Las altas temperaturas que se sintieron durante estas últimas dos semanas en Rosario dirigieron las miradas hacia el almanaque, cuando falta menos de un mes para el solsticio de verano y algunos días para el verano meteorológico (inicia el 1º de diciembre). La elevada sensación térmica que se percibió en el centro y en diversas zonas de la ciudad es uno de los efectos del fenómeno de "isla de calor", que se origina por un desequilibrio entre el crecimiento de las superficies de cemento y hormigón contra la falta de superficie verde y arbolado. Especialistas advierten que la única manera de contrarrestar este efecto es aumentando la masa vegetal y que la falta de la misma puede provocar complicaciones cuando regrese el período de El Niño y, con él, las lluvias.
El término "isla de calor urbana" hace referencia a un efecto por el que se generan, dentro de las ciudades, temperaturas más elevadas en zonas que presentan un desequilibrio entre la cantidad de edificaciones y la superficie vegetal, en comparación con otros sectores o barrios con mayor presencia de arbolado.
El titular del Observatorio Ambiental de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Matías De Bueno, explicó: “Se presentan porque hay escasez de áreas verdes. Se van reemplazando lugares con árboles por otros más edificados, donde también se usan materiales de construcción que reflejan el calor en vez de absorberlo. Es un fenómeno que va acompañando al calentamiento global de manera paralela”.
La advertencia por el fenómeno de las islas de calor lo mencionó Jésica Citagiordano, arquitecta y miembro de Nuestros Arboles Rosario, durante la reunión del Consejo Asesor de la Comisión de Ecología del Concejo: "Hay más espacios verdes, pero en proporción con el cemento estamos en desigualdad total. Eso trae aumento y densificación de islas de calor de manera exponencial. Necesitamos follaje, protección de arbolado grande". El pedido para que se mantengan ejemplares frondosos se dio un año antes de que el municipio empiece con el censo de arbolado público.
La observadora meteorológica Vanessa Balchunas contó a La Capital que realizó un relevamiento en tres lugares de la ciudad y con distintas condiciones: centro, sur y norte, con árboles y sin árboles. En total, seis mediciones de temperatura: "Entre zonas con árbol y sin árbol, hay dos grados de diferencia. Pero, a la vez, tenemos de 6 a 8 grados de diferencia, en determinados días, con Funes. Hay diferencias dentro de la misma ciudad, con su isla de calor: mientras que hay alrededor de 24 grados en zonas con árboles, se registran entre 27 y 28 grados en lugares que no cuentan con arbolado”.
Esta observación se suma a las demostraciones que hicieron el Observatorio Ambiental el 16 de noviembre, a las 13, en la plaza Sarmiento; y el Centro de Monitoreo Meteorológico, alrededor de las 14.30, también en el microcentro. En ambos casos se tomó la temperatura del cemento con un pirómetro, y los dos arrojaron 61,7º y 62º, respectivamente, cuando la temperatura registrada bajo los árboles se ubicaba en torno a los 31º.
Hay un plano local, mencionado por Citagiordano en el Concejo, y otro nacional al que refirió De Bueno sobre las causas de la magnificación de este fenómeno: “Estamos en un proceso de deforestación enorme, con un avance de la frontera agropecuaria permanente en el Gran Chaco junto a lo que viene pasando en las islas, donde se quemaron bosques de albardón con distintas especies”.
Funciones vitales
En diálogo con este medio, Citagiordano dijo que a los árboles “hay que darles el espacio que les corresponde y merecen como seres vivos” por los beneficios que los mismos tienen contra el efecto de la isla de calor: “Hay que repensar la ciudad y pensar qué espacio público queremos. Hay mucha superficie que escurre, sin capacidad absorbente”.
La disminución de la sensación térmica es solo una de los beneficios que los árboles aportan a un entorno urbano sobrecargado de cemento y hormigón. Un árbol caducifolio (que pierde las hojas en determinado momento del año) desarrollado puede evaporar hasta 400 litros de agua en un día de verano con altas temperaturas, con lo que enfría el aire a su alrededor. Además, los árboles con copas expansivas pueden enfriar superficies de hasta 160 metros cuadrados (similar a un departamento de tres o cuatro dormitorios). También funcionan como corredores para flujos de aire, sobre todo para redirigir vientos intensos de tormenta, retienen partículas de polvo y purifican el aire.
