Llegó el nuevo año y es tiempo de balances. Fueron doce meses en los que esta columna, aunque con altibajos, se sostuvo. Como experiencia personal y profesional, fue invalorable. Pero me quedan algunas cosas en el tintero. Ahí van.
Llegó el nuevo año y es tiempo de balances. Fueron doce meses en los que esta columna, aunque con altibajos, se sostuvo. Como experiencia personal y profesional, fue invalorable. Pero me quedan algunas cosas en el tintero. Ahí van.
Gracias a quienes dieron las gracias.
Gracias a quienes en la soledad y el silencio de la noche o en pleno vértigo laboral leyeron y escucharon. Porque leer es una forma de escuchar. Quizás, la más profunda.
Gracias a quienes opinaron con respeto, más allá de la coincidencia o la discrepancia, de la indiferencia o el interés.
Y también gracias a quienes echaron veneno en el camino porque me enseñaron a sobrevivir.
Este es un espacio pensado para darle al diario “otra cosa”. Para escapar, por una vez, de las coordenadas del periodismo tradicional, el que pone el foco sobre la objetividad y la noticia.
Y entonces, quien firma no vaciló en aplicar sin piedad la primera persona. Las disculpas para
aquellos que creen que no se justifica.
Pero sin riesgos, no se crece. Ni siquiera se nace.
Así que aquí está de nuevo la prohibida, la perseguida, la proscripta primera persona: yo creo
que si se pretende atrapar al lector no conviene ignorarla.
Insisto: yo quiero leer más columnas, más opiniones, más textos literarios. Basta de grisura,
basta de neutralidad, basta de previsibilidad, basta de aburrimiento almidonado.
Y me olvidaba: gracias por la paciencia.
A todos.
(Esto continuará).