Vivir cerca de un jugador famoso es algo especial. Los pibes se la pasan
pateando pelotas al patio del crack a la esperade que se las devuelva para hacer el gol de la
gloria, pero hay otros que llorisquean porque la vereda se les llena de cámaras y gatos.
En Barcelona, un vecino de Messi alquila su casita en 350 euros por día. Algo
caro, pero así se puede ver como el Lio hace jueguitos y enchastra el parque con palitos de
chupetines.
En tanto, en el barrio El Trébol, de Ezeiza, la elegante vecindad se queja por
las bullangueras visitas del Diego, ese que rompió el paisaje con altos muros en procura de
privacidad.
Más al sur, en Tandil, se promocionan visitas a la estática réplica de la Piedra
Movediza y a las ex casas donde habitaron deslumbrantes lugareños como: el maestro Osvaldo Soriano,
el tenista Juan Martín del Potro, el ilusionista René Lavand, Facundo Cabral y el rockero
Paolo.
El tour futbolero pasa por la cuna del fino Vicente Pernía, pero no por
viviendas de los extranjerizados Mauro Camoranessi y Mariano Pernía. Pero ahora otra maravilla
moviliza a la ciudad y hasta a la estática piedra: el zaguero Ariel Garcé, es su ciudadano ilustre,
ungido por Maradona.
Al noroeste de la city porteña, una barriada de Ciudadela vibra por Carlos
Martínez. Entre apenas parados monoblocks y la Villa Matienzo vieron jugar al pibe en la canchita
del módulo 1. Después pasó por Estrellas del Uno, Santa Clara, Villa Real y All Boys.
Pero se lo llevó Boca y debió usar el apellido materno: Tevez, para burlar
derechos federativos que reclamaba el Albo. Después, lució en la Bombonera, en Corinthians de
Brasil y en la mismísima rubia Inglaterra, en los dos equipos de Manchester.
"Recibió sugerencias de no volver, pero esquiva esas recomendaciones. Siempre
regresa y es muy querido", decía Inés Abripa, directora del Jardín de Infantes 913, donde
concurrieron sus sobrinos y algunos muchachos de Piola Vago, la banda cumbiera armada por
Carlitos.
La prensa escandalosa, con el movilero José de Zer a la cabeza, bautizó al lugar
como Fuerte Apache, tras cubrir un tiroteo frente a la comisaría. Pero "Apache" ahora es el apodo
del habilidoso irreverente que juega como en el campito que lleva tatuado en el corazón y en la
jeta.
En esos arrabales de Ciudadela, donde la exclusión hace más simple morir que vivir, el piberío
de su ex escuela, "la 50", se junta en la biblioteca para ver en la tele al vecino que juega con la
habilidad y fuerza del que debe pelearlas todas, casi como ellos.
l
Mañana, Figurita 31:
Los que no viajaron