La Real Academia Española (RAE) en su vigésima tercera actualización del Diccionario de la Lengua Española reformó al anglicismo "hacker" desde su anterior versión de pirata informático por la nueva de "persona experta en el manejo de computadoras, que se ocupa de la seguridad de los sistemas y de desarrollar técnicas de mejora". Entre los responsables del cambio conceptual se encuentra un rosarino Sebastián Bortnik, uno de los principales referentes argentinos en el tema de seguridad informática.
La palabra hacker proviene del término en inglés "hack". Se refiere a personas que estudian en profundidad a diferentes sistemas con el objetivo de modificarlos para que funcionen de manera más sencilla, rápida o económica.
En el campo de la seguridad informática es habitual referirse a hackers de sombrero blanco, sombrero negro y sombrero gris. La cuestión proviene de las películas del lejano oeste (western) donde los buenos usaban sombrero blanco y los malvados portaban inevitablemente sombreros de color negro. De esta forma, aquellos especialistas cuyo trabajo consiste en mejorar los sistemas de seguridad informáticos para evitar los típicos delitos cibernéticos se los denomina hackers de sombrero blanco. Por supuesto que los delincuentes informáticos son los hackers de sombrero negro. En el medio están los de sombrero gris: ingresan de manera ilegal a sistemas y redes para buscar vulnerabilidades en los mismos; cuando los encuentran no roban sino que se contactan con los propietarios del sitio o software para indicar esas fallas a cambio de una importante retribución monetaria.
En tiempos recientes aparecieron los biohackers: expertos en temas de biología y bioquímica que se reúnen, no en universidades ni en empresas biotecnológicas, sino en pequeños laboratorios con el objetivo de estudiar en profundidad sistemas biológicos. Los hay de diversos tipos: algunos con fines de lucro, otros para encontrar tratamientos o remedios que puedan modificar sustancialmente la vida de los seres humanos y algunos que buscan democratizar el acceso a terapias o remedios altamente costosos.
Entre los últimos se destacan Gabriel Licina, Andreas Stürmer y David Ishee, tres biohackers que fueron la sensación en la conferencia Biohack the Planet, llevada a cabo recientemente en Las Vegas. Licina se hizo famoso en el año 2015 cuando junto a otro integrante de su grupo Science for the Masses (Ciencia para las Masas) se inyectaron ciertos productos químicos en los ojos con la intención de extender la visión humana en el infrarrojo, un equivalente a obtener visión nocturna de manera "natural". Andreas Stürmer, un biotecnólogo e ingeniero ambiental austríaco, creó un tratamiento experimental para la cura del herpes en forma de vacuna que no siguió los habituales pasos que un tratamiento médico o remedio debe seguir antes de llegar al mercado. Aaron Traywick, un biohacker de 28 años, se autoinyectó la vacuna creada por Stürmer delante de un importante auditorio en una conferencia llevada a cabo en el año 2018 en la ciudad de Austin. Pocos meses después, Traywick fue encontrado muerto ahogado en un tanque de agua. La pertinente investigación dictaminó que la muerte fue accidental sin relación alguna con sus experimentos de biohacking. Por último, David Ishee dedica la mayor parte de sus esfuerzos científicos a modificar el ADN de los perros, aunque sin éxito por el momento.
Licina, Stürmer e Ishee anunciaron que habían logrado reproducir una droga denominada Glybera, una terapia genética que en el año 2015 era el tratamiento genético más caro del mercado farmacéutico. Glybera era manufacturada por la empresa UniQure para el tratamiento de una enfermedad ultra rara relacionada con la deficiencia de una lipoproteína y costaba un millón de dólares por tratamiento. Se la retiró del mercado en 2017 porque su elevado costo no justificaba su continuidad. A la fecha no sería el remedio más caro porque la multinacional Novartis introdujo al mercado otra terapia genética, Zolgesma, para el tratamiento de atrofia muscular en columna, por el módico precio de 2.1 millones de dólares.
Los tres biohackers anunciaron haber utilizado técnicas de ingeniería inversa (retroingeniería) para replicar el desarrollo de la droga Glycera. Trabajando en un cobertizo en Mississippi, un depósito en Florida, un dormitorio en Indiana y usando una computadora en algún lugar de Austria consiguieron una versión del tratamiento genético que solo costó 7.000 dólares. Ahora están a la búsqueda de otros científicos o empresas que puedan testear su versión en animales para confirmar las bondades de su réplica.
Lógicamente la controversia surgió inmediatamente: desde el tema de infringir los derechos de propiedad intelectual y los riesgos de administrar drogas sin un exhaustivo protocolo de seguridad por un lado a la imposibilidad del pago del tratamiento por parte de la casi totalidad de la humanidad. ¿Delincuentes o modernos Robin Hood de la biología?, ¿respeto total por la propiedad intelectual o remedios para las masas?
El tema se vuelve más complicado porque la mayoría de los biohackers se autodefinen como Transhumanistas. El Transhumanismo es un movimiento intelectual que aspira a mejorar la condición humana, optimizando las capacidades físicas, intelectuales y psicológicas mediante la utilización de nuevos descubrimientos científicos y nuevos desarrollos tecnológicos. El objetivo último es eliminar el sufrimiento, las enfermedades y el proceso de envejecimiento, aspirando incluso a obtener la inmortalidad del ser humano. Proclaman que toda persona debería ser capaz de contribuir a los avances científicos sin sentirse maniatado por instituciones y regulaciones. Son absolutamente partidarios, tal como ya lo hicieron, de autoinyectarse drogas para validar sus nuevos desarrollos sin protocolos restrictivos.
No hay duda de que vivimos tiempos interesantes. La incógnita es qué surgirá del trabajo de los biohackers más inteligentes: remedios baratos o virus mortales. ¿Serán de sombrero blanco, gris o negro?
(*)Profesor universitario