Desde Puerto Maldonado, una ciudad que reúne varios de los más graves problemas de la Amazonia peruana, el papa Francisco lanzó ayer un llamado para que se proteja a la tierra, se defienda a los jóvenes y a los pueblos originarios de estas tierras.
Desde Puerto Maldonado, una ciudad que reúne varios de los más graves problemas de la Amazonia peruana, el papa Francisco lanzó ayer un llamado para que se proteja a la tierra, se defienda a los jóvenes y a los pueblos originarios de estas tierras.
"Los pueblos originarios amazónicos nunca han estado tan amenazados como ahora. La Amazonia es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neoextractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales", afirmó Francisco ante representantes indígenas en el coliseo de la ciudad, 1.560 kilómetros al este de Lima, ante unos 3.500 asistentes. "Por eso nos hace bien repetir en el hondo del corazón: Esta no es una tierra huérfana. Tiene madre", agregó después el Pontífice al reunirse con representantes de las diversas comunidades indígenas del Amazonas.
A Francisco, que lució algo cansado en su llegada a Lima procedente de Chile, se le iluminó ayer de nuevo el rostro, y lo que comentaristas de televisión atribuyeron a la temática tratada. Temas como la ecología, el indigenismo y la juventud han tenido un lugar privilegiado en la agenda del líder del catolicismo. "Hemos de romper el paradigma histórico que considera a la Amazonia como una despensa inagotable sin tener en cuenta a sus habitantes", exclamó el Pontífice ante representantes de 22 comunidades nativas, no solo de la zona de Madre de Dios, de la que Puerto Maldonado es capital, sino de toda la Amazonia.
"La familia es y ha sido siempre la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis, ante los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida", agregó en otro aparte.
En uno de los momentos más emotivos de su periplo, Francisco visitó el albergue El Principito, donde viven 42 menores huérfanos o provenientes de familias de extrema pobreza y al que además llegaron otros habitantes de instituciones similares de la zona. "El mundo los necesita, jóvenes de los pueblos originarios. Y los necesita tal y como son. No se conformen con ser el vagón de cola de la sociedad, enganchados y dejándose llevar. Los necesitamos como motor, empujando", les dijo Francisco.
"Ustedes son para todos nosotros la señal de las inmensas potencialidades que tiene cada persona. (Ustedes) son el mejor ejemplo a seguir, la esperanza de que ellos (otros niños en similares condiciones de otras partes del mundo) también podrán", agregó.
En ese marco, el Pontífice hizo énfasis en uno de los peores problemas de la zona: la prostitución infanto-juvenil forzada, que busca clientes en especial entre quienes se dedican a la tala de árboles o a la minería a cielo abierto en forma ilegal y sin el más mínimo respeto por el medio ambiente. Grandes áreas de Madre de Dios aparecen asoladas, sin cubierta vegetal por los venenos utilizados en la extracción ilegal de oro.
"Nos hemos acostumbrado a utilizar el término 'trata de personas', pero en realidad deberíamos hablar de esclavitud. Esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro. Duele constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la Madre de Dios, tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y expuestas a un sinfín de violencias", se lamentó.
El colorido de la selva se hizo presente en la jornada, de la que también participaron el presidente Pedro Pablo Kuczynski y su esposa, Nancy Lange, aunque confundidos entre el público y sin que despertaran mayor atención. Sentado en una silla especial construida por internos de la cárcel local, el Papa presenció bailes, escuchó canciones y prestó atención a los lamentos de los pobladores indígenas.
Tras un almuerzo con pobladores locales, entre ellos representantes indígenas, Francisco retornó a Lima, donde continuó con su intensa agenda, incluida una visita de Estado a Kuczynski.