A una semana de la estrepitosa derrota del justicialismo en las elecciones santafesinas, todavía faltan las respuestas y sobran los reproches sobre un resultado que dejó en fuera de juego a la mayoría de los dirigentes de un partido despedazado en mil partes. Fiel muestra de la atomización se anticipó en la previa del cierre de listas para las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (Paso) del mes de julio, forzando un candidato a gobernador de un consenso inexistente y olvidando postular candidatos propios en decenas de municipios y comunas que quedaron huérfanos de representación peronista.
Una estructura partidaria renga de fuerzas que poco colaboró en ayudar a los propios. Algo similar dijo textualmente el candidato a gobernador de Santa Fe Marcelo Lewandowski tras la derrota, cuando le preguntaron qué faltó y contestó: “Una campaña que empezase antes, recorrer antes, con otro contexto, con otra estructura, con otro apoyo”.
La falta de apoyo la recalcaron tanto él como su compañera de fórmula, cañones discursivos que apuntaron sin decirlo a Omar Perotti pero que callaron lo que seguramente fueron errores no forzados de un peronismo sin líder, un oxímoron que siempre termina en urnas sin votos.
Un líder no surge de la noche a la mañana ni nace en un set de televisión sin antes refrendar en los barrios el reconocimiento público. Lewandowski pudo haber sido ese nuevo conductor haciendo pie, antes, en el bastión más importante y esquivo que tiene el Partido Justicialista: la ciudad de Rosario. No fueron pocos los que le sugirieron dar ese primer gran paso, el necesario para hacer historia y quedar bien posicionado para la próxima elección.
Hasta el propio Pablo Javkin celebró que el actual senador nacional no fuera el elegido para competir como intendente, más cuando la decisión de postularse a la reelección ya era un hecho.
Mucho se atacó a Juan Monteverde por su pasividad en el debate frente a Javkin. La crítica no debería ser sólo a quien terminó siendo ungido candidato a intendente del frente Juntos Avancemos por su falta de peronismo en sangre. Son cientos de dirigentes los que esquivaron un mea culpa para garantizare su cómoda quintita. Esa energía la deberían usar, por ejemplo, para ponderar la figura de quien fue echado del Palacio de los Leones y posteriormente encarcelado once meses sin causa por la dictadura militar: Rodolfo Ruggeri. Un mártir local que posibilitó concretar la peatonal Córdoba como también comenzar el proceso de descentralización en la ciudad con las oficinas barriales, desde ampliar la red de gas hasta construir viviendas y lograr la pavimentación en las zonas más postergadas.
Claro, para la memoria colectiva tan solo fue “Sal Gruesa” y quizás la militancia le deba una reivindicación histórica. Sería un mojón para que no sea vergonzante ser peronista sino pertenecer a un partido que lo expulsaron las botas, y no los votos, del gobierno local.
Posiblemente quien desee ser el nuevo gran conductor deberá, también, ser un divulgador de esa parte no contada. Se dice que la historia la escriben los que ganan, siguiendo esa teoría, el PJ no la escribe hace más de cincuenta años en la ciudad. El lugar está vacante y el peronómetro se rompió hace rato, este año no estuvieron ni juntos ni avanzaron. No es una cuestión de linaje, es la necesidad de reconstruir desde abajo lo que se perdió durante tanto tiempo. De entender que para ganar Santa Fe, primero Rosario.