Para un partido complejo, nada mejor que llegar luego de conseguir una goleada contundente. Para una recta final de campeonato que pinta apasionante, nada mejor que un sostén futbolístico apuntalado en el juego y en los resultados. Primero está San Lorenzo. Después recién el resto. Incluso sabiendo que en el Nuevo Gasómetro no habrá ni el más mínimo margen de error.
Después, si se gana, vendrá el resto. Pero abrazar el tramo final del torneo con una mirada amplia, contemplativa, de contexto, implica la activación de un razonamiento cuanto menos favorable para Rosario Central. Porque los últimos partidos lo encuentran no sólo en un gran presente, sino también en un nivel ascendente, que comenzó a fortalecerse después de aquella derrota ante Quilmes, cuando Eduardo Coudet dio un golpe de timón y sus jugadores respondieron con creces.
No siempre se llega a la recta final en el pico de rendimiento. Muchas veces las cuestiones físicas comienzan a marcar cierta tendencia y ponen piedras en el camino. Incluso hasta desde lo futbolístico es lógica la aparición de situaciones tensionantes. No parece ser el caso de Central (por supuesto tampoco el de Boca, líder con cuatro puntos por encima de San Lorenzo), que desde que se juramentó no resignarse a la pelea metió una seguidilla de resultados implacable, sufriendo una pequeña mella en el clásico contra Newell’s, en el que no pudo pasar del empate. Antes y después de eso todo transcurrió por los caminos apuntados por cuerpo técnico y jugadores.
¿El inicio de este comportamiento de compromiso absoluto con la causa? La derrota en cancha de Quilmes. Allí Central protagonizó su peor partido en el campeonato, lo que resultó un verdadero quiebre. Desde el lado de algunas decisiones que tomó el Chacho Coudet y desde el comportamiento futbolístico de los propios futbolistas.
Así se pasó Belgrano, en un gran nivel; Unión, con poco fútbol pero con mucho amor propio; Arsenal, con solvencia; Godoy Cruz y Gimnasia, con una puesta en escena convincente y una terrible contundencia. En el medio (entre Arsenal y el Tomba mendocino) estuvo el empate en el clásico de la ciudad, en lo que fue el único “lunar” en medio de esta arremetida luminosa, en la que cosechó 16 puntos sobre 18 posibles, marcando 12 goles y recibiendo sólo 2.
Es lógico que por la instancia del torneo que se está jugando el verdadero foco se ponga en la frialdad de los números, la que imponen los resultados (no hay otra forma de mantenerse en la pelea), pero la base futbolística se fue transformando en otra de las patas fuertes de este presente. Y como si eso fuera poco hasta contó con el espaldarazo anímico que le significó la clasificación a las semifinales de la Copa Argentina.
Claro que sería injusto hablar de que si Central está peleando el título es por esa arremetida y consolidación que apareció después de Quilmes. Sería un reduccionismo cuanto menos engañoso. Sobre el lomo del Canalla hay toda una campaña digna de destacar, en la que el equipo supo marcar presencia desde el inicio y jamás apartándose de la mesa de discusión. Antes de Quilmes ya se hablaba de que tenía atributos como para dar batalla hasta el final.
La solvencia que mantuvo en defensa, la nueva fisonomía que apareció en la mitad de la cancha y la consolidación del tridente ofensivo (Lo Celso, Larrondo y Ruben) son algunas de la partes, importantes por cierto, de un todo que entrega señales confiables.
Y en el medio el convencimiento. El mismo que se dejó en claro incluso desde antes que comience el torneo. Eso también colabora. Porque ante la realidad de que en medio de tanto sumar se le hace imposible achicar distancia con la punta, no hay resignación, sino un mayor compromiso.
El sábado será San Lorenzo, del que Central está obligado a salir bien parado para que los otros tres partidos también tengan ribetes de final. Pero lo que está claro es que esta recta final encuentra al equipo de Coudet con un envión llamativo y un ritmo sostenido.