Lorenzo Altamirano era conocido como “Muni” por su madre y sus hermanos, y “Jimi” por sus amigos. Tenía 28 años y según la investigación que llevan adelante los fiscales de la Agencia de Criminalidad Organizada fue usado como “sobre” para dejar un mensaje mafioso después de secuestrarlo en la zona de 27 de Febrero y Ovidio Lagos el miércoles 1º de febrero a las 22.32 y arrojado frente a la puerta 6 del estadio de Newell’s Old Boys a las 22.48 del mismo día, con tres tiros y una carta entre sus ropas. Al fin de cuentas él joven era un sobre y la nota estaba dirigida a lugartenientes de la banda de Los Monos que además integran la barra brava leprosa. Nada tenía este muchacho que ver ni con barrabravas ni con grupos narcos, dicen sus amigos y familiares. Era un artista callejero. Para quienes lo mataron, un nadie; para sus amigos, “una gran persona” por lo cual hoy se concentrarán en la plaza San Martín a partir de las 17 con el fin de pedir justicia y el esclarecimiento del caso.
Antes del primer día de este mes Jimi era un hombre libre. En el cuarto de una casa humilde de la zona oeste se amontona su vida. Era malabarista, tocaba el bajo en dos bandas de punk rock, escribía canciones, dibujaba, leía inglés y con un libro que trajo del único viaje largo que hizo, a Brasil, aprendió portugués. A esa casa familiar se ingresa por un pasillo ancho y quien llega hasta allí será recibido por perros, gallinas y dos gatos, uno negro que era de Muni y otro de la casa. A la entrada un gran patio con un limonero y otro árbol inmenso, padre de la sombra de la casa. En medio de la luz de un mediodía, dos semanas después de la ejecución de Jimi, su madre, Lilian, y su padrastro, Daniel, recibieron a La Capital para contar la vida de su hijo y reclamar el esclarecimiento del homicidio.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Daniel se casó con Lili hace 16 años. Ella vivió con el padre de Muni muchos años en barrio Ludueña, pero hace ya un tiempo largo que viven a unas veinte cuadras de donde “levantaron” a Muni. “Él nació en Ludueña y después nos vinimos acá. Se llama Lorenzo por el santo, su cumpleaños era el 5 de septiembre, me fijé en el almanaque y le puse así”, dice la mujer hablando en un presente que ya no existe. “Tengo otros hijos, Marisa y Fabián”, agrega Lilian como suerte de consuelo. Y sigue: “Muni fue a la escuela del padre Edgardo Montaldo y después a una técnica donde se recibió de técnico electricista. Le gustaba lo manual. Un pariente mío era mecánico y a él todo eso le gustaba, era muy inteligente, pero no se daba mucho con la gente. Era muy tímido de chiquito, y de grande más o menos”, detalló.
Lili recuerda que su hijo “trabajó en varios lugares” y enumera “un barcito por Pellegrini, con Daniel como pintor, jugó a la pelota en el club Tiro Federal. Le gustaba mucho jugar a la pelota”, aclara.
Sueños, un viaje y amigos
Usar a un hombre como “sobre”, poner un mensaje mafioso en un bolsillo de su ropa y matarlo para que la carta llegue a destino con sangre es una práctica inédita en Rosario y este hecho, sumado a otros de orden político y de gestión derivaron en el desplazamiento, la semana pasada, del ministro de Seguridad Rubén Rimoldi y en la llegada de Claudio Brilloni, un ex comandante de Gendarmería Nacional. De estos vaivenes los familiares de Jimi están ajenos. Ellos sólo quieren que “se aclare todo” sin saber del concepto de “sobre”.
En 2021 Jimi viajó. “Un día me dijo, «mami quiero ir a probar suerte a Brasil». Consiguió una mochila y se fue con un par de amigos, me mandó una foto de Goya, en Corrientes, y después ya recorrieron un poco a dedo y un poco en colectivo muchos pueblos de Brasil y me dijo: «Mami, llegué a un pueblo en el que me dan casa y comida y hasta un sueldito por trabajar en la calle». Eso me escribió en una carta. Él quería volver allá, no le gustaba Rosario. Otra vez me dijo: «Me quiero ir, no me gusta lo que pasa en Rosario, quiero ir a morir a Brasil», y yo le dije que ni loca, que no se iba a ir para siempre, pero mire el destino lo que me tenía guardado”. Lili contó que ese viaje a Brasil fue el primer, único y largo viaje de Muni. “Él era muy casero, no salía casi. A mediados de 2021 le dije que volviera de Brasil, que lo extrañaba, y unos días antes de esa Navidad volvió. Estuvimos muy contentos.”
