En 1898, La Buena Medida abrió en esa esquina filoportuaria como almacén, venta de querosén, aceite, fideos y despacho de bebidas para los inmigrantes que llegaban a la ciudad en el cambio de siglo.
Por Silvina Dezorzi
En 1898, La Buena Medida abrió en esa esquina filoportuaria como almacén, venta de querosén, aceite, fideos y despacho de bebidas para los inmigrantes que llegaban a la ciudad en el cambio de siglo.
Cuentan las crónicas de la época que en su sótano se jugaba al sapo y a las bochas y en el local principal a las cartas y el dominó, lo que lo hacía un lugar especial para el encuentro de "los muchachos", parroquianos que en su mayoría trabajaban en el puerto y el correo.
Hacia 1956 La Buena Medida se transformó cabalmente en bar y tres años después fue el primero de la ciudad en empezar a pasar música, primer hito en una progresiva incorporación de otras expresiones artísticas, lo que fue haciendo cambiar su clientela. Así, con el tiempo se convirtió en reducto de estudiantes, profesionales e intelectuales, enamorados de sus aires de bodegón bohemio.
En 2007 el bar cerró sus puertas durante seis meses y cambió de manos. Sus nuevos dueños lo reabrieron tras renovar la fisonomía del lugar, pero manteniendo su perfil histórico gracias a la conservación de mobiliario de madera y decoración con objetos antiguos.
"No tenemos intenciones de que sea un bar posmoderno o cool, sino que siga siendo el del barrio, relajado, de la gente que trabaja", comentó por entonces en una crónica de LaCapital uno de sus cuatro dueños, Cristian Bilbao.
Desde entonces La Buena Medida siguió funcionando como bar diurno y también organizando espectáculos, sobre todo de música latinoamericana.
Pero ahora Giordano quedó como único propietario. Y está cansado. "Ya llevo diez años en el rubro gastronómico", contó, a lo que se suma la "crisis" que bajó el consumo en todas las actividades mientras se disparaban servicios e impuestos.
"En su momento superamos otras dos crisis, pusimos plata y nos recuperamos, pero nadie te la hace fácil cuando tenés empleados y hay que pagar luz, agua, gas", relató Giordano, a pesar de que se trata de una "esquina que labura sola".
El comerciante decidió transitar el proceso de venta con las puertas de La Buena Medida abiertas, convencido de que una nueva conducción, motivada a sostener la apuesta como cuando arrancó con sus socios, podrán hacer funcionar el negocio de forma rentable.
"Esto da para vivir, a mí mismo me daría para quedarme toda la vida, pero estoy cansado y siento que nadie da incentivos para seguir adelante", afirmó. Con todo, Giordano quiere tanto a ese bar que aseguró que no se lo venderá "a cualquiera", sino a quien esté dispuesto a defender su espíritu bohemio.
Pero como reza el dicho inglés, "business are business" (negocios son negocios) y esta no es la excepción.
El rubro gastronómico "está pasando un momento muy difícil", sentenció Mellano, pese a que julio podría traer un respiro (ver aparte).
Para el directivo, por ahora la crisis no se tradujo en cierres masivos (sí algunos), sino en que muchos negocios "están dispuestos a cambiar de manos".
¿Por qué? Porque "frente a una caída del consumo gastronómico que ronda el 25 por ciento, más el combo del tarifazo en las últimas facturas de los servicios, impuestos en los que nadie te tira un centro y altos costos en el alquiler de los locales, podés aguantar un mes, dos meses, tres, pero no toda la vida".
Economía real
Mellano sostuvo incluso que en la gastronomía "está cortada la cadena de pagos, con un 60 por ciento de cheques rechazados". Esa, graficó, "es la economía real y no la de Vaca Muerta", una postal que se expresa también en "la cantidad de locales vacíos".
Para el empresario, "tal como está planteada esta economía en términos reales te va a mejor si te quedás en tu casa especulando que si te ponés a producir".
Con todo, hay excepciones: por ejemplo, la de una multiplicación de "pizzerías artesanales", microemprendimientos obviamente con menor carga que un bar o un restaurante instalados .