El día que Roberto Fontanarrosa descubrió su "devoción" por Les Luthiers
A partir de 1979 el escritor y humorista rosarino cumplió la tarea de colaborador creativo del grupo porteño. Participó activamente en obras como "La gallina dijo eureka", "Canción para moverse" y "Cartas de color", entre otras
5 de enero 2023 · 18:29hs
Desde 1979, Roberto “El Negro” Fontanarrosa cumplió la tarea de colaborador creativo en Les Luthiers. “Su función era principalmente acercar ideas y chistes sobre algún tema determinado sin participar en las cuestiones musicales”. Así describen los propios miembros del grupo en su página web esa relación artística que califican como “misteriosa” y que comenzó a finales de la década del 70. Dentro del repertorio luthierano, Fontanarrosa participó activamente en las obras “La gallina dijo eureka”, “Canción para moverse”, “Cartas de color”, “Epopeya de los 15” y “El sendero de Warren Sánchez”, entre otras.
Les Luthiers incluyeron en su página web textos del propio Fontanarrosa en los que narra cómo surgió y cómo era la relación entre el grupo porteño y el humorista rosarino. “A fines de los años setenta -indica El Negro en un texto escrito en 2003- Les Luthiers estaba intentando armar un grupo creativo que le acercara ideas. Por una cosa o por otra esa idea no se concretó, pero yo empecé a trabajar con el grupo, y eso para mí significó un examen bastante tensionante: tenía que llevarles material y ponerlo a consideración de ellos, que son tipos muy exigentes. Tardamos bastante en ver cómo nos íbamos a manejar, cuál sería mi aporte. Con el paso del tiempo nos fuimos acomodando. Me pedían ideas sobre determinados temas en los que estaban trabajando, yo se las acercaba y ellos las reformulaban, las desechaban o las utilizaban años después, en otro espectáculo. Esa fue una manera de trabajar juntos muy eficaz. Nos hicimos muy amigos, y lo hemos seguido siendo todo este tiempo. Hace unos días, ahora que Les Luthiers está trabajando en un nuevo espectáculo y después de mucho tiempo durante el que casi no tuve participación en sus creaciones, me llamó Jorge Maronna para que viéramos juntos algunas cosas”.
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López Puccio y Fontanarrosa.
Fontanarrosa también describió con humor cómo era el vínculo entre él y los artistas en una columna publicada en Clarín en 1997. “El intolerante Jorge Maronna no quiere ver mi aceitunado rostro cerca del escenario. Aduce que mi expresión imperturbable ante las gracias y las monerías de Les Luthiers lo acongoja y desazona. Me culpa, incluso, de sentirse obligado a apagar las luces de la sala para no verme. Pero yo sé que apagar las luces de la sala es habitual en los teatros. Para peor, estoy siempre ubicado muy cerca del escenario, debido a que las entradas con que me pagan Les Luthiers son siempre preferenciales. Ellos están convencidos de que yo integro la barra brava de Rosario Central y suponen que para mí es natural recibir entradas para la reventa”.
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Daniel Rabinovich y el Negro Fontanarrosa.
“Pucho López Puccio es rosarino, como yo -añade el humorista-. Pucho es, entonces, quien procura explicar al sensitivo Maronna que mi inexpresividad es propia del hombre del interior, de aquel criollo que conserva el gesto tradicional de la tierra, la impavidez mineral, la oquedad del cerro. Que mi rostro indino ha sido tallado por lluvias, escarchas, pamperos, caídas del cordón industrial y flojas campañas de mi equipo favorito hasta perder su tonicidad muscular. Pero que por dentro (explica Pucho) estoy riendo permanentemente. Porque eso es lo que me ocurre con Les Luthiers. Conozco los mecanismos que manipulan para alcanzar el humor, conozco cómo finalizan sus chistes, he colaborado, incluso, en el corte y confección de algunos retruécanos (los mejores, seamos francos) y, sin embargo, invariablemente me causan risa”.
“Uno se ríe por lo que intuye que va a venir pero, más que nada, por todo el placer que, durante décadas, ha recogido del grupo. Es que el primer impacto es muy fuerte. Lo fue, al menos, para mí. Cuando vinieron a Rosario a presentar «Mastropiero que nunca», sólo había escuchado a Les Luthiers en grabaciones. Y el despliegue de estos muchachos en el escenario fue para mí una especie de revelación, un rayo de luz que se me clavó en el entrecejo”, afirmó el escritor, y añadió: “Fue tal mi devoción para con ellos que fui a verlos en todas sus presentaciones rosarinas, hasta que me adoptaron. Desde aquella época colaboro en el armado de los shows, siempre desde las sombras (como prefiere Maronna) en mayor o menor medida. En los últimos espectáculos, esa medida puede dimensionarse en milímetros. Pero eso no impide que, pese a conocer cómo terminan los chistes, cómo suenan los instrumentos informales, no dejé de conmoverme con este grupo de señores ya mayores que, con enorme amor propio, insisten en ser los mejores, en no resignar calidad ni talento y en jerarquizar un género que ellos mismos han inventado. Y vuelvo a reírme. Aunque Maronna, en su falta de comprensión hacia las minorías étnicas, no lo perciba”.