De los casi 30 burdeles que funcionaron en el barrio de Pichincha, apenas tres conservan sus frentes intactos y algunas de las características de su interior, como pisos o aberturas. El resto, no salió ileso de las tensiones del cambio de época ni los negocios del mercado inmobiliario. Para muchos vecinos, en cada una de esas transformaciones se diluye el pasado del barrio, historias duras de prostíbulos y rufianes que se incorporaron a la memoria de la ciudad.
Por eso, la noticia sobre la venta de la casona donde funcionó el legendario burdel de Madame Safó, en Pichincha 68 bis, causó preocupación entre vecinos y entidades proteccionistas. En el edificio, que mantiene la impronta del inaugurado en 1916, funciona actualmente el Motel Ideal. No obstante, la inmobiliaria lo promociona como un terreno de casi 2 mil metros cuadrados “único en su tipo”, y aunque advierte que parte de la propiedad fue declarada de interés patrimonial, aclara que “sobre cocheras puede pedirse una excepción para construir en altura”.
El prostíbulo de Madame Safó es uno de los tres que aún se conservan en el barrio. El resto cayó en desgracia después de que en 1930 se derogaran las leyes que hacían de la prostitución un negocio lícito. “Nosotros llegamos a identificar 20, lugares habilitados con nombres y direcciones, otros hablan de 50 o 60. Mi impresión es que entre los que funcionaban en forma legal y otros que lo hacían en forma clandestina, puede haber habido una treintena de lugares”, señala Rafael Ielpi, quien junto a Héctor Zinni escribió “Prostitución y rufianismo (1974)”, una de las primeras indagaciones sobre ese costado del pasado rosarino.
De esa treintena de burdeles, distribuidos en pocas cuadras del barrio, “apenas sobrevivieron el de Madame Safó, el Petit Trianon, donde funciona un taller textil, y El Elegante, convertido en un geriátrico. No mucho más”, puntualiza Ielpi, escritor y director del Centro Cultural Fontanarrosa.
Roberto Wersio es el historiador “oficial” del barrio. Llegó a Pichincha hace más de 60 años, cuando era un barrio de obreros del ferrocarril y de la cervecería Schlau, una fábrica que funcionó hasta 1978 en calle Brown entre Francia y Vera Mujica, donde después se inauguró el boliche Madame.
“Pichincha entonces era casi un barrio en los extramuros de la ciudad. La vía que llegaba por calle Francia hasta la estación Rosario Norte marcaba el límite con el centro y el barrio estaba del otro lado”, recuerda y lamenta que se pierda toda esa parte de la historia barrial. “Ya nadie cuida ese patrimonio, porque se conoce muy poco de él”, señala.
Damián Cáneva es uno de esos nuevos vecinos del barrio al cual la historia no le es indiferente. En 2006 puso en marcha barriopichincha.com.ar, una web que rescata historias “de ayer y de hoy” de Pichincha. Muchas de esas tienen como escenario los burdeles de principios del siglo XX. “Es parte de la memoria del barrio, no hay forma de disociarlos”, explica.
Tardía protección
Luego de la crisis de 2001, el resurgimiento económico basado en la exportación de soja favoreció el mercado de la construcción en Rosario. El área central se expandió abarcando también a Pichincha, donde se levantaron edificios, locales comerciales, espacios culturales y restaurantes. El polo gastronómico en que se transformó actualmente empezó a asomar por esos días aprovechando la abundancia de lotes grandes que existían en el barrio.
“Cuando empezaron a demoler para construir edificios, los vecinos actuaron y se aprobó el código urbanístico (Plan Especial Barrio Pichincha) que no habilita la construcción de más de cuatro pisos, ni siquiera a través de convenios aprobados por el Concejo”, advierte Pablo Mercado, arquitecto e integrante de la comisión de Patrimonio del colegio profesional.
Por eso, considera, “el barrio actualmente funciona como reserva de valor y la inversión no es ya tan jugosa como en otras áreas de la ciudad”.
De todos modos, destaca la “liviandad” con la que se promociona la venta del legendario burdel de Madame Safó. “Se ofrece como un terreno y no se considera que es una construcción que está llena de viviendas, de historia, de idiosincrasia”, señala y destaca, por ejemplo, que el edificio es obra del constructor Antonio Crexell, el mismo que levantó la Sociedad Española de Socorros Mutuos, en Santa Fe y Entre Ríos.
“Son construcciones que marcaron toda una época y que son testigos de una parte de la memoria de la ciudad y no pueden desaparecer de un plumazo porque quizás no sea la historia que más nos guste”, concluye.
Un motel, un geriátrico y un taller textil
Según destaca la historiadora María Luisa Múgica, Rosario fue una de las primeras ciudades del país en considerar a la prostitución como un asunto público y dictar ordenanzas relacionadas con obligaciones y prohibiciones que pesaban sobre prostitutas y casas de tolerancia. La construcción de la mayoría de los burdeles de Pichincha está relacionada con la ordenanza de 1913 que establece zonas para la radicación de estos negocios.
En el barrio los prostíbulos se dividían en categorías de acuerdo a las tarifas de los servicios. Los que aún sobreviven son los que en su momento fueron más lujosos: el Paraíso (conocido popularmente como Madame Safó, en Pichincha 68 bis) tenía una tarifa de 5 pesos. En la vereda de enfrente, el Petit Trianon (Pichincha 87), cobraba tres pesos.
Ambos edificios siguen en pie. En el primero funciona el Hotel Ideal, actualmente en venta; en el segundo un taller de producción de indumentaria.
Del Petit Trianon todavía circulan en manos de coleccionistas las fichas con que administraba el prostíbulo: tenían una imagen femenina que evocaba a la efigie de la Libertad, adornada con la frase discretion et securité. También algunos testimonios que destacan el patio de mosaicos blancos y negros lustrosos, la vitrola, las sillas tapizadas y el detalle de que el lugar “olía a violetas, no a sudor”.
El Elegante, en Pichincha y Jujuy, era otro de los prostíbulos más concurridos. Actualmente funciona allí un geriátrico.
La mayoría de los edificios respondían a las disposiciones de esa época. Por ejemplo, la existencia de un patio central para que las habitaciones estuvieran correctamente ventiladas, generalmente cubiertos por lucernarios corredizos, o la frecuencia de dos sentidos de circulación, para que los clientes que ingresaban no se cruzaran con los que salían, ni con las mujeres. Porque por esos días, la prostitución se pensaba exclusivamente en clave femenina.