El primer sopapo lo dio el polaco Copérnico al demostrar que la Tierra es una piedrita que gira alrededor del Sol. Luego golpeó Darwin diciendo que éramos parientes del chimpancé, y después Freud nos convenció a cachetazos y terapias que no somos autónomos ya que dependemos del subconsciente. Fue entonces que los hombres (no todos) se bajaron del caballo y reconocieron que no eran el centro del universo sino sólo animales pequeños y limitados. En ese momento (algunos) empezaron a practicar humildad, otros siguieron en la soberbia. En la Argentina o en Rosario, como en cualquier país o ciudad importante, existen dirigentes, líderes, funcionarios, políticos, gobernantes, capataces o punteros varios, que si les buscáramos alguna característica común entre ellos (salvo excepciones) encontraríamos el ejercicio de la soberbia. Son los que levantan el dedo para indicar el camino a seguir, el tratamiento infalible, el modelo económico perfecto, la moral adecuada o la ruta directa y sin escalas hacia la grandeza. ¡Cuántas marchas y contramarchas sufridas que han retardado nuestro crecimiento! ¿Será que nos cuesta identificar a los “iluminados” de consecuencias oscuras y los seguimos sin reflexionar? Pienso (humildemente) en algunas conductas deseables para mí mismo, para mis congéneres y en particular para los mencionados caciques: usar cuando corresponda el “no lo sé” como respuesta, recordar y aprender de los errores, aceptar las limitaciones personales, entender al opuesto, ponerse de vez en cuando en lugar de los que menos tienen, no olvidar la palabra “renunciamiento”, hablar la mitad y escuchar el doble, aceptar a la juventud, a los cambios y a las nuevas ideas, reconocer con vergüenza el aburguesamiento y recurrir al autoexamen diario con el espejo. Si nuestros “conductores” observaran siquiera una parte de estas recomendaciones tendríamos menos desajustes sociales, una tribu sin malones y un país sin demasiados errores de pago comunitario. Digamos finalmente que dentro de algunos meses las campañas electorales inundarán la ciudad con promesas maravillosas. No olvidemos que muchos de nuestros indios están cabreros y que otras tribus nos miran con recelo. Yo creo que pese a los sopapos la epidemia de soberbia no podrá ser erradicada totalmente, por lo tanto me parece sensato apelar a la inmunidad; la vacuna respectiva es gratuita, de efecto prolongado y puede automedicarse. ¡Aguante la humildad!, que no está prohibida para gobernar, que no implica renegar de las convicciones, que no supone debilidad y que, como dijera Esteban Laureano Maradona, sólo requiere respeto por los demás. Por último, para que no sea escasa, empecemos por casa.