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
La habitación de Jimi es luminosa y amplia, da al inmenso patio de la casa humilde. Entra una cama de plaza y media, una cómoda con sombreros que el muchacho “usaba en la calle para trabajar”. Las clavas que tiraba al cielo con la esperanza de capturarlas y hacer malabares, termos, botellas. También hay una mochila, bolsos, un minicomponente, el bajo chino y un póster del Che además de un cuaderno con una canción escrita en letra más que prolija: “Cada camino tiene su secreto y lo mejor es conocerlos bien/a la vuelta de la esquina uno no sabe lo que se va a encontrar/ hay que ir con cuidado en la subida/para que no caigas sin avisar”.
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Jimi tiraba las clavas en la esquina de Liniers y Pellegrini; y a veces en Oroño y Pellegrini. “Ahí no pudo estar mucho, los de la hinchada (de Newell’s) o no sé quien le pedían una parte de la plata, una comisión para estar ahí había dicho”, aseguró un familiar del muchacho.
Sus allegados cuentan que a veces Muni llegaba a la madrugada, “tipo 6 de la mañana”, y otras veces llegaban sus amigos quienes se quedaban en la casa, en el cuarto, y las noches eran infinitas. “Tenía unos colchones y se tiraban todos ahí. Muchachos y chicas, todos sanos y buenos”, cuenta Lili.
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Lorenzo "Jimi" Altamirano tenía 28 años y su ilusión era volver a viajar a Brasil.
Para Daniel, los amigos de Jimi fueron lo más cercano a ángeles de rastas, piercing y tatuajes alocados. “Son pibes buenísimos, estuvieron siempre al lado nuestro y hasta hicieron una colecta para el velorio —reunieron unos 300 mil pesos—. Pero siempre hacían eso, un recital para juntar plata para una amiga que está en Brasil o para otro que tenía que operarse. Son chicos muy buenos”, contó Daniel. Y Lili agregó: “Pero Muni no tenía novia ahí, en ese grupo ni en otros, no se quedaban chicas con él, nunca me contó que tuviera una novia”.
El muchacho era de hablar poco. “No nos contaba mucho sobre lo que quería hacer a futuro más que volver a Brasil. Vivía mucho el presente. No sabemos dónde aprendió malabares, creemos que los amigos que habían ido a la escuela municipal del cirquito le enseñaron. Para tocar el bajo estudió, pero no sabemos con quien”.
Los últimos pasos
El miércoles 1º de febrero el malabarista llamado “Lorenzo por el santo” o Muni por su familia y Jimi por los amigos salió de su casa pasado el mediodía. Se fue sin la bicicleta. Iba a juntar unos pesos haciendo malabares en una esquina y luego al ensayo con su banda. Salió de la sala de ensayo cerca de las 21.30 y comenzó a caminar hacia su casa. A las 22.32 pasó por una estación de servicios de Ovidio Lagos y 27 de Febrero caminando hacia el oeste. Recién 16 minutos después, a las 22.48, volvió a vérselo cuando lo bajaron de un Renault Sandero negro al que se subió o lo subieron. Fue frente a la puerta 6 del estadio de Newell’s, donde lo ejecutaron con tres tiros. Allí murió. Ahora se espera que el cuerpo dé ciertas respuestas con los análisis complementarios a la autopsia: si estuvo maniatado, si lo golpearon y qué pudo haber pasado en esos 16 minutos en que estuvo raptado.
Lili confía en que “se haga justicia, que haya más seguridad. Mi hijo decía que en Rosario estaba todo podrido, tenía razón”. Y Daniel acota: “La verdad es que estamos sin datos, en Fiscalía vieron una cámara y después ya no nos dijeron nada más. Nadie dice nada. Yo veía la gente a la que le mataban a un familiar en televisión y ahora nos tocó a nosotros. No sé cuanto tiempo tiene que pasar para que sepamos la verdad de tanta crueldad, matar a un chico así”. La espera de una familia, la respuesta a lo indecible, la muerte de un hijo.