La arquitecta mencionó que “hay necesidad de follaje y de árboles frondosos” ya que “los días que hace 40 grados, si tocás los edificios de noche son como un horno. Sigue irradiando la temperatura que absorben durante el día”. El sol pega todo el día en esas superficies sin sombra y se produce una reflexión de esos rayos, junto con el calor, hacia el ambiente.
Balchunas sumó: “El árbol no va a trabajar en desviar el calor sino en que la humedad del ambiente se mantenga, con lo que se forman los «ríos voladores», que son las corrientes de aire que van por sobre los árboles”. Además, remarcó que reemplazar ejemplares frondosos por árboles chicos no sirve porque son necesarias las copas y las hojas ya desarrolladas.
Aportes verdes a la arquitectura
Reconfigurar el espacio no quiere decir remover todo y empezar de nuevo. Citagiordano explicó: “Hay que entender el verde como material, así como se piensa en el cemento. Hay muchos arquitectos jóvenes que apuestan a full por propuestas con partes verdes”.
Como ejemplos, citó a las fachadas y terrazas verdes, tanto para casas como edificios, que pueden contribuir en la disminución de consumo energético ya que bajan los gastos en calefacción y aire acondicionado: “Los árboles bien distribuidos alrededor de un edificio disminuyen un 30% el uso del aire acondicionado y entre un 20 y un 50 por ciento la calefacción".
Al respecto, De Bueno también aportó: “Para contribuir al enfriamiento, se recomienda un incremento de la superficie vegetal, la instalación de terrazas verdes y siempre utilizar materiales que absorban la mayor cantidad de calor posible, en vez de que quede dando vueltas en el ambiente”.
El Niño
La necesidad de tener un arbolado frondoso también recae en la función que tienen estos ejemplares para atajar tormentas y vientos, algo que Citagiordano mencionó en el Concejo: "Cuando cambie el ciclo y venga El Niño, ¿qué lo va a contener?”.
Balchunas advirtió que tras tres años consecutivos del fenómeno de La Niña, con las condiciones secas predominando en el ambiente, el cambio hacia El Niño podría adelantarse para el año que viene o para 2024 “y empieza a preocupar que puede no haber un follaje de árboles que no va a estar para retener” las precipitaciones: “Durante el último Niño, en 2015, hubo complicaciones con vientos de más de 90 kilómetros por hora”.
tormenta 2015
Tormentas en pleno centro, hacia finales de 2015.
Foto: Archivo La Capital
“Las tendencias nos indican que podríamos entrar en un año neutro: los pronósticos de precipitaciones no son alentadores y la tendencia implica que las lluvias siguen siendo por encima de lo normal en el norte pero por debajo en el centro del país”, detalló, para anticipar: “Probablemente, vamos a estar los primeros seis meses del año que viene influenciados por el calentamiento del atlántico sur, en la costa argentino-uruguaya, y los vientos del este más que por El Niño en cuestión, que va a entrar en su fase neutra antes de tomar fuerza”.
“Vamos a volver al ritmo normal. Si arranca la temporada de lluvias importantes, en febrero o marzo, vamos a tener un corrimiento de agua en el terreno porque los suelos están muy rígidos. El agua va a correr mucho hasta que empiece a filtrar”, mencionó, para completar que “hay una proyección de un Niño muy intenso hacia 2025".
Programas para contrarrestar los efectos
Desde la UNR impulsan el programa Arbolar para plantar árboles nativos. Llevan entregados alrededor de 4.500 ejemplares desde hace más de dos años. “A principios de 2022 entregamos cítricos y a mitad de año, nativas. Se producen en los viveros de la Facultad de Ciencias Agrarias y en la Escuela Agrotécnica”, señaló De Bueno.
Cada ejemplar se entrega a un protector o protectora responsables para que lo planten en sus casas o en instituciones: “Fomentamos el proceso para que la gente se amigue con el árbol y colabore con el bosque urbano”.
“Dentro de la propia ciudad se puede tener una mayor cantidad de árboles para tener más equilibrio, que baje la temperatura, absorba el carbono y se sume cultura y educación ambiental”, concluyó.