos” (las esposas) para firmar el acta en el Registro Civil del Distrito Sudoeste, aunque el sueño quedó en el aire porque el mismo Bogado canceló el turno para la boda por desavenencias en la pareja. El miércoles, pocos minutos después de cancelar el plan, recibió la visita de una comisión policial que bajo las órdenes del fiscal Federico Rébola, de la unidad que investiga balaceras, allanó su celda y realizó otros siete allanamientos con cuatro personas detenidas.
Los cinco fueron imputados este lunes por integrar una asociación ilícita dedicada a cometer ataques a balazos contra viviendas o personas por encargo del mejor postor, además de extorsiones, amedrentamientos a búnkers de drogas rivales para ocuparlos o cobrar deudas, usurpaciones y compra venta de armas; servicios provistos para terceros y por fines propios entre el 22 de mayo y el 4 de agosto.
Bogado fue imputado como el jefe de la banda: quien proporcionaba las armas, se comunicaba por celular con las víctimas o deudores de las extorsiones para acordar el fin del hostigamiento a cambio de dinero y además gestionaba las armas y los tiradores. Su hermano de 17 años “también realizaba abusos de armas” ordenados pro Bogado, quien llegó a ofrecerle que matara a un joven de una bandita a la que conocía.
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Su pareja María del Rosario C., según la imputación, custodiaba las armas y administraba un puesto de drogas de 27 de Febrero y Gutenberg, en villa Banana. El 16 de julio ese lugar fue blanco de un ataque a tiros desde un taxi en el que perdió la vida Jorge Mario Ferreira, un albañil ajeno al conflicto, y resultó gravemente herida Laura Alicia B., 42 años e imputada como una “empleada a cargo de la venta en el búnker”.
Agustín Leandro C., de 18 años e hijo de María del Rosario, se encargaba entre otras cosas de la custodia del local. En tanto que Camilo Alberto “Beto” C. fue situado como el encargado de guardar, “enfriar” y arreglar las armas de la organización en un taller de refrigeración de su propiedad. Todos fueron imputados como miembros de una asociación ilícita, delito agravado por la participación de menores de edad.
En el caso de Camilo C. sumó la tenencia ilegal de dos armas de fuego de guerra halladas en el allanamiento al local de reparación de heladeras de Necochea al 3500, donde se encontraron un revólver Colt calibre 38, una pistola Browning 9 milímetros, cartuchos y un cepillo para limpiar el cañón.
Bogado, por su parte, añadió el delito de amenazas coactivas calificadas por compeler a la víctima a abandonar su lugar de residencia en las dos balaceras a las casas de Garay al 1200 que dieron origen a la investigación. El 1º de agosto, luego de pelear con su pareja y suspender el casamiento previsto para el miércoles pasado, la amenazó con matar a su hijo Agustín a fin de cobrar los 300.000 pesos que un tal “Laferrara” había ofrecido por la cabeza del muchacho. Por esto sumó el delito de amenazas.
El juez Alejandro Negroni dictó la prisión preventiva de los cinco imputados por dos años y solicitó asistencia médica para María del Rosario, a quien le colocaron una bolsa de colostomía tras recibir un disparo de arma de fuego hace algunas semanas.
La investigación comenzó con un incidente del pasado 22 de mayo, cuando un gendarme denunció en la comisaría 15ª que la noche anterior mientras trabaja habían baleado su casa de Garay al 1200. La puerta tenía tres impactos y una nota en una arrugada hoja rayada: “Dejen la casa en 24 horas o sino mucho plomo. Atte. La mafia”. Pegada a la nota había una bala calibre 45. Horas más tarde, otro vecino del pasillo denunció haber encontrado disparos en la puerta y una hoja con un número de celular para que contactar a los atacantes.
Al intervenir ese teléfono el fiscal llegó hasta Bogado, un preso de 31 años que cumple condena en Piñero por el crimen de Roberto “Ñoqui” Álvarez. La noche del 24 de abril de 2015 Lucho le advirtió a la hermana de la víctima que Álvarez se tenía que ir del pasillo porque le había pegado al sobrino de «Mareco» —un hombre en silla de ruedas que vendía droga— y cuando lo cruzaran “le iban a pegar mal”. Cuando Ñoqui se enteró salió alocadamente en moto. Bogado lo esperaba detrás de un árbol y lo mató de un escopetazo en el abdomen. “Fue Luchito", alcanzó a decir Álvarez antes de morir.
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Nueve meses más tarde Lucho fue detenido y lo condenaron a 18 años. Las escuchas lo revelaron como un hombre con llegada a la conducción de Los Monos. Aún resta analizar los mensajes de WhatsApp del celular Samsung 4K que a órdenes de Rébola fue secuestrado en su celda, sin el chip, que se halló en una nueva requisa un día después. Al día siguiente se encontraron tres chips más.
Diálogos picantes
De las escuchas surgió que María del Rosario guardaba una de las armas. “Acá anda la yuta a full”, le comentó ella el 30 de mayo. “¿A la pico la guardaste?”, preguntó Bogado aludiendo al arma. Ella le respondió que la tenía guardada pero no se lo hizo saber a su hijo de 18 años porque “se hace el farandulero”. “No se la des, salvo que se porte bien. Aparte ya veo que le pasa algo y va en cana”, fue la recomendación de Bogado.
El 12 de junio le comentó a su hermano de 17 años que había plata para matar a un joven que solía andar con él, a quien se refieren como “un guachín de la banda de Los Cochinos”. “Hay plata por ese”, ofreció el mayor de los Bogado. “¿Para hacerlo boleta?”, se interesó el menor. “Sí, por eso te llamé. ¿Lo hacés? Mirá que el Guille lo quiere hacer”, le advirtió. El chico pareció confundirse: “¿Para el Viejo?”, preguntó dos veces. “No, para el hijo, boludo, para el de anteojitos”, aclaró Luchito en una referencia que parece ajustarse a los rasgos de Guille Cantero.
El 12 de junio Bogado se sorprendió al detectar que un domicilio que tenía como blanco de una balacera, y que mandó a fotografiar, era la dirección de un amigo suyo. Por eso lo llamó para preguntarle si tenía algún problema con alguien. Le reveló que andaba “tirando tiros para alguna gente” y le dio a conocer su sello personal: “Esa carta plata o plomo soy yo. Esas cartas son las mías”. En ese caso le habían ofrecido 20 mil pesos por el trabajo.
En otras conversaciones se advirtió que había perdido un celular en una requisa y que su pareja se disponía a ingresar un aparato oculto en un tarro de dulce de leche. Decía tener “una banda de fierros” en custodia y se ufanaba de tener “guachos” trabajando para él. El 25 de julio le ofreció a un tal Gonza “una changuita” para “Ariel El Viejo” (supuestamente en referencia al fundador de Los Monos) que consistía en robar o extorsionar al dueño de una fábrica a cambio de 20 mil pesos. Del empresario mencionaron que “se quiere comprar una Hilux y tiene dólares encima”. Planeaban darle “un par de cañazos” o si no “asegurarlo” y romperle una pierna.
Decía contar con habilitación de Los Monos para abrir puestos de droga: “Yo hablo con Guille y Guille me da lugar. Me dijo que abra en cualquier lado”, además de dedicarse a a otros rubros delictivos en la medida de sus posibilidades: “Algo hay que hacer. Yo tengo un par de pibitos que tiran tiros para mí y hago una moneda: cerramos un búnker, vamos y zarpamos alguno, una casa, hacemos un par de boludeces. Se hace lo que se puede”.