8m. Liliana Meza nació en el Chaco, en Colonia Aborigen, ocho años después de que su mamá ya estuviera instalada Rosario, donde llegó como parte de las grandes migraciones de los años 60. El viaje no fue porque sí. Su abuela Clara era la partera de la comunidad qom y por eso, allá fue a parirla, aunque a los pocos días ya estaba en la que sería su casa de la infancia, en Villa Banana. "Godoy era una frontera, una vez que la crucé me di cuenta que del otro lado había todo un mundo", dice la mujer de 49 años, que cruzó la avenida y los límites que se le imponían de ida y de vuelta. Casi adolescente se fue de su comunidad, se casó y tuvo dos hijos; volvió a ella ya de adulta para retratarla como fotógrafa, para aprender de cero la lengua que sus padres y llegar hoy a enseñarla como maestra intercultural en una de las seis escuelas bilingües que tiene Rosario.
"La comunidad es todavía muy machista y eso se ve en cualquier reunión, los hombres están por un lado y las mujeres por otro, intentamos desestructurar eso", dice sobre los nuevos desafíos de "las hermanas" -como se llaman entre las mujeres-.
Video: imágenes Virginia Benedetto, producción periodística Eugenia Langone, edición Andrés Mancini.
El ojo de la instantánea
La fotografía llegó de la mano de una tía, una de los once hermanos que tenía su papá, que era correntino y hablaba guaraní, y que cada tanto llegaba a Rosario y a Villa Banana de visita.
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"Era la tía de la ciudad, que siempre traía cosas modernas cuando yo era chiquita y entre esas cosas siempre traía máquinas de fotos -relata-. Una vez trajo una Polaroid que con el tiempo quedó dando vueltas por mi casa y yo la veía como sacaba fotos y ahí me enamoré, pero al mismo tiempo pensaba cómo una nena de la villa iba a tener una máquina de fotos".
Sin embargo, Liliana no solo agarró la máquina y aprendió a usarla, sino que sintió la "necesidad" de hacer de eso algo para que su comunidad sea vista.
"Yo me había ido de la comunidad y del barrio, pero sentí que tenía que volver para hacer algo para que mi comunidad sea vista, porque somos una comunidad grande, estamos en Empalme, acá en Aborígenes Argentinos, hay seis escuelas bilingües e interculturales en Rosario no todo el mundo lo sabe y yo quería que eso fuera visto", señala.
Así, al trabajo que ya tenía como jefa de cocina, le sumó "esa misión", estudió locución y en esa vuelta a la comunidad también comenzó a aprender la lengua qom, esa que su madre no le había enseñado a ella ni a ninguno de sus hermanos.
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Un lugar como maestra
Liliana tuvo que aprender de cero la lengua qom. Su mamá era la única que la sabía de todos sus hermanos y nunca se la transmitió a sus hijos.
"Ella decía que era para no nos discriminen en la ciudad, decía que fuéramos guasos, así que llegó un momento donde ella solo podía hablarla con sus familiares mayores en Chacho o con gente mayor del barrio", recuerda.
En ese proceso se dio cuenta que una vez que su mamá no estuviera, el qom se perdería en su familia y allí comenzó a aprenderlo. Hizo los tres años de formación en que el Ministerio de Educación dispuso para los maestros interculturales en el Normal Nº3 y obtuvo el título de maestra, lo que le abrió también la puerta de las aulas con los chicos de la comunidad.
"Ahora estoy dando clases en la Escuela Nº1333 Nueva Esperanza, donde estoy haciendo un reemplazo largo", señala sentada en el patio, en la previa del inicio de clases.
No oculta la alegría de que los chicos vuelvan a las aulas y recuerda los primeros meses de la pandemia, cuando no había virtualidad que llegara a esos barrios y como locutora, un trabajo que también hace de vez en cuando, junto a otra maestra sostuvieron durante un mes y medio clases a través de la radio para los chicos. Todo eso, pagando el colectivo de sus propios bolsillos.
Allí, en esa comunidad de Roullión al 4300, también está Nancy y es ella la más antigua de las mujeres dando clases en esas aulas.
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Las dos dejan en claro que ese espacio, el de las maestras, si bien no deja de ser una labor tradicionalmente vinculada a los cuidados y a las mujeres, no es fácil su insertarse entre los varones que fueron los primeros maestros interculturales. Ambas coinciden en que la comunidad sigue siendo "muy machista" y Nancy agrega, casi por lo bajo: "Tanto que cuando empecé a trabajar me separé".
Nancy abrió el camino hace ya más de una década y ahora otras, como Liliana, vienen detrás. "Hay muchas hermanas que están haciendo cosas e intentando cambiar esas costumbres", dice la mayor de las docentes, aunque no deja de lado las dificultades.
"A los chicos desde muy chiquitos se les enseña a estar a las nenas por un lado y a los nenes por el otro y aunque uno lo intente, es muy difícil lograr juntarlos", señala.
Y eso de lo que Nancy habla, Liliana lo grafica con su propia experiencia. "El machismo es muy marcado y eso se ve nomás cuando están reunidos, los hombres por un lado y las mujeres por otro -dice-. Yo intento a desestructurarlo, desde chica me molestaba que no me dejaran hacer cosas por ser mujer, pero ya cuando estudiaba empecé a sentarme a veces al lado de algún varón, a veces les molestaba, o me sentaba a hablar con ellos en la reuniones porque hay que mostrarles que las mujeres en el ámbito social y laboral podemos compartir con ellos, se van acostumbrando de a poco, van aceptando, pero no es fácil".
Esta nota forma parte de una serie de reportajes que La Capital realizó en el marco del 8 de Marzo tradicionalmente reconocido como el Día de la Mujer Trabajadora y retomado por los movimientos feministas en los últimos años como una jornada de lucha de mujeres y diversidades donde se lleva adelante el Paro Internacional y Plurinacional de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans, intersex, identidades no binarias, personas con discapacidad, afros, originarias e indígenas y se visibilizan las luchas de las mujeres e identidades femenizadas no solo en los ámbitos laborales, sino contra todo tipo de discriminaciones y violencias. "Una en medio millón", cuenta las historias singulares de mujeres que abrieron caminos y lo siguen haciendo en espacios históricamente masculinizados y el toma el dato de la población estimada de mujeres que habitan la ciudad, algo más de 522 mil de acuerdo a las estimaciones para el 2018.