Desde hace cinco temporadas, cuando el Teatro Nacional Cervantes en Gira comenzó a hacer escala en Rosario, un pedacito de la atmósfera que se respira en el teatro oficial de Buenos Aires calienta el ambiente de La Comedia todos los años.
Por Ulises Moset
Desde hace cinco temporadas, cuando el Teatro Nacional Cervantes en Gira comenzó a hacer escala en Rosario, un pedacito de la atmósfera que se respira en el teatro oficial de Buenos Aires calienta el ambiente de La Comedia todos los años.
Este fin de semana, con dos funciones colmadas de público local, desembarcó "Tarascones", de Gonzalo Demaría, con las actuaciones de Paola Barrientos, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampín. La obra, dirigida por Ciro Zorzoli, se ubica en algún living barroco y atemporal de la alta burguesía en el que cuatro amigas de "apellidos bien" se reúnen para jugar a la canasta, devorando sandwiches de miga, sacudiendo los fondos de las botellas para no dejar ni una gota.
Desde sus inicios, la historia nos empieza a entregar un interminable paquete de datos, en el que nada tiene desperdicio. Zulma, Martita, Estela y Raquel son cuatro mujeres arpías, impunes y feroces. Montadas en la ola de un salvajismo creciente, las cuatro amigas confluyen alguna tarde para enjuiciar a la mucama de Raquel, la anfitriona, a quien encuentran culpable del crimen de la mascota de la casa.
Con ese juego del juicio comienza a despuntar una historia en la que todo se irá deformando, y en una muestra de teatralidad impecable cada una de ellas revela, casi en acto ritual, los secretos mejor guardados de las otras, desde las miserias más profundas hasta las pasiones más herméticas. En este magma hirviente, la comedia pagana se descontrola, encuentra puntos altísimos de comicidad, desparpajo y animalidad.
Escrita en verso, "Tarascones" se apropia de una sonoridad precisa y sorprendente que se eleva en grado magistral por la eficacia de las interpretaciones, en tono exacerbado de comedia, llevando los rasgos de las mujeres de clase alta al paroxismo. Actuaciones expresionistas amalgamadas por un registro común, con notables elementos de comicidad física y gestual, con un enorme manejo de los niveles de energía y los silencios.
Todos estos ingredientes conformaron un cocktail explosivo, donde la teatralidad de los cuerpos en escena recupera el valor inteligente de las palabras puestas a sonar sin nada librado al azar, con el plus de una ácida crítica social en clave de parodia.
Acostumbrados a distintos grados de realismo en las puestas anteriores que visitaron la ciudad ("El gran deschave", "La muerte y la doncella", "Así es la vida" y "Los corderos") o a comedias de corte más clásico ("Chau papá" o "Jettatore"), esta propuesta se ubica en una frecuencia completamente distinta que nos sorprendió hasta el delirio.