No afloja. Confía en lo que hace. Fabio Banegas es un apasionado de la música clásica y del piano, que toca con virtuosismo y sensibilidad. Y es también un hombre consciente y agradecido con sus raíces: a pesar de que hace tiempo está radicado en los Estados Unidos –ahora, específicamente, en Hollywood–, mantiene un profundo vínculo con Rosario, donde nació y se formó. Como fruto de esa raíz tan genuina surgió el proyecto de grabar la obra integral para piano de quien fuera su maestro, el compositor –también local– José Antonio Bottiroli (1920-1990).
El primer volumen apareció el año pasado y ahora Banegas asiste feliz al inminente lanzamiento del segundo, en el que cuenta con la colaboración del actor estadounidense George Takei, recordado por su papel como el timonel de la nave estelar Enterprise en la legendaria serie televisiva Viaje a las estrellas (Star Trek).
Entusiasmado, el pianista contó pormenores de esta historia conmovedora, que implica la proyección de la música rosarina al escenario internacional más prestigioso, ya que ambos discos integran el catálogo del popular sello Naxos.
–¿Qué te propusiste al radicarte en el exterior?
–Quiero marcar una diferencia creando un legado artístico musical nuevo. Así es que vengo poniendo mi trabajo al servicio de importantes compositores que han quedado relegados y que son merecedores de tener tanta o más vigencia de la que gozan los compositores más tradicionales. Claro está, que aunque quisiera dedicarme a todos los compositores que merecerían mi atención, son un número muy vasto, así que me dedico a un grupo de argentinos que capturaron mi afecto y de paso también honro al país –y la ciudad– donde nací.
–¿Quiénes son esos compositores?
–Para comenzar debo mencionar al rosarino José Antonio Bottiroli, que dejó un colosal repertorio para piano. Fue mi primer maestro importante, y también un inolvidable mentor musical y humano. Otro es Nicolás Alfredo Alessio (1919-1985), muy amigo de Bottiroli; Alessio y su familia fueron lo más parecido que tuvo Argentina a las familias de Bach y Mozart: todos eran excelentes músicos, comenzando por el padre José Alessio y siguiendo con sus cinco hijos; Nicolás Alfredo es el mayor. Otro compositor con el que me he aquerenciado mucho es Eduardo Grau (1919-2006), porque representa la argentinidad desde el ángulo de la diversidad cultural. Fue un español que llegó de chico a la Argentina, fue una suerte de protégé de nada menos ni nada menos que Manuel de Falla, y que nunca olvidó en sus composiciones su España natal. Otro es Jacobo Fischer (1896-1978), muy parecido al caso de Grau, pero que representa la diáspora judía.
–Y de los que no son argentinos, ¿a quiénes elegís?
–De los europeos, toco la obra completa del belga-francés César Franck (1820-1890). Tengo una conexión mística con él. También he abordado a compositores checos como Jan Ladislav Dussek (1760-1812) y me fascina Leoš Janácek (1854-1928). Mi familia materna vino a la Argentina desde Checoslovaquia, de ahí mi vínculo con estos compositores. De los de Estados Unidos, me encanta Samuel Barber (1910-1981).
–¿Cómo se dio la colaboración con George Takei?
Tengo una amistad de muchos años con él, que conoce la importancia de firmar un contrato con un sello tan importante como Naxos Records. Además, por nuestra amistad, tenía conocimiento de mi trabajo con la obra de Bottiroli y se puso muy contento cuando me encargaron la grabación integral de su obra para piano. En una de nuestras charlas le comenté acerca de una serie que compuso Bottiroli y que llamaba Réplicas, donde el piano responde a un poema de su autoría, en un género ciertamente novedoso. Le pregunté si le gustaría grabarlos y después de leer los poemas aceptó, y se incorporó al proyecto.
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La tapa del disco que comienza a distribuirse el próximo viernes 14 de mayo.
–¿Qué nos podés contar sobre el disco que está a punto de salir?
–Vamos por el segundo, pero pienso que van a terminar siendo cuatro. Con este, que se lanza globalmente el 14 de mayo próximo, ya hemos grabado dos horas y quince minutos de música de Bottiroli. El primer volumen está completamente dedicado al vals, danza por la que Bottiroli tenía una proclividad personal. Por ejemplo, en una obra que se titula Pájaro invisible se inspiró en el canto del crespín, ave cuyo silbido cae dentro del ritmo del vals. La imagen del crespín, precisamente, es la que escogió Naxos para la portada del CD1. En el CD2 abordo toda la música de Bottiroli inspirada en la noche y el carácter amoroso del nocturno como género musical. Una de las obras se titula Andrómeda, por lo cual Naxos escogió una foto de esta galaxia para la portada. En los próximos discos voy a presentar los temas, variaciones y fantasías.
–¿Quiénes fueron tus maestros, además de Bottiroli?
–Nelly Gabús y luego Ana María Cué, ambas destacadísimas pianistas rosarinas. Luego continué mi formación en EEUU.
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José Antonio Bottiroli en los años cincuenta del siglo pasado.
–¿Nos podrías contar alguna anécdota de Bottiroli?
–Era todo un personaje. Detrás de su gesto serio y su elegancia exquisita, tenía un sentido del humor sagaz que dejaba al interlocutor boquiabierto. Y así como iba a un concierto de música clásica, le gustaba el boxeo y era fanático de Central: tenía platea. También era de aquellos que siempre le tienden una mano al desdichado. Durante dos décadas, y sin cobrar un peso, los sábados les enseñó música a los presos de la cárcel de Rosario.