En su enfrentamiento con el campo, principal sostén del modelo K, el gobierno demostró su nula vocación federalista, a pesar de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner provenga de las entrañas mismas de la Patagonia. El Federalismo se explica de una manera simple: manejo autónomo de fondos y este régimen, traidor al principio consagrado en el artículo 1 de la Constitución, deriva apenas el 25 por ciento de lo recaudado en forma directa a las provincias. En medio de su cinismo habitual, los funcionarios nacionales sostienen haber reactivado los trenes eliminados por Menem, cuando se sabe que sólo existen en el Gran Buenos Aires y solamente gracias a cuantiosos subsidios, varias veces superiores a los que recibe el interior para transporte. Este es un gobierno falsario que prefiere señalar a la soja, pero poco al juego, la minería y la renta financiera, que continúan protegidas por este modelo. ¿Qué hizo esta gestión por el centralismo porteño? Alimentarlo día tras día, convencido de que es la mejor estrategia para conservar el poder, único objetivo que los conmueve. Mientras las economías regionales se debaten entre la falta de crédito y el aumento creciente de costos, a la administración nacional le importa congraciarse con ese "gigante bobo" en donde vive hacinada la tercera parte del país. ¡Y pensar que algunos analistas preguntan por qué atacan al modelo económico!